Jalisco | Numerosas organizaciones ayudan a los migranrantes en su estadía en Guadalajara Centro Histórico, un dormitorio en medio del viaje Numerosas organizaciones y personas apoyan a quienes utilizan a Guadalajara como escala en su periplo Por: EL INFORMADOR 28 de julio de 2012 - 02:54 hs Los portales alrededor de la Rotonda de los Jaliscienses Ilustres es un sitio para que migrantes y no migrantes pasen la noche. / GUADALAJARA, JALISCO (28/JUL/2012).- Una nube plúmbea y sucia recubre amenazante al Centro Histórico. La Catedral se yergue como queriendo ser la primera en sentir la lluvia. Los transeúntes aceleran el paso espantados por las gotas gordas. Un sujeto camina corvo, desaliñado, con una bolsa de mandado en mano, por el pasillo techado de Independencia, entre Liceo y Alcalde. Toma asiento al lado de una librería religiosa y deja caer su única pertenencia, con una cobija que lo abrigará en la noche fría. A su lado se instala otro como él que busca refugiarse, mas sólo lleva una camisa a cuadros y una mochila con material de construcción. Por un tiempo se quedan escuchando el ruido del agua, pero se cansan; intercambian saludos. “Me llamo Rafael, llevo siete años en la calle”, dice el nuevo. El dueño de la cobija asiente y lo escucha. “Me salí de la casa cuando supe que mi mujer me engañaba. Ella trabaja por aquí, en unas oficinas de gobierno. Me enteré de que estaba saliendo con alguien de ahí y pues fui a ver quién era. ‘Ella es la que me busca’, me dijo. Desde entonces me fui. Mi compadre me decía que no me saliera, que no era mi culpa, pero no podía correrla. Por eso me vengo a dormir aquí o me muevo a otros lados, depende de dónde me agarre la chamba. Y pues tomo, para no pensar; llevo 20 días sin parar, pero le voy a bajar, porque un compa me pidió que lo ayudara de jardinero allá, por el Estadio Jalisco”. Callan, otros llegan, ya son ocho. Cerca de allí, en el Palacio Municipal de Guadalajara, descansa Sergio, de 48 años. A su lado tiene cinco marginados, una botella vacía de licor barato y otra de refresco, a medias. Esconde su cara bajo una gorra de UCLA y recoge sus rodillas con las manos entrecruzadas. Él nació en Distrito Federal, pero anda aquí porque lo acaban de deportar de Miami. “Vengo llegando a Guadalajara, pero no es la primera vez que me regresan: ya van cuatro”, le platica a un extraño que se acerca para preguntarle si no sabe cómo llegar ‘al otro lado’. “Yo ando de aquí para allá desde el 79 y siempre he viajado en tren. La gente cuenta que ahí pasa de todo, pero si confías en ti mismo… Bueno, me ha ido bien, me ha ido mal, pero nunca me ha pasado nada grave. Me han dicho, los mismos que van arriba: ‘Bájate’; me quieren cobrar 50 dólares. ‘Si trajera yo ese dinero ya habría desayunado’, les digo. El andarse moviendo en Estados Unidos también tiene sus riesgos. Ahorita, por ejemplo, ando estacionado, como digo yo. Llevo dos horas apenas, pero no tengo prisa; la vida es pa’lante; quiero ir mañana a misa”. Lo deportaron hace seis meses. Ésa fue la última vez. Ha estado en Detroit, en Chicago y Atlanta, donde ha pepenado chiles, ayudado en la construcción, incluso se dedicó a “bajar” naranjas. “Y me cansé. Uno comete errores y, pues, me regresaron”. Lleva algunos años sin ver a su familia. Es divorciado, tiene un hijo de 22 años que estudia mecatrónica en la capital. “La verdad es que lo extraño. A veces se me imagina que él también me extraña. La última vez que lo vi me dijo: ‘Papá, qué bueno que viniste’. Agarró su rumbo, yo el mío y continuamos la vida”. Al igual que Sergio, son cerca de 110 los extranjeros que en este año han dejado sus hogares en busca de una oportunidad en la tierra prometida, pero que se alojan en Jalisco al no obtener éxito, o por verse en la necesidad de descansar algunos días. De acuerdo con el Instituto Nacional de Migración (INM), mayo ha sido el mes con más afluencia de migrantes, con 44 personas. Algunos buscan refugio en el Centro Histórico. Esa noche son cerca de 20 los que allí pernoctan, más los que yacen en los arcos de Pedro Moreno. Otros nueve en la Plaza Tapatía y los alrededores. El Hospital Civil viejo quedó vacío por no ofrecer un techo. Al amanecer buscarán alimentarse, vaciarán en la boca los desechables que encuentren en el basurero. Algunos, con mejor suerte, recibirán apoyo en algún comedor o serán abordados por filántropos que salen a las calles a ofrecer de comer a los que no lo tienen, como Rogelio Padilla, quien en brigadas comparte lonches o cualquier otro alimento. Rogelio, mejor conocido en las calles como “Mayro” (código popular que surge de la apócope de maestro), es el director fundador del Movimiento de Apoyo a Menores Abandonados (MAMA, AC), organización instituida para trabajar con población callejera. Su cometido es defender, proteger, mejorar, cambiar e incluso salvar la vida de menores, y en ocasiones adultos, fugitivos o expulsados del hogar, que viven en las calles o trabajan en ellas. Cuentan con una casa hogar en la orilla del pueblo sur de San Agustín. Por recursos insuficientes, sólo pueden mantener ese lugar. “El año pasado atendimos a 385 seres humanos en diferentes actividades. Esporádicamente también apoyamos a adultos, porque si algo he aprendido como educador es la cultura del ‘paro’, parte de la pedagogía de MAMA: si te piden un paro, haz dos. Vamos a la calle y compartimos lo que tengamos. O alguien que llega a las oficinas siempre se lleva algún tipo de apoyo”, comparte “Mayro”, quien ideó la asociación con el cometido de restituir derechos perdidos en su condición de gente de la calle, como el derecho a alimentación, salud, deporte, cultura, educación y vivienda. “También queremos liberar a los chavos de las broncas de la calle, de robo, drogas, prostitución, mendicidad y violencia”. Por eso, aparte de ofrecer actividades educativas y recreativas en la casa del Niño Trabajador —ubicada en Ocampo 320, entre Libertad y Miguel Blanco—, salen a continuar su trabajo como voluntarios: “En estos recorridos que hacemos también conocemos a migrantes y los involucramos en el servicio: ya sea dándoles alimento o curando alguna herida. Sobre todo en la zona de la estación del ferrocarril y por las vías”. En el número 449 de Avenida Federalismo Sur se encuentra el albergue para indigentes San Juan Grande, proyecto de la orden San Juan de Dios. Allí, desde hace 14 años, se hospedan a hombres en situación de calle y migrantes para, entre otras cosas, recibir apoyo en salud mental. La intención principal es brindar lo necesario para que 33 individuos vean satisfechas sus garantías individuales por un periodo máximo de dos meses, al mismo tiempo que se ofrece de comer, por un costo de tres pesos, a cerca de 80 personas al día a partir de las 18:00 horas. En invierno aumenta la cantidad de usuarios en el comedor social y el servicio de baño. Rubén Arroyo, director de la fundación, administra cada uno de los proyectos que se realizan en el albergue: “Tenemos gente especializada para apoyar a los más necesitados dentro de un espacio digno. Para ser admitidos, una trabajadora social debe realizarles una entrevista con la cual nos enteramos si las personas tienen problemas legales, de drogadicción o alcoholismo. Entre las opciones que tenemos para recibir ayuda está el programa Adopta una cena, en el que familias de benefactores acuden para dar de cenar una vez al mes. Algunas empresas se suman ofreciendo insumos”. Gabriela es otra de las que ofrecen su apoyo a migrantes. Ella es trabajadora social afiliada a Cáritas y cuenta que al Arzobispado de la Catedral Metropolitana llega caminando, de las vías del tren, gente de Colombia, Guatemala o El Salvador a pedir ayuda. “Les damos latería porque van de viaje. A veces de las despensas saco las galletas y se las comparto. También las monjas, que viven a un costado, les dan de comer a los indigentes”. Platica que en ocasiones los que se dirigen al norte son asaltados: “Los policías les quitan lo poquito que traen con todo y sus papeles. Incluso vienen a dar aquí descalzos”. Ramón Gómez, investigador de la UdeG en el Departamento de Estudios Ibéricos y Latinoamericanos, que ha dedicado los últimos años al estudio de los derechos de los migrantes centroamericanos en tránsito por México, refiere que, de las cuatro rutas para llegar la frontera, la de Occidente (que se interna por Jalisco, pasando por la avenida Inglaterra de la capital) es conocida como la menos peligrosa pero más larga de todas. A lo largo hay gran cantidad de adolescentes centroamericanos que llegan a territorio mexicano en algún punto de Chiapas, caminan cuatro días hasta alcanzar una estación donde puedan abordar los vagones y continúan su viaje hasta Guadalajara, esperando el punto en el que el ferrocarril tope en paralelo con el tren que viaja hacia Nogales y Tijuana. Estimaciones abordadas en los estudios de Gómez indican que cerca de mil migrantes cruzan la frontera sur al día sin poder hacer valer sus derechos. Durante el Gobierno de Felipe Calderón se aprobaron reformas que en materia federal explicitan los derechos de migración nacional e internacional. “El problema es que estas disposiciones de carácter federal tienen que ser puestas en práctica mediante el trabajo legislativo de cada uno de los Estados para modificar las instituciones a tono en materia”, indica el maestro investigador. Para mejorar su condición vulnerable, surgen programas como el Departamento de Menores en Situaciones Especiales, del DIF Jalisco, que ofrecen servicios para repatriar infantes que buscan llegar al extranjero sin acompañamiento de sus padres. Su acción consiste en canalizarlos a algún albergue o instancia para más tarde hacer contacto con el país o Estado de origen. Apoyan el retorno de los menores y les explican los riesgos de seguir su camino hacia la frontera. Otro de sus programas, Rescate de familias en situación de calle, ofrece trámites jurídicos, despensas y asistencia médica a las personas que trabajan en los cruceros. Apoyan con talleres en los que pueden aprender una profesión como carpintero o estilista, pero algunos prefieren continuar en la calle, donde pueden ganar desde 200 hasta 500 pesos al día. “La palabra de los callejeros rifa. Sus acciones son chidas”, concluye “Mayro”, y su aseveración se sustenta al observar a Juan que, en la esquina de Zaragoza e Independencia, camina con un perro que se entretiene con un envase vacío. El amo observa enternecido y se tira pecho a tierra para pedirle “un besito” al animal. La gente pasa incrédula y asqueada, pero él no repara en los demás. Ya avanzado el día, después de pedir limosna y caminar por la zona, Juan y su amigo se sientan en el suelo a descansar. De su morral raído saca un pedazo de pan. El perro se echa en sus piernas, su dueño le acaricia el hocico y le comparte la mitad de su comida. Temas Municipios Centro Histórico Migrantes Lee También De la Fuente ya se nos “enclocho” FGR investiga túnel clandestino bajo el Río Bravo Acusan al CNG de colocar explosivos en zonas de Jalisco y Michoacán Regresa el tiempo estable a Guadalajara; aquí el pronóstico Recibe las últimas noticias en tu e-mail Todo lo que necesitas saber para comenzar tu día Registrarse implica aceptar los Términos y Condiciones