Lunes, 21 de Octubre 2024

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¡Sí se pudo!

Por: Jaime García Elías

¡Sí se pudo!

¡Sí se pudo!

¡Aunque Ni Ripley lo crea: Atlas, campeón...!¡Dichosos los que vivieron para verlo!

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Comprobado: no hay mal -ni hechizo, ni maldición gitana- que dure cien años. El maleficio que persiguió a los Rojinegros durante generaciones, duró setenta.

Anoche, finalmente, el maleficio se rompió.

Fiel a su espejo diario, el Atlas le puso dramatismo al desenlace de la historia, no sólo porque tuvo que llegar a la instancia definitiva de los penales, en que la suerte coqueteó con los dos equipos, sino porque las varias oportunidades claras malogradas por los Rojinegros durante los 90 minutos reglamentarios, resucitaron fantasmas.

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Las dos situaciones más propicias, más nítidas del primer tiempo, en los pies de Quiñones, y la más clara del segundo, en la cabeza de Zaldívar, parecían del género de las escandalosas y de la especie de las imperdonables. Se temía, pues, que la historia se repitiera, que el maleficio prevaleciera.

El Atlas había sido mejor, ciertamente; lo fue durante la temporada regular, porque terminó segundo y el León tercero; lo fue en el partido de Ida, en que tuvo ventajas de 1-0 y 2-1 pese a jugar de visitante. Lo fue anoche, porque ni siquiera las pifias de los rematadores eran óbice para reconocer que los Rojinegros jugaban mejor: defensivamente, recuperó el orden que por momentos se perdió y costó la derrota en León; ofensivamente tuvo el mérito de porfiar, a despecho de las notorias deficiencias en el remate... ¡y mató venado!

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A reserva de ahondar en las reflexiones a las que obliga el resultado, vale subrayar que sería injusto atribuir el título conseguido anoche por el Atlas, para la correspondiente segunda estrella en el escudo, a los pretextos que pudieran esgrimir otros para no haber llegado a la cima; concretamente América, Cruz Azul -campeón defensor- Monterrey y Tigres, por lo abultado de sus nóminas y el cartel de sus figuras.

Más que a culpas ajenas, el título es mérito de dirigentes, técnicos y jugadores que fueron capaces de protagonizar la metamorfosis de aquel equipo que se conformaba con ganar elogios por lo sedeño de su juego, y convertirlo en el que anoche pudo comprobar que en el deporte, como en la vida, pocas cosas hay tan gratas como la satisfacción de ver coronado el esfuerzo con el triunfo.

Lo dicho: ¡dichosos los que vivieron para verlo!

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