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Guadalajara y sus patronos contra los desastres (II)

Por: María Palomar

Guadalajara y sus patronos contra los desastres (II)

Guadalajara y sus patronos contra los desastres (II)

La primera instancia de autoridad de lo que había de llegar a ser la Nueva España y luego México fue un ayuntamiento. Casi siempre se olvida que el cabildo municipal es el espacio del poder local, de la deliberación, de la participación entre iguales, de la rendición natural de cuentas. Es el embrión de la noción de ciudadanía.

Entre los momentos fundacionales de Guadalajara están aquellos en que los ayuntamientos donde participaban nuestros ancestros decidieron y votaron: eligieron cuáles eran las fuerzas del universo de las que esperaban socorro y a quiénes hacían testigos de su propia responsabilidad de velar por sus vecinos. Así, los patronazgos de la ciudad no fueron invento de un cura o de unos beatos: fueron iniciativas de la autoridad civil (con el lógico acuerdo del cabildo diocesano), declaraciones formales y solemnes, con compromisos fijos para el culto del santo patrono y presupuestos destinados a él.

El patrono más antiguo de Guadalajara, San Miguel Arcángel, llegó al valle de Atemajac con los primeros vecinos de la última refundación de la ciudad trashumante. Su título se remonta al 28 de septiembre de 1541, cuando los moradores de la Guadalajara de Tacotlán derrotaron, con muy pocos recursos, a una muchedumbre de atacantes de la llamada rebelión chimalhuacana. La victoria se atribuyó a la intercesión del Arcángel, al que el ayuntamiento de la ciudad hizo el voto perpetuo de festejar cada 28 de septiembre, víspera de su fiesta.

El 24 de agosto de 1592 se eligió por sorteo un santo patrono para la ciudad contra los rayos, animales ponzoñosos y temblores de tierra, y resultó electo “el señor san Clemente, Papa mártir”. Se acordó solemnizar su fiesta cada 23 de noviembre con vísperas, misa y sermón. En catedral, del lado del Evangelio, hay un altar dedicado a él.

En el siglo XVII el Ayuntamiento de Guadalajara designó a San Sebastián protector contra la peste (función que se le atribuye desde muy antiguo), y se construyó en su honor una capilla al poniente de la ciudad; su fiesta se sufragaba con rentas establecidas especialmente para tal fin. En 1699 se erigió ahí un beaterio que más tarde se convertiría en el convento de dominicas de Jesús María.

En 1605, el Obispo don Alonso de la Mota y Escobar sugirió a los habitantes de Guadalajara, muy afectados por una insólita plaga de hormigas y alacranes, pedir el auxilio divino mediante la intercesión de un “padrino amigo”. Resultó electo San Martín, al que juraron patrono los cabildos de la ciudad y de catedral.

En 1734 propuso al cabildo el Alférez Real, por “haberse experimentado en esta ciudad muchos años ha, y siempre en los tiempos regulares de las aguas, formidables tormentas que con sus rayos han muerto a muchos, horrorizando y atemorizando a toda la república”, y especialmente ese año en concreto, nombrar patrona contra tales desastres a la muy venerada advocación de Nuestra Señora de Zapopan.

Finalmente, en 1771, ante la aflicción de los tapatíos por los fuertes temblores de tierra, el Ayuntamiento eligió a Nuestra Señora de la Soledad como abogada contra esas calamidades. El Rey aprobó el patronato en el año de 1777 y ordenó que su día fuese fiesta de guardar.

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