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Bárbara Luna, Gabriela Cuevas y Coralia Manterola sobrevuelan un panorama complicado en las artes escénicas

Por: EL INFORMADOR

Gabriela Cuevas, bailarina experimental. J.LÓPEZ y E.BARRERA  /

Gabriela Cuevas, bailarina experimental. J.LÓPEZ y E.BARRERA /

GUADALAJARA, JALISCO (15/FEB/2011).- Cuarta de seis partes

Qué necedad para elegir el camino difícil. ¿Sabe el público tapatío quiénes son sus artistas? Pero estas artistas saben bien a qué se enfrentan cuando se habla de público local. El tiempo pasa y ellas han seguido ahí. Bárbara Luna es una de las más grandes impulsoras de la danza jazz en la región, ha estado involucrada en proyectos, grandes, pequeños y medianos, como ejecutante, directora y coreógrafa. Ahora mismo apuesta por la formación. Gabriela Cuevas, en otra tesitura, es una experimentada bailarina con discursos y posturas poéticas que sobrevuelan con ahínco en un panorama que apuesta por lo fácil. Ella en la emoción de la danza experimental involucra a los otros en un mundo onírico, muy particular.

Coralia Manterola, por su parte, es una actriz de formación y carrera. De ésas que cuando se les mira en escenario se nota que saben cuál es su lugar. Las tres comparten una cosa; la aureola del artista independiente por decisión.

No es el gusto por el arte lo que tienen en común, sino la decisión de seguir por el camino de la independencia.

Dolores Tapia

Bárbara Luna, coreógrafa  Con vocación de directora

Su espíritu y temperamento son matutinos. Tiene 38 años. Una energía a prueba de pantanos y un excelente manejo de equipos. Por ello, quizá, ha emprendido con proyectos que involucran mucha gente. Es tapatía y actualmente -entre otras cosas- dirige junto con Rogelio Eli Solís el Congreso Nacional de Danza Jazz en Morelia. Está por abrir en Guadalajara su propio estudio de entrenamiento e impartición de clases.
Bárbara cuenta con 20 años de experiencia en la danza jazz. También es madre y coreógrafa. Decidió ser independiente, en una ciudad -incluso en un país- donde esta disciplina apenas comienza a construir una personalidad propia.

Luna creció en la colonia Las Águilas y es muy amiguera, su primera maestra de danza fue Luisa Fernanda Flores Moreno. Se lanzó a Nueva York para darse cuenta de las cosas a las que podría aspirar, y ya para 1990 se involucró en el teatro musical con José Vázquez Escalona.

Perteneció al Ballet Guadalajara lidereado por Alex y Violet Zybin y fue becaria en la escuela Steps on Broadway. En el año 1994 arrancó su propia compañía Ika-lú Danza (Espíritu de Luna) que “surgió como necesidad de tener un espacio de expresión, en ese tiempo si querías bailar no había donde, si no lo creabas te quedabas con las ganas”, dijo en entrevista.

Bárbara afirma que la gente de Guadalajara tiene mucho nivel, sin embargo los foros donde se puede apreciar ese talento, siempre son foráneos. No es un secreto que la danza jazz para las nuevas generaciones es más cercana, la influencia de las manifestaciones urbanas como el hip-hop y el funk no se ha hecho esperar. “A veces defino al jazz como un estilo vivo que está en constante evolución y desarrollo, porque su naturaleza lo hace super flexible, puede incluir el contemporáneo, retoma la técnica clásica, el jazz es una forma de expresión bien abierta, no te rige bajo parámetros cuadriculados”, declara. Para Luna los mejores exponentes de esta disciplina en la ciudad son Josue Valderrama y Citlalli Luna.
“Mi carrera ha estado llena de casualidades, porque las oportunidades me han llegado en el momento exacto. (…) Uno tiene que trabajar de forma independiente (…) pero sí ha habido un trabajo cercano con las instituciones, ha sido una relación muy sana”. Como va avanzando la sociedad va avanzando el jazz. Dice. El primer semestre del año es el congreso y el segundo se hace una gira en 10 ciudades de la República.


Gabriela Cuevas, bailarina experimental  Busca la delgada frontera entre el teatro y la danza

Sus primos son artistas. Gaby Cuevas creció en la apacible colonia Providencia, su vida y su danza, -ésta última cobijada por las caricias y los aspavientos de la experimentación- se conformaron también con el tesoro de vivir en Chapala desde niña. Gaby, como buena alquimista, busca en lo profundo su propia piedra filosofal. Habla al mundo con el cuerpo y el silencio, arroja como pájaro sus indagatorias escénicas. “Estar en la danza fue una consecuencia de la necesidad hermosa y difícil para decir algo que no sé”, dice. No emigró para perseguir sueños de grandeza que el común de las bailarinas anhelaría obtener. A sus 40 años, parece de menos y tiene un hijo de diecinueve . No le ha sido fácil sobrevivir, porque decidió por la danza experimental en una ciudad que por lo general parece no agradecerlo, los foros existentes siempre son utilizados para “cosas más digeribles”. Es tesonera, dulce y profunda.

Fue una joven que estudió gimnasia artística, ballet y danza contemporánea, luego se topó con la reconocida bailarina Lola Lince, con quien trabajó 12 años y colaboró en puestas en escena como Flor de las fogatas y Los gatos lo sabrán. Trabajos que destacaban por su ilusión femenina y su vaporosa oscuridad. En Chapala llevó a cabo el trabajo Machis, mujer laguna. Actualmente imparte clases en la Escuela de la Danza de la Universidad, luego de haber cristalizado junto con Ana Elisa Fernández, más bien teatrera, Claudia Herrara y Meztli Robles, Clepsidra (reloj de agua), obra que tuvo temporada en el teatro del IMSS y que se presentó en el Festival Onésimo González del pasado septiembre.

“El universo no se equivoca”. Dice. Suspira. Optó como otras por el camino de la independencia, no compañías subsidiadas, ni nexos gubernamentales. Se enfrentó sola, muy derecho, y se puso a vivir un laboratorio escénico que le permite indagar sobre su universo interno. Ahora mismo, afirma, busca “esa línea aparentemente delgada” que une la danza y el teatro. Lo dice seria y en ello parece irle la vida.

— ¿Y si no lo encuentras?
 — (Gaby sonríe y apoya su rostro entre sus manos)No pasa nada.

Coralia Manterola, actriz  Regresa a la ciudad luego de años de ausencia

Coralia Manterola pertenece al teatro desde que no tenía hijos ni marido ni se había ido a vivir a Puerto Vallarta. No es una actriz que en los últimos años haya estado en el circuito, ni pertenece a los nuevos grupos que prometen o ya prometieron y se desintegraron. Coralia estudió en la Escuela de Teatro de Xalisco, cuando la sacaba adelante el argentino Rafael Garzaniti. También trabajó por una temporada en el pequeño teatro de El Venero, que tan bien dirigieron Olga Valencia y Javier Serrano. Hizo trabajos memorables como Tío Vania de Anton Chéjov, El astrólogo fingido, así como Ensayo sobre la ceguera. Ha trabajado en los largometrajes Abril y Mayo y Fecha de Caducidad, éste último de Kenia Márquez. Ha sido docente durante 15 años del área escénica en escuelas. Su madre es actriz, su hermana también. Nada en ella es casualidad. Hace
aproximadamente un año regresó a la ciudad y también a los escenarios. “Tuve proyectos interesantes que me dieron satisfacciones”, dijo. Por ahora se prepara para entrar al equipo de Escenas de Una mentirosa y su perro, supliendo a Arcelia Maisterrena (q.e.p.d.). También dirigirá la fundación de la Compañía Teatral Zoótropo. Y la veremos en Vencer los puertos, espectáculo mutidisciplinario que no vio la luz en Tapalpa. Escribe vía mail sobre la violencia cuando se le pregunta por el país: “Lamento en ocasiones tener que estar aquí y sobre todo ver a mis hijos crecer en un país donde yo crecí con libertad y ahora no se los puedo ofrecer”, señala.

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