Martes, 23 de Abril 2024

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Un paseo por el Centro

Por: Armando González Escoto

Un paseo por el Centro

Un paseo por el Centro

Pasear por el Centro Histórico de Guadalajara puede generar notables aprendizajes sin otro esfuerzo que caminar, detenerse a mirar, ver y oír.

Preguntarle a un tapatío, justo en el Centro, que para dónde quedan los “dos templos”, es generarle desconcierto ¿cuáles dos? ¿Catedral y el Sagrario? ¿San Agustín y Santa María de Gracia? No, donde salen los camiones que van al Salto. Ah bueno, eso se llama San Francisco y Aránzazu, o por lo menos, el jardín de San Francisco.

Pero mientras los transeúntes tratan de ponerse de acuerdo en las nuevas nomenclaturas, un cabal ciudadano muestra a sus hijos adolescentes la fachada de la catedral, indicándole que arriba, en el Centro, están los nichos del “arcángel” san Pablo y del “arcángel” san Pedro. Cierto que todavía en la Edad Media muchos personajes reales o ficticios fueron canonizados por aclamación popular, pero ¿arcangelizados?

Más adelante, en la poblada Rotonda, dos muchachas observan la recién llegada estatua de fray Antonio Alcalde y se preguntan ¿en qué estará pensando? Porque efectivamente el personaje fue plasmado en actitud reflexiva; tal vez piensa “¡en lo que vine yo a parar!” rodeado como está de tan variopintos personajes, unos echando discursos inaudibles a la clase obrera, otra, desesperada, preguntando que donde están sus hijos, uno más tratando de ver quién le robó la batuta, otro dejando los libros en el piso para que no se le olviden al salir, don Clemente pintando al aire, Arreola molesto porque le quitaron su capa, María Izquierdo no quiere que su mano siga pintando, a Jacobo Gálvez le agarraron unos fríos que es hora que no se le quitan, al Dr. Atl lo condenaron por toda la eternidad a seguir prescindiendo de la pierna que alguna vez tuvo, cualquiera que haya sido, ¿cómo no va a estar pensando fray Antonio ¡dónde vine yo a parar!?

Justo más delante, un niño, azorado, le pregunta a su mamá ¿y los caballos? frente a una de las novedosas calandrias eléctricas que semejan carretas varadas, la mamá poco avezada en asuntos tan técnicos le dice, andan en su hora de recreo.

Pero no todo son estatuas, jardines, monumentos y turistas, también persiste la conversión del Centro en mingitorio público, sea en torno al “cabezón”, que ya hiede, que en el largo muro pétreo de la escuela primaria pública de Reforma y Liceo, frente al jardín de San José, donde pernoctan varios vagabundos en bancas-cama al aire libre, con baños públicos disponibles a toda hora.

La tarde cae, frente a la Preparatoria de Jalisco, bajo la pérgola de la plaza, dos jóvenes ¿estudiantes? se envuelven en nubes de marihuana, mientras otros dos, ahí mismo, esparcen cocaína sobre una libreta y la inhalan con popotes.
Guadalajara está cumpliendo 477 años de existencia, treinta de habitar en el neoliberalismo, como cincuenta de haber abandonado su Centro Histórico en aras del destino, seis de su más reciente bancarrota municipal, y otros tres en manos de marcianos.  Por supuesto que nada de esto debe impedirnos celebrar nuestra identidad como ciudad y como cultura regional, nacida en 1542 y fraguada a lo largo de todo este tiempo.

armando.gon@univa.mx

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