En un video del partido Atlas VS Querétaro, un hombre y una mujer auxilian a un atlista inconsciente y semidesnudo entre las gradas del Estadio La Corregidora, pero seis jóvenes irrumpen con una coreografía de patadas y puñetazos contra la víctima indefensa. Uno de ellos lo azota con la hebilla de su cinturón en busca de su rostro.La violencia brutal del sábado se entiende como una expresión que nace del desprecio profundo por la ley, pero no sólo de los aficionados, también de la autoridad. Se trata de un síntoma de la ausencia del Estado y de la erosión social que socava nuestra vida pública y privada en México, ahora crudamente expuesto en un partido de fútbol. No es que fallaron los protocolos de seguridad y prevención. Simplemente no había protocolos.El problema recurrente de la violencia en los estadios no se soluciona con más medidas espectaculares: una súper-ley, un mega-operativo, una detención en masa o una política de mano dura con híper-sanciones. Todo eso se ha intentado y ha fracasado aquí y en otros países.Parte de la solución pasa por un cambio cultural para acatar lo que marcan las normas municipales y de la Federación Mexicana de Fútbol. Si el Querétaro y la autoridad hubieran cumplido el Reglamento de Seguridad para Partidos Oficiales, no habría ocurrido la tragedia del sábado.Pero sólo es letra muerta. Todos los barristas, en teoría, deben estar credencializados a riesgo de que el equipo reciba una multa, pero nadie cumple (para prevenir hay que conocer, dice la máxima, y que no haya un sólo detenido prueba que la autoridad ignora quiénes son los barristas del Querétaro). Debió instaurarse un protocolo ante un Partido de Alto Riesgo y eso obligaba a un «refuerzo masivo de la seguridad». La cuota mínima a cumplir era de dos guardias por cada cien aficionados; el gobernador queretano aceptó que no se cumplió con el estado de fuerza idóneo. Debieron aplicarse tres anillos de seguridad para evitar la entrada de navajas y objetos prohibidos que se vieron a nivel de cancha. Todo estaba en el reglamento, pero ni los barristas, ni la empresa futbolística, ni el estadio, ni el gobierno cumplieron su parte.Cada vez toma mayor fuerza la versión de una emboscada contra los aficionados del Atlas facilitada por los elementos de seguridad del estadio de La Corregidora. Se trata de una hipótesis creíble porque la corrupción institucional y la violencia extrema aparecen en ámbitos en donde el cumplimiento de la ley y las normas cívicas son una simulación.Por eso la tragedia que ocurrió en Querétaro se trata mucho más que de un partido de fútbol. Encarna la expresión y resultado de un sistema social y cultural en crisis. Esto marca un antes y un después, no sólo para el futbol mexicano, sino para todos como sociedad.