Domingo, 12 de Octubre 2025
Deportes | A propósito por Jaime García Elías

* Infalibles

A propósito por Jaime García Elías

Por: EL INFORMADOR

Lo que han hecho los modernos medios de comunicación no es demostrar, como se pretende, que los árbitros que ejercen en el futbol profesional son incompetentes, deshonestos... o, de preferencia, las dos cosas.

Lo que han hecho es aportar nuevos --y, en todo caso, más nítidos-- indicios probatorios de lo que ya se sospechaba: que los silbantes son tan humanos como cualquiera de sus críticos..., pero, también, mejores que cualquiera de éstos para el desempeño de su delicada encomienda dentro de las canchas en que los dioses de los estadios se disputan la supremacía en el Olimpo del deporte.

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Los árbitros, por una parte, comparten la misma limitación de todos los objetos que ocupan un lugar en el espacio: la imposibilidad de estar, al mismo tiempo, en otro sitio. (El don de la ubicuidad, consistente en estar siempre presente en todo lugar, hasta donde explican los expertos en esos asuntos, es privativo de Dios... aunque, modernamente, la televisión --ese “Gran Hermano” que parece verlo todo-- le disputa la exclusiva).

Los silbantes, por la otra, tienen la limitación de que la regla los restringe al máximo. Si bien es cierto que los jueces de línea ya no se limitan a señalar salidas de banda o de meta y fueras de juego, y que el adminículo que les facilita una comunicación continua con el árbitro central, permite incorporar sus opiniones, especialmente valiosas en acciones en que obviamente se encuentran mejor colocados que el silbante, la regla sigue siendo categórica: la última palabra la tiene, tuerto o derecho, el árbitro.

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Tanto en la celebérrima mano de Henry, previa al gol que dio a Francia el triunfo sobre Irlanda --y, de paso, el  boleto para el Mundial en puerta--, como en la de Huiqui en el Cruz Azul-Morelia del sábado, lo más probable es que el sentimiento de los silbantes, al cabo, haya sido de vergüenza, en la medida en que alguna de sus limitaciones invencibles o, en todo caso, un eventual descuido de su parte, fue determinante para el resultado de un partido trascendental.

Ellos, sin embargo, como todos sus colegas, merecen el beneficio que les da la regla: el presupuesto de que están capacitados para hacer su trabajo, de que están interesados en hacerlo lo mejor posible, y de que son absolutamente imparciales y honrados a carta cabal... aunque no sean tan “perfectos” como sus críticos.

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