Domingo, 02 de Junio 2024
Jalisco | Al revés volteado por Norberto Álvarez Romo

Piedras en el camino

Nuestras calles, banquetas y muchos otros espacios públicos sufren un deterioro garrafal debido a hartas décadas de abuso

Por: EL INFORMADOR

Lo extraordinario no es lo mismo que lo sobresaliente. Tristemente, a menudo se sobresale más por la expresión de los vicios que por las virtudes (que ciertamente no suelen ser lo más común). Así, por ejemplo, esta semana surgió el gesto en el Ayuntamiento de Guadalajara para la aprobación de lo que quizás sobresalga como la mayor deuda pública contraída para el municipio: mil millones de pesos adicionales para revestir en concreto una treintena de calles.

Pero no puede decírsele extraordinario el que se haya recurrido a los habituales artilugios de la politiquería aturdida para arrollar la decisión en una habilidosa votación controversial, sin el debido consenso, debate, o ni siquiera con la deliberación de opiniones y dictámenes técnicos conforme establece la reglamentación misma del Ayuntamiento para estos asuntos. Al parecer, así procede todavía nuestra actual clase política chiflada (mas no por eso debería considerarse “normal” su condición desvirtuada, deforme).

Sin ninguna duda, nuestras calles, banquetas y muchos otros espacios públicos sufren un deterioro garrafal debido a hartas décadas de abuso, de negligencia en su mantenimiento y de impulsivos arreglos fallidos. Todos nosotros sentimos deseo, si no derecho, a disfrutar de espacios comunes seguros, agradables, funcionales. Sin embargo, una de las obvias leyes poco advertidas de la ciencia económica es que nunca alcanzarán los recursos para satisfacer los deseos de todos, todo el tiempo. Por esto, en los asuntos concernientes a los bienes y los males comunes, cumplir con los debidos procesos para tomar las decisiones es tan importante como las decisiones mismas.

Inquieta a más de alguno, entonces, que en los llamados “nuevos tiempos de democracia” todavía persistan esas muestras de autoritarismo y manipulación de los que tanto se había presumido estábamos ya liberados. Para no pocas voces indignadas, el ejercicio del gasto público (y la herencia de pasivos a generaciones futuras) no debería seguir efectuándose con tanto capricho y desparpajo. No es un asunto nada más de cantidad; indistintamente pudiera ser más o menos de millones. ¿Qué más da cuánto; si no sabemos acordar cómo arreglar nuestros males compartidos?

Antes que precipitar el endeudamiento, se reclama, se debería revisar concertadamente un plan de atención para las vías públicas. Por lo menos un plan de calles y banquetas. Nos hace falta ver más allá de los recurrentes baches cíclicos que aparecen cada temporada de lluvias; o los resanes superficiales para los eventos electoreros. Nos hace falta ordenar, priorizar, el uso y mantenimiento de manera más inteligente, y entender que no siempre la respuesta rápida y fácil es la mejor.

Para sólo tomar un ejemplo, está ese afán que por muchos años se ha tenido hacia las calles empedradas que son vistas como indeseables, más por razones de prestigio que por funcionalidad y estética. Muchos de los baches en el asfalto muestran todavía una capa del empedrado original de base que tanto caracterizaba a la ciudad. El empedrado clásico ha resultado, ya por muchas décadas, más aguantador, menos caluroso, más “ecológico” (por dejar filtrar el agua de lluvia hacia los acuíferos) e incluso en muchos casos hasta ya se le considera con respeto estético y de status. Aquellos callejones empedrados que aún perviven lo hacen con distinción.

A veces las cosas se arreglan mejor simplemente quitándoles los excesos que se les ha puesto encima; lo sobrante. Excesos cuyos costos de mantenimiento no valen ya la pena. Nos traería numerosas ventajas reconsiderar la posibilidad de rescatar muchas de las calles cuyas bases todavía mantienen en buen estado el empedrado original debajo de las decrépitas capas asfálticas. El sistema de bacheo con pavimento augura un costo que ya no se puede sostener por mucho tiempo más. El cheque de mil millones solamente alcanza para el concreto de las calles selectas.

Es solamente un ejemplo entre muchos posibles, éste de recuperar en tiempos modernos los beneficios aún vigentes desde la edad de piedra.

Entre la sabiduría convencional de los juglares que deambulaban entre los pueblos del medioevo, existía el refrán de que la calidad de la vida pública en las plazas reflejaba la calidad de la intimidad de las alcobas. Los rasgos de la vida interior de los pobladores se mostraba como espejo en los detalles de los espacios exteriores. Nuestras calles hablan mucho de nosotros; de cómo somos.

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