Martes, 30 de Abril 2024
Deportes | La intensidad de Igancio Garibay tuvo lo suyo

El impacto de Silveti y la maestría de El Juli

Brillaba con luz propia el nombre de Diego Silveti, al lado de dos toreros de estilos muy contrastados, como El Juli e Ignacio Garibay

Por: EL INFORMADOR

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JURIQUILLA, QUINTANA ROO.-
El ambientazo en la hermosa plaza de Provincia Juriquilla era de auténtico lujo, y no era para menos con un cartel de esta categoría donde brillaba con luz propia el nombre de Diego Silveti, al lado de dos toreros de estilos muy contrastados, como El Juli e Ignacio Garibay.

Las buenas vibras estaban a favor de Diego, la noche de su debut como novillero en suelo azteca, un hecho nostálgico que, seguramente a todos los que vieron torear a su padre, provocó algún recuerdo agradable de ese torero tan profundo y místico, que no se olvida.

Y tras romper el paseíllo, la figura noble, entrañable, de Juanito Silveti, fue otra clara evocación de la solera de esta dinastía, homenaje señero al torero que supo dar ese toque clásico a esta casa de toreros buenos.

La curiosidad era grande, y los sinodales muchos. Tanto en el callejón de la plaza como en los tendidos, había un sinnúmero de buenos profesionales con los ojos bien abiertos para ver al nuevo Silveti.

Y vaya sorpresa tan grata cuando jugó los brazos suavemente para torear a la verónica al novillo de Fernando de la Mora que abrió plaza, y también en el quite por tafalleras que calentó la noche.

Estoico, concentrado y sereno, Diego no se dejó impresionar por nadie y dejó un grato sabor de boca con un toreo vertical, sentido y sincero, que tuvo su clímax con unos muletazos en los que se cambió una y otra vez el engaño por la espalda hasta enloquecer al público de emoción.

A esta fase del trasteo había antecedido unos redondos con mucho temple, sentido de la colocación y el ritmo, aderezados con personales pases de pecho.

Todo estaba listo para que cosechara dos orejas de rigor cuando falló con la espada. Y no es que hiciera la suerte de matar con la desconfianza lógica de su padre (¡aquellas rodillas de cristal!), sino que se dejaba la mano de la espada un poco atrás y pinchazo en lo alto.

Después de esta primera impresión, en la que el público pudo constatar las cualidades de Diego Silveti, el hijo del Rey David dio una ovacionada vuelta al ruedo, en medio del cariño de un público que percibió, en este torero de nuevo cuño, un artista en ciernes.

Todavía sin el rodaje y los recursos suficientes –ésta es la quinta novillada de su vida– enfrentó al novillo corrido en sexto lugar, al que ejecutó un estrujante quite por tafalleras en las que manifestó que, por si fuera poco, también tiene raza y valor.

En su afán de triunfo –era importante es foto a hombros con El Juli–, regaló un sobrero de la misma vacada, un torete que tampoco correspondió al prestigio de su divisa, y con el que volvió a bosquejar inteligencia y trazo, sobre todo cuando toreó en redondo y entusiasmó a un público volcado con su personalidad, dotada de una diáfana sencillez y una forma de ser muy natural, así como su toreo.

Y si la frescura había permeado en todo cuanto realizó Diego, la cátedra de El Juli tuvo un auténtico realce, pues el madrileño demostró, una vez y mil veces más, porqué ocupa un sitio de tanta jerarquía en la baraja taurina mundial.

La reciedumbre y los arrestos delante del complicado segundo, se transformaron en exquisito pulso a la hora de torear al cuarto, un toro que, a fuer de llevarlo cosido a la tela, terminó embelesándolo en una faena de una técnica asombrosa y una suavidad de pasmo.

Las dosantinas y los redondos fueron el epicentro de una obra donde El Juli acarició las embestidas del toro de Santa Bárbara, al que enseñó el camino del temple e hizo ver mejor de lo que realmente era, ya que al principio punteaba al final del muletazo y no era fácil de templar.

La rotunda estocada que colocó el maestro madrileño fue la mejor rúbrica a una faena para toreros, que los había en el callejón, y de todos los pelos y condiciones. Ahí quedó eso.

En medio del alumbramiento que supuso la actuación de Diego y la perfección julista, la intensidad de Igancio Garibay tuvo lo suyo. Y es que al primer toro de su lote se lo zumbó desde al arriesgado quite donde utilizó, como recurso insual, arrojar una zapatilla (de charol) para obligarlo a arrancarse.

Esta pasaje y diversos detalles con la muleta, ya cuando se había rajado por completo del de Santa Bárbara, dejaron entrever el gran momento por el que atraviesa Ignacio, un torero que se mantiene fiel a sus principios.

El quinto, que era el toro más hecho, de una corrida bien presentada, no le regaló una sola embestida a Garibay, que le buscó las vueltas con decisión no obstante que se acostaba por el pitón derecho y no era tarea fácil ponerse delante.

Esta faena no tuvo el mismo calado en el público, que alentó su quehacer sólo en contados momentos, aunque Ignacio no lo tomó en cuenta y salió a tratar de hacerle faena con una actitud más que digna.

Al final de la larga función, el público salió complacido de una corrida que tuvo interés, y marca en el calendario una fecha de la que algún día no muy lejano podamos estar orgullosos como aficionados: la del debut en México de Diego Silveti, torero de dinastía.

Ficha

Plaza de toros "Provincia Juriquilla". Lleno en noche fresca. 4 toros de Santa Bárbara, bien presentados y variados de juego, de los que sobresalió el 4o. Y 3 novillos de Fernando de la Mora, de escaso juego. El Juli (nazareno y oro): Palmas y dos orejas. Ignacio Garibay (verde botyela y oro): Oreja y ovación. Diego Silveti (azul turquesa y oro): Vuelta, palmas y palmas en el de regalo. Destacó en banderillas Armando Ramírez, que saludó. Y en varas, Rodolfo Acosta.

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