Martes, 16 de Abril 2024

Cienfuegos y la militarización de México

La detención del general exsecretario prueba que el Ejército no es incorruptible como sostuvo el Presidente

Por: Enrique Toussaint

PODER ABSOLUTO. La detención del anterior secretario de la Defensa Nacional, Salvador Cienfuegos (izquierda), confirma la podredumbre del Estado mexicano. ESPECIAL

PODER ABSOLUTO. La detención del anterior secretario de la Defensa Nacional, Salvador Cienfuegos (izquierda), confirma la podredumbre del Estado mexicano. ESPECIAL

Se repitió hasta el cansancio durante más de una década: nuestro único remedio es encargar la seguridad pública a los militares. Es cierto que podía haber violaciones de derechos humanos, pero el Ejército es confiable y las policías locales están infiltradas hasta la médula. Y nos decían más. El Ejército es “pueblo uniformado”, no hay razón para temerles y desconfiar de ellos. No importa que los militares estén entrenados para matar en el menor tiempo posible. No importa porque el manto transformador de la Cuarta Transformación les iba a convertir en protectores de los derechos civiles. La detención de Salvador Cienfuegos, secretario de la Defensa Nacional en el sexenio de Enrique Peña Nieto, confirma que la podredumbre ha alcanzado la cúspide del Estado mexicano. Y la mitificación del Ejército sólo fue retórica política.

El Gobierno de Andrés Manuel López Obrador buscó y busca hacer un corte de épocas. Cienfuegos es espejo de la corrupción del pasado. Su detención es casi sinónimo de que el presidente siempre tuvo razón. “Vivíamos en un narco-estado”, ha dicho López Obrador. No dudo que tenga argumentos para sostenerlo. Las investigaciones, la mayoría encabezadas por instituciones de los Estados Unidos, apuntan a una colusión entre el Gobierno y los criminales. Una colusión permitida por el poder político. El juicio a Cienfuegos y García Luna determinarán el grado de penetración del narco en el Estado. La pregunta es: ¿qué condiciones permitieron el ascenso de Cienfuegos? ¿Por qué se volvió tan poderoso? ¿El empoderamiento de los militares no puede provocar que se repita la misma historia? ¿Qué nos garantiza que Sandoval no es el nuevo Cienfuegos?

Siempre hubo un cabo suelto, al menos político, en la investigación por la desaparición de los 43 normalistas de Ayotzinapa: ¿Por qué Enrique Peña Nieto se negó, de forma tan reiterada y permanente, a exigirle al Ejército abrir los cuarteles y explicar a la sociedad mexicana su participación o no en los hechos del 26 de septiembre de 2014? ¿No era sencillo, pedirles a los militares que participaran activamente en las investigaciones y rindieran cuentas por sus actos?

Peña Nieto prefirió su muerte política antes que exponer al Ejército. Un priista, como él, lo sabía bien: el pacto entre los militares y el Presidente está por encima de cualquier presión social. Es un cimiento del Estado mexicano.

Durante el sexenio de Peña Nieto, el Ejército hizo y deshizo sin casi oposición. Recordemos Tlatlaya.

Recordemos: 22 civiles asesinados a sangre fría por los militares. El poder del general Cienfuegos resultó incomparable con cualquier otro titular de Defensa Nacional en los últimos 40 años.

Cienfuegos es el artífice de la presión que recibió el Gobierno del PRI para aprobar una Ley de Seguridad Interior que exonerara los delitos y crímenes cometidos por las Fuerzas Armadas. La connivencia entre poder civil y militar se materializa, se cristaliza, en la defensa que hizo Eruviel Ávila del general Cienfuegos: “mis respetos”. El pacto de impunidad entre militares y el PRI no es nuevo, sino cimiento de la construcción del México posrevolucionario.

López Obrador fue muy crítico de las Fuerzas Armadas y sus abusos. Construyó una trayectoria política abiertamente crítica de cualquier forma de represión. Sin embargo, dos años antes de ganar la Presidencia de la República, López Obrador comenzó a matizar sus posturas. Un giro que concluyó con su discurso, frente a los militares, el 25 de noviembre de 2018. Aquél día, el Presidente se asumió como Jefe de Estado y olvidó sus históricas críticas a los militares. Unos meses antes, él mismo defendió la idoneidad de aprobar una reforma como la Ley de Seguridad Interior. Siendo Presidente, López Obrador lo cumplió: le entregó al Ejército la reforma que anhelaba.

El actual Presidente optó por Luis Crescencio Sandoval como su hombre fuerte en SEDENA.

Sandoval, más joven que Cienfuegos, simbolizaba un cambio generacional en las fuerzas armadas.

Sin embargo, Sandoval y Cienfuegos fueron cercanos. Tan es así que el ahora detenido alabó su designación en septiembre de 2018: “excelente designación del presidente electo”. El propio Cienfuegos nombró a Sandoval en la cúpula castrense cuando Peña Nieto le confió el liderazgo de las Fuerzas Armadas. Nunca fueron polos opuestos en el Ejército. No fueron el agua y el aceite, como la propaganda oficialista repite constantemente.

López Obrador se ha convertido en el gran impulsor del fortalecimiento del Ejército. Al igual que otros líderes latinoamericanos, el tabasqueño ha entendido que su alianza con los militares es fundamental para dotar de estabilidad a su Gobierno. No les ha tocado ni con el pétalo de una rosa.

Actualmente, los militares se encargan de la construcción del Aeropuerto de Santa Lucía, de las Aduanas, de la Guardia Nacional, se quedaron con el fideicomiso más gordo de la administración pública y son la columna vertebral de la estrategia de seguridad pública en el país. Vivimos en un país militarizado hasta los dientes. A diferencia de lo que el pasado obradorista podía esbozar, el Presidente ha resultado ser el mejor amigo de los militares. Los uniformados nunca habían estado tan mimados por el Jefe del Ejecutivo.

El poder corrompe. Y el poder absoluto corrompe absolutamente. Recordando la genial frase de Lord Acton. La corrupción, como es el control del aparato del Estado que ejerce el narcotráfico en casos como el del General Cienfuegos, es fruto de la discrecionalidad y la impunidad. El Ejército se sabe impune. Sus élites nunca han sido llamadas a cuentas. Llevan años encargándose, irresponsablemente, del combate contra los delincuentes y no existen sentencias contra el Ejército (encargo maldito del que sobre todo es responsable el poder civil). Los crímenes de lesa humanidad se han multiplicado en el país y los militares tienen toda la protección de sus fueros y del Estado. No esperemos que un Ejército tan poderoso sea más democrático. No es un asunto de buenos y malos.

No es un asunto de épocas distintas: el tenebroso Cienfuegos contra el bondadoso Sandoval. Es el mismo Ejército, con la misma opacidad y las mismas prácticas.

La detención del general Cienfuegos es una buena noticia, aunque haya ocurrido en Estados Unidos.

Habrá que preguntarnos por qué estos “peces gordos” no caen en México. A qué nivel de cooptación institucional hemos llegado que los García Luna y los Cienfuegos sólo deben temerle al brazo largo de las fiscalías estadounidenses, pero que es un sueño que estos presuntos sátrapas paguen en su país por lo que nos hicieron a nosotros. Darle el poder absoluto al Ejército, sin prácticamente contrapesos, sólo puede acabar mal. Ayer supimos de la ejecución extrajudicial de militares a cuatro civiles en Puebla. Un ejército todopoderoso es un peligro para la democracia. Lo es hoy y lo ha sido siempre.

JL

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