Lunes, 20 de Octubre 2025
Jalisco | En tres patadas por Diego Petersen Farah

El viacrucis nuestro de cada día

¿Dios mío, por qué me haz abandonado?

Por: EL INFORMADOR

La ciudad es un viacrucis cotidiano. No se trata de una expresión gratuita, hay mucho de calvario en la vida de un ciudadano común. Vivir en una metrópoli como la nuestra implica por los menos una caída, un amigo que te niega y un funcionario que se lava las manos.

Primera caída. Jesús sale de su casa a toda prisa. Tiene que dejar a su hijo mayor en la secundaria, a la menor en el kínder y a la esposa en la estación del Tren Ligero. Son las 6:30 horas y, si se apura, llegará a su trabajo a las 9:15, dentro del límite de lo tolerable. Jesús sabe que su modorra no puede durar más de tres minutos, pues en breve tendrá que aventarse el paso de la muerte, con la familia a cuestas, para incorporarse al Periférico en su Datsun 78, lo cual es una verdadera hazaña. Llega a la bayoneta de ingreso, se concentra, mete el clutch, acelera tres veces para que el auto esté listo para el arrancón en cuanto se abra un hueco de más de 30 metros entre el camión y el tráiler. Está concentrado, calcula, ve el hueco, arranca y dos segundos más tarde oye el golpe de la suspensión. “Este bache es nuevo”, piensa, mientras todos brincan dentro del carro. El Datsun se arrana y pierde su poca potencia, el tráiler frena ruidosamente, da un volantazo y evita arrollar a la familia Ramírez. “Hijo, he ahí a tu madre”, se escucha a lo lejos con seis sonoros claxonazos.

Jesús es negado tres veces. La cola para pagar la incorporación al Catastro del terreno irregular que le vendieron hace 10 años es enorme. Jesús no puede creer que un trámite aparentemente tan fácil implique esperar cuatro horas. Lo que sucede, le explican, es que “con la simplificación administrativa, ahora es una sola fila para todo. Fórmese, ya le tocará”. A Jesús se le ilumina la cara cuando ve a Pedro, su ex compañero de futbol en la fila.

Está seguro que Pedro, gustoso, hará el trámite por él y luego se irán juntos a tomar cerveza. “Pedro”, le grita, pero no hay respuesta. “Pedro”. Y nada. Intenta una tercera vez: “Pedro, soy yo, Jesús”. Pedro finalmente voltea, y lo ignora por completo. Lo peor es que sabe lo que hace.

Pilatos se lava las manos. Después de cuatro horas de fila, Jesús llega a la ventanilla. Está feliz. Es un triunfo aguantar la fila y siente el alivio de quien se quita un peso de encima. Ni una mañana más con su esposa diciéndole, “cuándo irás a pagar la incorporación”. Del otro lado de la ventanilla está un burócrata con sonrisa cínica y un pin propagandístico del Gobierno en turno y su nombre:

Alfonso Pilatos. Revisa los papeles y le dice:

— Lo siento. Falta su identificación.
— Ya se la di, es mi licencia —responde Jesús—.
— Sí, pero no se la puedo aceptar. Tiene que ser oficial.
—  Es oficial, la emite el Gobierno del Estado.
— No vale.
— Oiga, pero si lo que quiero es pagar.
— Lo siento, no puedo hacer nada. Siguiente.
— ¿Dios mío, por qué me haz abandonado?

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