Viernes, 26 de Abril 2024

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El problema (y la oportunidad) de los planes urbanos

Por: Juan Palomar

El problema (y la oportunidad) de los planes urbanos

El problema (y la oportunidad) de los planes urbanos

Las ciudades necesitan esencialmente un plan. De otra manera se convierten en organismos desordenados que prohíjan toda suerte de desarreglos en perjuicio directo de su población y de su contexto físico. Y a medida que las funciones de la urbe van siendo más complejas se requiere contar con instrumentos de orientación cada vez más precisos y refinados.

Un plan urbano es un consenso: es el acuerdo más o menos arduamente negociado entre las voluntades e intenciones que dan vida a la ciudad. Nunca habrá un propósito unívoco e indiscutible sobre lo que debería suceder en sus ámbitos. Toda suerte de visiones, con distintos grados de información, diferentes intereses, variados propósitos, múltiples materias, conforma una complicada trama sobre la que es necesario trabajar para obtener un plan válido. Quizá nadie encuentre la plenitud de sus deseos en el resultado, el plan no se pliegue totalmente a ningún parecer, individual o grupal. Pero, en esencia, un consenso es indispensable.

La reciente traba para algunos de los Planes de Desarrollo Urbano de Guadalajara abre otra vez la puerta a un escenario más que indeseable: la ausencia de ordenamientos operativos y eficaces para discernir, hoy, un proceso urbano que no es posible detener sensatamente, ni menos regular, con medidas judiciales. Se ha visto con reiteración el desastroso resultado de dejar en manos de autoridades que nada tienen que ver con el urbanismo graves resoluciones que mucho afectan a la comunidad y que se prestan a manejos oscuros.

Es altamente preferible un plan imperfecto que la total ausencia de un plan vigente. (Es sabido que los planes a los que temporalmente se tendrá que recurrir datan, nada menos, que de hace quince años.) El principio de regular la urbe según está determinado por los ordenamientos respectivos se basa directamente en el principio democrático que debe guiar la vida citadina. De otra manera se cae en una especie de dictadura de facto por parte de autoridades ajenas a su campo. Y eso es gravísimo.

Por otro lado, es más que tiempo, como se ha repetido, de modernizar radicalmente el sistema de planeación al uso, cuyo énfasis está puesto sobre todo en lo regulativo y lo restrictivo. Esto agudiza la tensión permanente entre lo que los particulares demandan y lo que la autoridad debiera promover activamente: el futuro deseable de cada contexto urbano, de la totalidad de la ciudad.

En pocas palabras: es necesario apoyarse en las más avanzadas tecnologías e instrumentos de diagnóstico para construir una visión tanto general como particularizada de la urbe. Una visión asertiva, factible, deseable. Y consensada de manera eficaz: dotando de una lectura amplia y comprensible (que está muy lejos de ser la actual) para toda la ciudadanía de lo que se propone. Y contar con mecanismos, plenamente basados en estos nuevos recursos técnicos que hacen legibles y medibles -en todos los términos- las propuestas, que las evidencian y hacen objetivas.

Es vital no tratar de necrosar a la ciudad con medidas de fuerza. Y es aún más vital mejorar radicalmente los procesos que, en vez de necrosar, inyecten vida a la ciudad deseable. Nunca con el imposible y fascistoide acuerdo universal: siempre con una negociación sensata y prudente, con una impecable y lúcida gestión técnica. Para esto, son necesarios la audacia, la imaginación, la tolerancia, el acuerdo democrático.

jpalomar@informador.com.mx 
 

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