Sábado, 07 de Diciembre 2024
Jalisco | Crónica Urbana

Historias y trenes se cruzan en el Parque Revolución

En el cruce de dos líneas de transporte, intersección obligada de las historias de miles de personas que se atraviesan diariamente, toda actividad comienza a apaciguarse en el Parque Revolución para dejar una atmósfera propicia para la faena del día siguiente

Por: EL INFORMADOR

GUADALAJARA, JAL.- En el cruce de dos líneas de transporte, intersección obligada de las historias de miles de personas que se atraviesan diariamente, toda actividad comienza a apaciguarse en el Parque Revolución (Centro de Guadalajara) para dejar una atmósfera propicia para la faena del día siguiente.

Un hombre se dispuso a dormir. Acomodó sus cobijas sobre la banca y se aseguró de que sus cosas estuvieran todas en un solo lugar, donde pudiera cuidar de ellas aún entre sueños. Cerca de la fuente, afuera de la entrada sur de la estación Juárez del Tren Ligero, un grupo de jóvenes se reunió a platicar. Unos sentados sobre los respaldos de las bancas. Otros parados yendo de un lado para otro, pero todos ahí, como a punto de realizar alguna peregrinación.

“¡Ahí le lavamos su carro señito!” y corrió el de la franela desde varios carros de distancia sobre el estacionamiento en batería. Al encuentro con una clienta asustada por la súbita intromisión, el lavacoches obtuvo una respuesta con desgano: “Gracias”; ni sí ni no, pero el hombre no soltó su franela y se puso a juguetear con ella mientras se dirigía a su colega.

La mitad superior de tres bicicletas se encuentran pegadas al borde de la avenida Federalismo, justo al salir de la estación de la Línea 1 del Tren Ligero. Enterradas, dan una buena sensación de inmovilidad y estática, pero a pesar de eso, partes como los asientos, mangos del manubrio y abrazaderas han desaparecido. Ni las bicicletas se han salvado del vandalismo.

En el cruce de Vallarta y Federalismo dos bolas de fuego juguetearon a la vista de los automovilistas. El malabarista con la barra encendida alternó el acto con el paso obligado entre los autos, esperando alguna moneda, luego al semáforo que acababa de ponerse en rojo y así sucesivamente.

Cuatro hombres disfrutaron de una botana y un refresco después de su jornada de trabajo. Sentados en una jardinera tenían perfecto acceso visual a una galería fotográfica dispuesto a lo largo del muro de la estación. Pero, ¿quién está de humor para ver fotos cuando hay hambre, sed y el instinto gregario?

Sobre el pasto, entre primaveras y alfombras amarillas, un abrazo se alternó con sonrisas. Las mochilas en sus espaldas daban cuenta de su calidad de estudiantes y parecía que en cualquier momento decidirían sentarse a disfrutar de la noche y del parque, mas continuaron abrazados, apartando sus cabezas de sus hombros para verse a los ojos, decirse algo y besarse.

Un par de niños corrieron a los botes de basura sosteniendo un cartón vacío de refrescos. Después de verificar cuál de los contenedores era orgánico y cuál el inorgánico, se dispusieron a buscar latas vacías para llenar los cartones. Por la premura de sus movimientos, parecía una competencia para ver quién llenaba primero.

En la parte norte, un hombre descansaba acostado, con su cabeza recargada sobre su equipaje, consistente principalmente en bolsas de plástico de color negro. Una botella de agua era todo lo que se asomaba mientras su dueño miraba al horizonte. Una joven pareja practicaba banda en el estrado circular. Él la cargaba y ella se dejaba llevar de un lado para otro; primero al derecho, luego al revés. La dejó en el suelo y repasaron a habladas el mismo movimiento.

Con un paso “metronómico”, los viajantes de las rutas 626 y 629 bajaron apresurados, guardando una distancia entre ellos que permanece inalterable a su caminar, unos se dirigieron a la estación del tren y otros se perdieron en los confines del parque, allá donde se vislumbra una gasolinera con fachada de casa por un lado y nada más que las bombas del otro lado.

Los peones y las torres se movían en un tablero dispuesto sobre una banca. La pareja jugaba bajo la luz tenue mientras la fila que se formó para esperar el transporte público Pre Tren seguía creciendo. Los chicles, los chocolates, los cigarros, las paletas, todo revuelto en un cajón de madera que una mujer había colocado a la puerta de la estación. El que parecía ser su hijo, yacía acostado boca abajo sobre el suelo; sus brazos indistinguibles bajo su cuerpo; su cabeza oculta por la capucha de su sudadera y recargada en una bolsa. De no sospechar que se trataba de un niño, cualquiera hubiera pensado, ante la inmovilidad siquiera de la respiración, que aquello se trataba de un muñeco.

La fila ya iba en 52 y la gente seguía llegando. Ya eran las 10:20 de la noche y la gente esperaba desde los quince a las diez. Ocho minutos después llegó el oasis con ruedas, aquella promesa del destino pintada de color rojo. Subieron todos a lo que se convirtió en una lata de sardinas humanoides. Todos entraron, menos siete, que quedaron esperando. En las inmediaciones del parque, tres unidades del Pre Tren estaban estacionadas.

A las 10:40, el parque lucía casi vacío. Aquél que había dispuesto su cama ya estaba envuelto hasta el gorro y dormía plácidamente. Los pájaros cantaron en un arrebato de aleteos y callaron súbitamente. Grupos de ciclistas pasaban de a tres, de a cinco, en dirección a Chapultepec. El cruce de las líneas de transporte comenzó a enmudecer y las historias de quienes habitan y transitan por ellas y los alrededores quedaron latentes, en espera de una nueva jornada.

EL INFORMADOR/ITESO/David Eduardo Morales Barba

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