Jueves, 18 de Abril 2024

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Una lección de movilidad: “Siempre ha sido así”

Por: Jonathan Lomelí

Llevo casi un año observando un fenómeno de nuestra ciudad, una esquina en concreto, que reúne la infraestructura soñada y la incultura vial materializada, el éxito y el fracaso, lo mejor y lo peor de nuestra movilidad en la metrópoli. 

Cada jueves circulo en mi auto frente a los Arcos de Zapopan. Ese cruce sufrió una transformación hace unos años con el paso elevado de la Línea 3 del Tren Ligero y la estación que comprende una espléndida plazoleta. 

De entrada, nombrar las avenidas del cruce es medio complicado. Del lado Sur se llama Avenida Américas lo que del lado norte se convierte en Juan Pablo II. Del lado Oriente se llama Aurelio Ortega lo que del lado Poniente se transforma en Avenida Hidalgo. Por cierto, debajo hicieron un paso a desnivel que se inunda en el temporal cuando el cárcamo se descompone o se ve “rebasado” por una lluvia atípica como marcan los cánones de la ingeniería civil tapatía. 

Pero volvamos al punto inicial. Siempre que paso alrededor de las dos de la tarde, proveniente de Avenida Américas hacia Juan Pablo II, me atoro un buen rato. Una razón -no la única, remarco- es que sobre esa avenida, frente a la entrada al hospital San Juan de Dios, hay un letrero explícito que PROHÍBE la parada de autobuses del transporte público. Pero justo debajo, oh dioses, se aglomeran los usuarios por montones porque “sólo allí se paran los camiones”. 

Esto provoca la obstrucción del único carril disponible que en hora pico tapona la arteria y colapsa el nodo. Me parece un misterio que los pasajeros y camioneros conviertan en parador un letrero que ordena justo lo contrario. No menos misterioso resulta que los camioneros suban el pasaje sólo allí. Sobre todo cuando 20 metros adelante hay una bahía de carga y descarga que podría funcionar como acotamiento para subir y bajar pasaje de manera más segura para los usuarios y sin obstruir el único carril. Porque lo más grave de esto es que representa un riesgo para los pasajeros cada día.  

Hice una investigación de campo. Obtuve tres respuestas poco asertivas de sendos pasajeros. Una señora: “Siempre ha sido así”. Ella iba rumbo a Tabachines. Cuando le hice notar que adelante había una bahía de carga y descarga que podría funcionar como paradero más seguro, acotó: “Aquí así trabajan”. 

Luego llegó un joven al que le pregunté si frente al letrero le darían la parada: “Oh, sí, son bien raros”, y se subió al camión que se detuvo en ese momento. Ningún camionero quiso responderme. Mi diálogo más logrado fue un: “¿Te vas a subir o no?”. 

Hasta ayer tenía una hipótesis para explicar este interesante caso de antropología urbana. Junto al letrero que nadie atiende hay tres árboles frondosos que dan sombra. Mi explicación era la siguiente: los pasajeros se ubican debajo para esperar el camión porque prefieren la sombra. No lo hacen más adelante, en el acotamiento, porque les da el sol directo. 

Sin embargo, esta hipótesis sólo se sostiene a mediodía. Porque ayer que acudí en la mañana, el sol daba a pleno junto al letrero. Y aún así funcionaba como paradero… 

En ese punto de la ciudad hay todo lo que modernamente llamaríamos soluciones para la movilidad. Una ciclovía bien segregada, transporte masivo con la Línea 3, transporte público, un paso a desnivel, una plazoleta con bancas y arbolado, pasos de cebra, semáforos sincronizados, bolardos de seguridad, pero algo no termina de funcionar… 

¿Por qué? Misterio. 

jonathan.lomelí@informador.com.mx

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