* Violencia

El futbol debería ser un vehículo idóneo para educar al ciudadano en valores tales como gallardía, solidaridad, espíritu de grupo, acatamiento de las normas establecidas, respeto de la autoridad... Eso, en el terreno de la teoría químicamente pura.
En el ámbito de la grosera realidad, empero, el futbol es caldo de cultivo propicio para situaciones indeseables como las que se vivieron el último fin de semana en el Estadio Jalisco en ocasión del partido Atlas-Tigres, y en el Estadio Azteca con motivo del duelo América-Pumas.

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No están alejados de la verdad los dirigentes de clubes --Mario Trejo, director deportivo de los Pumas, por ejemplo-- al endosar a los medios de comunicación la factura de los platos rotos...
Los medios, en efecto, contribuyen a que la que debería ser una fiesta deportiva, edificante, propicia para la convivencia social, degenere en una rivalidad que rebasa los límites de la contienda lúdica. El clima que generan al acentuar los puntos de conflicto y al darles una significación mucho mayor a la que deberían tener (al final de cuentas el futbol es, también en teoría, un juego cuyos resultados no deberían trascender al mundo real), dispone las cosas, en efecto, para que las pasiones se desborden, y el júbilo de los vencedores y la frustración de los vencidos, al mezclarse, den como resultado un coctel sumamente explosivo.

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Sin embargo, aun esa explicación, por simplista, es deficiente...
Es posible, por supuesto, que los medios, al “inflar” notas con la intención deliberadamente de vender, hagan gala de irresponsabilidad y ejerzan, si no como detonantes, sí como catalizadores; que dispongan, con el manejo estridente, sensacionalista, del entorno, el ambiente propicio para que la mezcla se active y la bomba detone...
Sin embargo, los propios clubes (y muy particularmente los Pumas, por su íntima vinculación con una institución eminentemente educativa) tienen su buena parte de culpa: son ellos los que alientan rivalidades exacerbadas --la de la UNAM con el Poli, por ejemplo--; son ellos los que cobijan, protegen, apapachan y hasta patrocinan, como integrantes de sus grupos de animación, a verdaderos rufianes, pandilleros y delincuentes en potencia.

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Se antoja, en todo caso, que lo inteligente, ahora, no consiste en buscar culpables ni en enfrascarse en un intrascendente duelo de dimes y diretes, sino en encontrar soluciones.
Esta vez, porque Dios es grande, no hubo mayores desgracias...
La próxima... quién sabe.