Jueves, 28 de Marzo 2024

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Venezuela como escaparate ideológico

Por: Diego Petersen

Venezuela como escaparate ideológico

Venezuela como escaparate ideológico

Me temo que son pocos, muy pocos los mexicanos a los que realmente les importa el futuro de Venezuela. Para la mayoría, estén de un lado u otro, el derrotero de este país latinoamericano se ha convertido en un asunto de decantación ideológica, de qué lado estás, en México.

Desde que los panistas usaron, con éxito, el tema de Venezuela para descarrilar la campaña de López Obrador en 2006, toda la derecha mexicana está convencida que hay que luchar con el régimen bolivariano, aunque no entiendan de qué se trata, mientras que la izquierda se ha dedicado a defenderlo obcecada y ciegamente. La mayoría de los que opina sobre el derrotero de Venezuela en las redes sociales en realidad lo que hace es posicionarse internamente. Tan es así que a los grandes “defensores de las libertades” de los venezolanos les importa un cacahuate lo que pasa, por ejemplo, en Nicaragua, mientras que quienes defienden a Maduro ignoran olímpicamente las constante violaciones a los derechos humanos en ese país, o en Nicaragua y ahora, me temo, también lo harán en México.

El Gobierno mexicano ha sido muy parco en su forma de manejar el tema Venezuela. Es evidente que no quiere condenar al desastroso régimen bolivariano

En medio de esta discusión ha quedado la famosa doctrina Estrada, una forma vanguardista de entender las relaciones internacionales… hace noventa años, y que hoy si bien no podemos decir que está superada, sí al menos debe ser matizada por criterios igualmente consagrados en la Constitución como los derechos humanos. La no intervención y el derecho de los pueblos a la auto determinación le fue muy útil al régimen priista en el siglo XX: yo no me meto con nadie para que nadie se meta conmigo. Sin embargo, cuando por razones de conveniencia política el régimen necesitaba marcar distancia rompía relaciones con aquellos a los que consideraba moralmente inaceptables. Así, con justa razón, pero lejanos a la doctrina de no intervención, México rompió relaciones con el Gobierno chileno de Augusto Pinochet tras el golpe de Estado, o con el de Francisco Franco, no cuando derrocó a los republicanos en la guerra civil, sino cuando condenó a pena de muerte a un grupo de etarras acusados de terrorismo.

El Gobierno mexicano ha sido muy parco en su forma de manejar el tema Venezuela. Es evidente que no quiere condenar al desastroso régimen bolivariano, pero tampoco se ha ido de bruces en su defensa. El representante enviado a la toma de posesión de Maduro era de cuarto nivel (mientras que Maduro vino en persona a la del Presidente de México y aceptó no acudir a la cámara); no se ha animado a desconocerlos, pero tampoco desconoce a la oposición, por el contrario, se ofreció como mediador.

López Obrador sabe bien que lo que está en juego no es el futuro de Venezuela sino la polarización que, una vez más, le permite liderar la conversación.

(diego.petersen@informador.com.mx)

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