Jueves, 25 de Abril 2024

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El cine que viene

Por: Gerardo Salcedo Romero

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La exhibición de películas es la actividad más visible en un Festival de cine, sin embargo la exhibición no es la actividad central en aquellos Festivales que viven un proceso de crecimiento y desarrollo. Una parte estratégica consiste en propiciar una infraestructura de actividades donde se pueden hacer negocios, acordar coproducciones y, sobre todo, generar zonas de encuentro entre los distintos protagonistas que integran eso, que por economía del lenguaje, definimos como Industria.

En la pasada edición del Festival de Morelia se celebró un Foro, al que fueron convocadas las cineastas indígenas; fue un encuentro significativo en el que se reunió una decena de mujeres, quienes incursionan con mayor o menor fortuna en el oficio de la dirección; además fueron seleccionados dos documentales en la competencia, se incluyeron otros dos largos documentales y seis cortos que enriquecieron de una manera sustantiva a la programación.

En los dos filmes hay un retrato a nuestro presente, comparten una vocación testimonial y el eje del relato es la relación familiar

La presencia oaxaqueña fue dominante, pero estaban María Sojob, una tzotzil de Chiapas e Iris Belén Villalpando, una yoreme de Sinaloa. En la mayoría de los casos la vocación es provocada por los distintos esfuerzos que han organizado el IMCINE (Polos audiovisuales) o los talleres de Ambulante, en las comunidades indígenas los talleres y proyectos educativos no formales para la formación, son la oferta más concreta que las mujeres indígenas aprovechan, si bien en algunos casos ocurre un proceso de formación académica, éste implica migrar, salir de la comunidad.  

A la pregunta de cómo surge su vocación, la respuesta fue el deseo de preservar la lengua, de buscar el diálogo entre las generaciones (la tzotzil señala que sus padres hablan poco y mal “la castilla”), propiciar una nueva forma de entender el papel de la mujer, recuperar la memoria de ese “ombligo del mundo” que puede ser la comunidad y la infancia y, finalmente, un acto de convicción política.

De las películas seleccionadas conozco “Tio Yim” (de Luna Marán quien estudió cine en Guadalajara) y el cortometraje “Arcángel” de Ángeles Cruz -una de las mejores actrices de su generación-. En los dos filmes hay un retrato a nuestro presente, comparten una vocación testimonial y el eje del relato es la relación familiar.

Lejos de la mirada paternalista, el cine de este notable colectivo es una de las más atractivas propuestas de una obra que está por ocurrir, se puede decir que la creación indígena en la producción fílmica es una asignatura pendiente, pero quizás en los próximos años podamos afirmar que en el universo audiovisual mexicano vivimos una experiencia nacional.

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