Jalisco | Doña Juana Salcido y su esposo, Eleuterio Guzmán, acudieron a visitar a sus hijos Una vida a cuestas… con cinco hijos bajo tierra Doña Juana Salcido y su esposo, Eleuterio Guzmán, acudieron a visitar a sus hijos Por: EL INFORMADOR 3 de noviembre de 2010 - 04:59 hs Doña Juana y su esposo Eleuterio visitan a sus hijos en el cementerio de la cabecera municipal de Tlajomulco. I. DE LOZA / TLAJOMULCO DE ZÚÑIGA, JALISCO (03/NOV/2010).- A paso lento, e intentando abrirse espacio ante una multitud que, antes del mediodía, prácticamente abarrotó el portal de acceso al cementerio de la cabecera municipal de Tlajomulco de Zúñiga, una pareja de avanzada edad finalmente logra evadir a la muchedumbre y entrar al camposanto. Dos modestas coronas de flores y una cubeta de metal en las manos del señor, y un pequeño arreglo más en las de la dama, son las únicas herramientas que requieren para gastar su visita anual a la familia que abandonó esta vida antes de que la suya fuera reclamada. Cada huella puesta hacia adelante demanda esfuerzos; éstos son evidentes en su mirada. La condición de los ancianos pasa desapercibida para el resto de los visitantes, quienes se muestran más ocupados en atender el sepulcro de sus respectivos familiares que en ayudar a los señores para que lleguen al que les corresponde. Entretanto, los desniveles en el camino a transitar obstaculizan aún más la meta. Cuidar dónde se coloca el pie es fundamental para evitar que un accidente vuelva en tragedia el día en que México celebra a la muerte. Finalmente, los ancianos cruzan con un joven que se ofrece a ayudarles a transportar y colocar sus ofrendas. Durante el camino hacia la sepultura que les corresponde, las identidades se revelan luego de un cálido y efímero saludo de cortesía: se trata de Doña Juana Salcido y su esposo, Eleuterio Guzmán, unidos en matrimonio desde hace seis décadas, tiempo durante el cual han soportado el deceso de cinco de sus siete hijos. Una vez ante la tumba de su primogénita, quien fuera bautizada como María Concepción (fallecida en 1975), Doña Juana explica que la muerte llegó a ella momentos después de dar a luz a su segunda hija: “En ese tiempo no había doctores y la llevamos con una partera; a ella se le murió”. Su nieta fue reclamada por su familia paterna y enviada “al otro lado” (Estados Unidos); 35 años después, su paradero aún es una incógnita para ellos. Con la tranquilidad que deja una vida plena y compartida casi en su totalidad con el hombre que ama, la señora da continuidad a su plática sin mayores sobresaltos, hasta que el ceño se frunce y el flujo de palabras se detiene casi por instinto. Reflexiona y examina al extraño de la grabadora que se encuentra frente a ella, choca miradas con su marido y, finalmente, se decide a proseguir. La mirada evidencia dolor, el titubeo en sus palabras lo confirma y el recuerdo de su segundo hijo, Miguel, llega sin una sola lágrima, aunque sí con gran melancolía. A él también le han conseguido un arreglo floral, y después de permanecer un rato con su hermana, la misión será llevarlo a su sepulcro, que se encuentra justo al otro extremo del panteón. Miguel Guzmán Salcido dejó este plano terrenal hace seis años a causa de un fulminante ataque cardiaco. Los doctores nada pudieron hacer. El estrés de rebasar la cuota diaria de un taxi para mantener a su familia, según sus padres, fue lo que lo llevó a la tumba. En adición a este pesar, la pareja sufrió la pérdida de otras tres pequeñas niñas cuando iniciaban su vida de casados. De ellas ni el recuerdo físico queda. Al morir, las condiciones en que se encontraba la necrópolis local eran menos ostentosas y el reposo que les dieron fue mucho más sencillo. El paso de los años, así como la gran cantidad de “huéspedes” que se han sumado al sitio y las construcciones edificadas en éste, borraron el recuerdo de sus pequeñas; ni siquiera recuerdan la ubicación que les dieron. Para los ancianos, lo más probable es que “ya no estén”. “Las niñas chiquitas murieron porque antes no se acostumbraba que hubiera como las leches de ahora; antes uno les hacía su alimento. Yo les di pecho, pero después se me acabó y les daba arrocito con lechita (…), pero no aguantaron ese alimento y murieron de bronquitis las tres”. Pese a una vida de llena de duros golpes, los abuelos sonríen a la existencia. Mantienen su rutina diaria gracias al trabajo en equipo, elaborando y vendiendo gelatinas desde su hogar, en la zona centro del municipio, en el que, dicen, desean pasar hasta el último día. La plática concluye, aunque tal no fue su decisión. Ninguno de ellos se animó a pedir un tiempo de calidad para abrazarse a su religión y pedir por la eterna paz de sus familiares, en el marco del Día de Muertos. El individuo aquel que les prestó ayuda a cambio de unas cuantas palabras se despide más por atención que por decisión propia; es necesario que los señores permanezcan con su familia. La promesa de las partes es un tiempo igual para el año entrante. EL INFORMADOR / ISAAC DE LOZA Temas Municipios Cementerios Lee También Mascota, el viaje prometido ¿Dónde vacunarán en Jalisco ante la llegada del frío? Guadalajara nublada y cálida para este sábado, según el pronóstico Guadalajara nublada el viernes con ligera posibilidad de lluvia Recibe las últimas noticias en tu e-mail Todo lo que necesitas saber para comenzar tu día Registrarse implica aceptar los Términos y Condiciones