Jueves, 28 de Marzo 2024

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Los muertos que no cuentan, la otra pandemia

Por: Jorge Zepeda Patterson

Los muertos que no cuentan, la otra pandemia

Los muertos que no cuentan, la otra pandemia

Morirse de algo que no sea el coronavirus parece casi de mala educación, dice un tuitero en España (Alberto González Vázquez) y no anda errado. Ahora mismo al anunciarse la muerte de una celebridad, algo de glamour pierde cuando se añade que sucumbió por razones ajenas al COVID-19.

Ironías aparte, el tuit entraña una reflexión de fondo. Los mexicanos se siguen asesinando a razón de 90 por día y las enfermedades vinculadas con la insalubridad se llevan a miles cada 24 horas en el mundo, pero esas “minucias” han dejado de contar en las noticias, no inquietan a la opinión pública y hace mucho que cesaron de incomodar a la conciencia moral de Occidente. ¿Quién escucha cuando nos dicen que cada año más de 200 mil niños mueren de diarrea viral porque no tienen agua potable?, pregunta el filósofo Markus Gabriel, ¿por qué nadie se interesa por esos niños? Entre otras razones porque esos niños no mueren en Europa.

Han fallecido 20 mil personas en el Primer Mundo por el coronavirus y no hay manera de desestimar el daño. El dolor que la repentina pérdida deja entre familia y amigos es inconmensurable. Y, desde luego, no sólo preocupa la magnitud de la tragedia sino el corolario, que podría culminar en millones de víctimas. Las grandes potencias están en su derecho de hacer todo lo posible a su alcance para intentar detener la pandemia.

Sólo habría que estar conscientes de que la medicina que han decidido autoadministrarse irradiará calamidades impredecibles para el resto del mundo. La decisión radical de los países europeos, y ahora Estados Unidos, de cerrar sus economías a cal y canto provocará una debacle económica de proporciones inéditas. Para esos países se traducirá en una depresión que les llevará un buen rato compensar. Aunque eventualmente lo harán. Pero otros no. El tema para los países pobres es que la pandemia habrá de agregarse a jinetes del Apocalipsis que ya habían llegado antes y las medidas que ahora se han tomado unilateralmente no harán sino empeorarlo.

Sólo para poner las cosas en perspectiva: la diabetes mata a 1.6 millones de personas cada año, el cáncer en las vías respiratorias otros 1.7 millones y las enfermedades diarreicas 1.4 millones, según la Organización Mundial de la Salud (cifras de 2016). El año pasado murió de gripe medio millón de personas.

La mitad de las muertes en el hemisferio sur, es decir decenas de millones de personas cada año, obedece a causas vinculadas a la pobreza (desnutrición, insalubridad, tuberculosis, enfermedades trasmisibles). En los países ricos este tipo de padecimientos sólo causa 7% de las defunciones, señala el mismo reporte de la OMS (bit.ly/3dB5w7q). El parón en seco de la economía en las metrópolis será un tsunami que provocará devastadoras olas sobre la precaria situación de miles de millones de personas en el planeta. O como ha dicho el primer ministro paquistaní, si cerramos las ciudades los salvamos del coronavirus, pero los matamos de hambre. O, en otras palabras, habría que cuidar que no termine matando a los que no infecte.

Los jefes de Estado de las potencias actuaron en función directa de sus intereses electorales, desesperados por ser percibidos como los más responsables de proteger de manera inmediata a sus ciudadanos. Lo más urgente era tomar decisiones, después se vería el impacto que estas decisiones tendrían para sus propios gobernados al mediano plazo. Pero lo más grave es que decidió, cada cual, apertrecharse en su propia casa.

Nadie vio por el vecindario, ni siquiera dentro del barrio mismo de vecinos ricos, mucho menos contemplaron lo que sus decisiones terminarán provocando en África, Asia y América Latina. Uganda, cita The Economist, tiene más ministros de Estado que camas de cuidado intensivo. Ahora mismo las potencias compiten para arrebatarse entre sí los respiradores y las mascarillas que pueden arañar en el mercado mundial.

Tendrían que haber intentado una acción coordinada para producir lo más urgente para todos, de acuerdo con las ventajas comparativas de cada planta industrial y en función de las necesidades planetarias. La pandemia es mundial, la defensa también tendría que serlo. Lejos de ello, muchos de estos países han impuesto regulaciones para impedir la exportación de equipo médico a otras naciones durante la crisis.

El problema es que vivimos tiempos planetarios, no nacionales. El virus mismo es un fenómeno global y una frontera tras otra ha sido inservible para contenerlo. La miseria a la que puede condenarse a la otra mitad de la población, las hambrunas, las enfermedades, la inestabilidad política, las inevitables emigraciones y los campos de refugiados, no pasan por su mente, aunque pasarán por su porvenir. Los árabes y subsaharianos que hoy habitan los barrios bravos de París, Londres o Marsella son hijos del colonialismo. La violencia y la disolución social que aqueja a Europa abreva en lo que las metrópolis hicieron hace 200 años en las tierras que espoliaron. Y eso era antes de la globalización.

Hoy intentan salvarse solos, aunque para hacerlo tengan que ignorar lo que sus acciones provocarán en las economías desprotegidas. Durante décadas la globalización convenció a los países pobres de la necesidad de abrir sus mercados y sus tierras porque lo de hoy era la interdependencia. Ahora rompen unilateralmente las cadenas productivas mundiales a la voz de un “sálvese quien pueda”.

Para su desgracia la globalización no es un switch que pueda conectarse y desconectarse a voluntad. Los países ricos se han contado una ficción a sí mismos, pretendiendo vivir en un mundo que ya no existe. Cada nación ya no es una casa sino el camarote de un buque llamado Tierra. Un virus gestado en un mercado de Wuhan corre por las venas de Boris Johnson en el 10 de Downing Street, en Londres. Esto no es más que el principio.

En las próximas semanas México tendrá que tomar decisiones claves. AMLO ha argumentado ante el G-20 la necesidad de hacer algo que contemple también a los que menos tienen. Ojalá pueda ser entendido por los que más tienen, dentro y fuera de México.

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