Investigadores forenses y autoridades de Jalisco han construido fosas experimentales con cerdos domésticos para encontrar sitios de inhumación clandestina a partir de los cambios que la descomposición provoca en el suelo y el entorno.A Alfredo Ezequiel Campos Ayala se lo llevaron de su casa en Chulavista el 26 de septiembre de 2019, cuando tenía 25 años. Desde ese día, a su mamá, Guadalupe Ayala, le surgió una pregunta tras otra que parecía que nadie quería responder. Sus vecinos no le contaban lo que habían visto y, al principio, en la fiscalía ni siquiera pudieron aclararle si tenían a Alfredo detenido. Con el tiempo, Guadalupe aprendió que quien sí habla y da respuestas -incluso sin hacerle preguntas- es la naturaleza. Fue allí donde encontraron a su hijo, en la fosa clandestina de Lomas del Mirador II, descubierta en diciembre de 2019 en Tlajomulco de Zúñiga.El ocultamiento que por definición acompaña las desapariciones ha llevado a muchas familias y expertos a preguntarse ¿qué hace falta para encontrar algo que no se atestiguó? Con la investigación “Interpretar la naturaleza para encontrar a quienes nos faltan”, responden: observar el ambiente y el paisaje.A través de técnicas y métodos de las ciencias ambientales, un equipo científico interdisciplinario busca trazar patrones y comprender los efectos que la descomposición de un cuerpo produce en el suelo y el entorno, con el fin de contribuir a la localización de sitios de inhumación clandestina en Jalisco. Con ese propósito, han enterrado cerdos en condiciones similares a las de las fosas utilizadas por el crimen organizado. La Fiscalía Especial en Personas Desaparecidas (FEPD) de Jalisco reporta que entre 2018 y julio de 2025 ha procesado 210 de estos sitios de inhumación en los que se han encontrado a mil 985 personas. Solo mil 75 de ellas han sido identificadas.La frase “de mi cuerpo descompuesto crecerán flores, y yo estaré en ellas; eso es eternidad” es del pintor noruego Edvard Munch. Guadalupe la leyó por primera vez en la bodega de la Comisión de Búsqueda de Personas del Estado de Jalisco (COBUPEJ) donde la llevaron a observar los insectos encontrados en las fosas experimentales. Entonces quiso bordar la frase en un pañuelo. Entendió que después de estar en la fosa del Mirador II su hijo renació de otra forma. “Estuvo en la tierra. Del suelo pasó a ser parte del prado o tal vez una florecita que salió ahí”.“Esa frase que tenemos sí es poesía, pero sobre todo es una realidad técnica. No es una metáfora, ni estamos hablando de reencarnación, ni de misticismo. Las flores que crecen sobre las fosas son, en esencia, los cuerpos, porque sus elementos bioquímicos como el agua son lo que le dan la intensidad del color verde”, explica Tunuari Chávez, director de Análisis y Contexto de la COBUPEJ y uno de los coordinadores de Interpretar la Naturaleza. Las otras dos personas en la cabeza del proyecto son Víctor Ávila Barrientos, titular de la COBUPEJ, y José Luis Silván, doctor en Ciencias de Información Geográfica de GeoCentro.Trabajan en equipo con el personal de la Comisión de Búsqueda de Personas del Estado de Jalisco (COBUPEJ), del Centro de Investigación en Ciencias de Información Geoespacial (CentroGeo), de la Universidad de Guadalajara, de la Universidad Politécnica de la Zona Metropolitana de Guadalajara, de la Universidad Nacional Autónoma de México, de la Universidad de Oxford y, por supuesto, con grupos de familias de personas desaparecidas.La colaboración transdisciplinar ha permitido sumar el uso de tecnologías muy avanzadas, capaces de detectar indicios imperceptibles para los sentidos humanos, con el conocimiento acumulado por los colectivos buscadores que desde hace años desarrollaron sus propios métodos. Por ejemplo, el uso de la varilla “T”. Los espacios de experimentación forense en el Área Metropolitana de Guadalajara se materializaron a mediados de 2023. El primero en Tonalá, en instalaciones del Centro Universitario Tonalá, y el segundo en Cajititlán, en un terreno de la Universidad Politécnica de la Zona Metropolitana de Guadalajara (UPZMG).En cada uno de esos dos polígonos construyeron 16 fosas. Dos quedaron vacías para que fungieran como elementos de control y en las otras 14 se enterraron cerdos trasladados desde el Rastro Público. Estos animales se usaron por la similitud de sus cuerpos con la del cuerpo humano en cantidad de vello, tamaño del torso, flora intestinal, hábitos alimenticios y procesos de descomposición.En cada inhumación se replicaron las condiciones recurrentes de las fosas clandestinas. Algunos cuerpos fueron seccionados, otros cubiertos con cal, envueltos en bolsas plásticas negras, en cobijas de algodón y poliéster, y algunos otros los quemaron. En total tenían 32 fosas con 27 ejemplares porcinos de los que toman muestreos frecuentes. Cada color, textura, temperatura, planta e insecto es de interés.Se han utilizado técnicas de prospección geofísica para entender cómo viajan las ondas sísmicas y la electricidad al atravesar cuerpos enterrados. A través de Radares de Penetración Terrestre se analiza la actividad electromagnética relacionada con la tierra removida. También se han utilizado todo tipo de drones cuyas cámaras permiten capturar imágenes de cambios en los colores, la temperatura y la superficie del terreno.Con ayuda de las ramas de la biología como la botánica y entomología (el estudio científico de los insectos) se ha observado la llegada de plantas que aprovechan el nitrógeno y otros nutrientes derivados de la descomposición de los cadáveres, y la sucesión de moscas, larvas y escarabajos que se presentan conforme avanza el tiempo.La explicación de todos estos métodos se dio a conocer en un primer corte de la investigación, del que surgió el libro Interpretar la naturaleza para encontrar a quienes nos faltan. Ciencias biológicas, físicas y de la tierra aplicadas a la detección de inhumaciones clandestinas, publicado en 2024. Sin embargo, desde entonces han surgido nuevos resultados y se ha sumado un nuevo polígono de fosas experimentales en el municipio de Zapopan, cerca del Bosque de la Primavera.Desde el primer corte de trabajo, el equipo científico aseguró que las técnicas que involucran el uso de tecnología avanzada, como la prospección geofísica, la termográfica, el análisis topográfico y de radiación electromagnética, “mostraron resultados más consistentes que los estudios del suelo y de las comunidades de plantas e insectos”.Estas técnicas ya han sido probadas en ejercicios reales para encontrar el lugar preciso donde había entierros dentro de localidades previamente señaladas por testigos o en confesiones. Aunque Tunuari Chávez aclara que el proyecto apenas está al 30% de sus alcances esperados.El funcionario explica que con el dron de sensores multiespectrales han registrado cambios en el color de la vegetación que crece sobre los sitios de inhumación. Explica que esto es posible porque la molécula de hemoglobina -la proteína presente en la sangre- es casi igual a la molécula de la clorofila, el pigmento que genera el color verde de todas las plantas. Eso quiere decir que siempre que hay sangre en la tierra, las plantas se ponen más verdes.Con los drones equipados con cámaras termográficas buscan reconocer “el calor de las personas que nos faltan”. A través de esta tecnología han obtenido series de mapas térmicos capturados a diferentes horas del día. Luego los fusionan para medir las variaciones de temperatura. En dichas imágenes, las fosas resaltan porque, al ser cavidades, se enfrían más rápido que el resto de la tierra compacta.Como parte de las técnicas de prospección geofísica, generaron tomografías de la tierra en las que se mide la conducción de electricidad y de energía sísmica. Para ello, inyectaron descargas eléctricas en el suelo y ubicaron las inhumaciones donde el flujo de corriente era diferente. “Los cuerpos conducen la electricidad distinto porque tienen agua”, explica Tunuari Chávez.La investigación también aportó información valiosa para construir hipótesis de identidad de los cuerpos inhumados. “En una fosa cerca de Cajititlán nos dimos cuenta de que la avanzada descomposición de los cuerpos se debía a la presencia de agua subterránea. Lo relacionamos con una ola de desapariciones sucedidas en colonias cercanas poco tiempo atrás y sí se lograron restituir algunas identidades”.A dos años de la construcción de las primeras fosas experimentales, la observación de plantas e insectos también se ha robustecido.En una bodega debajo de las instalaciones del COBUPEJ, el entomólogo (especialista en bichos) José Robles se dedica a clasificar todos los animales que sus trampas han atrapado en diversas fosas. Hay pupas en tubos de ensayo, moscas, escarabajos de colores brillantes, grillos, cucarachas y hasta alacranes. Uno de los propósitos de ese espacio es reconocer los insectos necrófagos que se alimentan de carne putrefacta para compartir el conocimiento con las familias buscadoras. “Buscamos que este espacio tuviera un enfoque didáctico”, dice Tunuari Chávez.Guadalupe Ayala fue una de las madres a quienes involucraron en la investigación desde el principio. Aunque encontró a su hijo desde el año 2020, las autoridades tardaron dos años en entregarle su cuerpo completo. Debido a esa travesía, decidió seguir en la lucha para ayudar a otras madres a recuperar a sus hijos.Ella considera que las técnicas empleadas en la investigación “Interpretar la naturaleza” pueden hacer la diferencia para encontrar a las personas desaparecidas, pero denuncia que mientras no haya coordinación entre las instituciones, no habrá ningún resultado. “¿De qué nos sirve que la Comisión de Búsqueda ubique los puntos de posibles fosas si la Fiscalía no entrega los dictámenes para empezar las excavaciones? Su burocracia no nos deja avanzar”, dice Guadalupe.Tunuari Chávez también reconoce que entre los pendientes que tienen está “calibrar” el conocimiento de los técnicos de todas las instituciones para que puedan usar las herramientas de manera eficaz. Hace falta formar “fosólogos” e incorporar todas las técnicas para estandarizar las búsquedas, dice el experto.Si bien la exigencia primordial de las familias es el regreso de sus familiares con vida, “el crecimiento de estudios científicos como este es una muestra de la brutalidad de estos tiempos que hace necesaria la investigación y el desarrollo tecnológico para localizar a las personas que han sido víctimas de desapariciones”, dice el libro Interpretar la naturaleza para encontrar a quienes nos faltan.