Viernes, 19 de Abril 2024
México | Análisis

Fátima y el estado anémico

El feminicidio de una niña de siete años muestra hasta qué punto tenemos un Estado que abandona a las más vulnerables

Por: Enrique Toussaint

Fátima y el estado anémico

Fátima y el estado anémico

Arrebatarle el Estado a la mafia del poder, ésa fue una de las narrativas más robustas de Andrés Manuel López Obrador para alcanzar la Presidencia. Y es que las instituciones llevan décadas secuestradas. En lugar de estar al servicio de las y los más débiles, están a las órdenes de los poderosos. De la mafia del poder. No importa si hablamos de regulación ambiental, impuestos, seguridad social o política de género. En eso tiene razón López Obrador: el Estado rara vez ha estado al servicio de quien más sufre. El Presidente prometió combatir esta deriva, que juzga como una consecuencia del modelo económico neoliberal.

El feminicidio de Fátima Cecilia es la más cruda demostración del estado fallido. Fátima fue abandonada a su suerte. Ninguna de las supuestas redes de apoyo que tenemos —la familia, la escuela, la comunidad, los vecinos, el Gobierno— funcionó para salvarle la vida. La escuela entregó a Fátima a sus asesinos porque su mamá se retrasó para recogerla. El Ministerio Público que debía emprender la búsqueda expedita pidió 24 horas para catalogarla como desaparecida —redactando su epitafio— y las autoridades, en particular la Fiscala de la Ciudad de México, prefirió revictimizar a su familia antes que resolver el terrible feminicidio. Optaron por hablar antes de los problemas de la familia de Fátima y luego dar resultados. Recordemos el Estado existe para evitar la guerra del hombre contra el hombre, para evitar la instauración de la “ley del más fuerte”. Sólo un Estado fallido permite que una niña de siete años sea secuestrada, torturada y asesinada (en una Ciudad, por cierto, que lleva gobernada por administraciones no neoliberales desde 1997).

Luego, la gestión de la crisis de parte de las autoridades locales y federales fue desastrosa. Ni siquiera la más mínima empatía. Los simpatizantes del Gobierno quisieron minimizar lo sucedido, mientras que la oposición se cargó de baterías para lucrar políticamente con el terrible suceso. Y qué decir de muchos medios de comunicación, que prefieren exprimir los detalles de la tragedia y seguir atacando a Fátima incluso después de su muerte. Escupen en su memoria con tan de vender periódicos, ganar clicks o recibir likes. Convierten su tragedia en una novela que cautiva el morbo de las audiencias. Estamos muy jodidos como país. La normalización de la violencia nos ha deshumanizado a niveles indescriptibles. O como dice Eduardo González, profesor del TEC de Monterrey: “la respuesta de las autoridades es sólo un espejo de lo que somos como sociedad”. 

No creo que ni López Obrador, ni Claudia Sheinbaum, ni Enrique Alfaro puedan resolver la violencia contra las mujeres en un año. Es iluso siquiera pensarlo o exigirlo. Somos un país en donde se ejercido violencia estructural contra las mujeres desde hace siglos. Recrudecida por una guerra contra el crimen organizado, tasas inadmisibles de impunidad y una cultura machista que se ensaña todos los días contra las mujeres. Sin embargo, mi pregunta es: ¿se ha hecho algo para proteger a las mujeres? ¿Están las mujeres mejor acompañadas por el Gobierno? ¿Qué instituciones y derechos se han instaurado en estos 14 meses de nuevas administraciones? No podemos pedir magia en un año, pero ¿se avanza en la dirección correcta?

Aquí es donde las palabras no son suficientes para cubrir las inacciones. Aquí es donde los símbolos no pueden esconder los fracasos. Hoy, el Estado mexicano no está mejor equipado para responder a las demandas de las mujeres que hace 14 meses. El Presidente comenzó una batalla contra la corrupción del régimen que dice venir a reemplazar. Nadie niega la relevancia de dicho combate (entre otras cosas, para eso fue electo). No obstante, el combate se ha llevado entre las patas múltiples instituciones que eran fundamentales para la vida de las mujeres. Por ejemplo, las estancias infantiles. Nos dijeron que había un nido de corruptos en las estancias dependientes de la Secretaría de Desarrollo Social. Qué eran negocios del PRIAN. Un año después, todo quedó en un programa de transferencia monetaria —que no fortalece el sistema de cuidados— y sin denuncias contra esa masa de corrupción. Transferencias monetarias que, por cierto, son la gran receta del neoliberalismo para combatir al Estado. Cualquier retroceso en la red estatal de cuidados supone aumentar la brecha de desigualdad entre hombres y mujeres. 

No hay fortalecimiento de los programas que financian los refugios para mujeres que son víctima de la violencia de género. Tampoco se ha apostado por la reestructuración y fortalecimiento de las fiscalías que son columna vertebral para combatir la impunidad. Algo que se replica en las entidades federativas. Incluso, como señaló el académico Carlos Bravo Regidor, el programa Jóvenes Construyendo el Futuro tiene un sesgo en contra de las mujeres porque no incluye los cuidados como parte de la política pública. Mucho Estado en el discurso, poco en la práctica.

Las protestas feministas tomaron mal colocado a AMLO. Es una oposición que no puede ser catalogada de conservadora y no está moralmente derrotada (utilizando la frase del Presidente). Ni siquiera las mañaneras, mecanismo eficaz para marcar la agenda, pudieron apagar la indignación que se extiende entre millones de mujeres en todo el país. Las respuestas del Presidente fueron insuficientes y hasta contraproducentes.

Lo que debe entender López Obrador, algo que seguramente buena parte de su equipo sí entiende, es que el feminismo es la revolución de nuestro siglo. Es la revolución que lo cuestiona todo. Y al cuestionarlo todo, cuestiona enfáticamente al poder. Una revolución así, nacida de la indignación y el silencio acumulado por generaciones, no se encauza con las frases ocurrentes de cada día o con buen deseos. Luego de los últimos sucesos y el dolor por el brutal feminicidio de Fátima, el Gobierno de López Obrador —y muchos gobiernos estatales— son puestos frente a sus contradicciones. Un Presidente que se siente un liberal luchando contra las fuerzas conservadoras de la restauración, es colocado frente al espejo: su conservadurismo moral que le impide dar una respuesta correcta a la crisis feminicida que vivimos. Y es que 14 meses después, ninguna mujer se siente más segura.

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