Viernes, 26 de Abril 2024

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Diario de un espectador

Por: Juan Palomar

Diario de un espectador

Diario de un espectador

Atmosféricas. Gato de noche, perro de día, en el jardín silencioso y alegre, el que se reporta conforme y aun contento por el cambio de guardia que ritma sus días. Forlán y Kublai Can van ajustando sus rutinas, en las que resulta esencial el pacto que de mutuo acuerdo han establecido sobre jurisdicciones y armamentos. Así que colmillos y garras, corretizas y asedios, son contenidos, salvo cuando alguna de las dos partes infringe el acuerdo. Lo que sucede nomás cada rato. El can parece tener vocación francotiradora, muy propia de su naturaleza bladerunner; el gato, por su lado, es un refinadísimo replicante, un sibarita de la reiteración de modos aprendidos, comedidos, vagamente rituales. Aparece en toda su pálida gloria la luna extravagante, pero en sólo en su reflejo sobre la caja de plata del agua que mira al levante. Mucho más tarde se la puede ver con plenitud en su travesía interperrita rumbo al poniente. Deja caer al paso unas cuantas monedas que solamente los justos y desvelados pueden recoger, y que invariablemente regalan a los desposeídos de la tierra.

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De transcripciones:

Cantado para nadie: ahora mi nombre es Nemo. Ya vengo a ser Nadie, taciturno en su Nautilius, o también Kowalsky a ratos, en el Sibiu extraviado. Vino a querer quererlo en condiciones leoninas, y su teléfono se fue al poniente. Desde el lejanísimo destierro atinaba a recitar fragmentos de Alí, particularmente aquel que dice algo sobre mirándola dormir, sobre estar ahí caído irremediablemente de su gracia, sobre varios delirios y antes de, antes del relámpago. Peregrino pues del extravío, poseedor ya nomás del destino de la errancia; dueño solamente de la sed, palacio de sal cuyas moradas irá edificando hasta el último día.

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Barricadas misteriosas. Estas consisten en el recurso que un conocido encontró para defenderse como pudo de las mareas de la angustia, de los embates de la desesperanza, de los huracanes de una largamente contenida ira. Una tabla, cinco alteros de libros que le dan refuerzo, poco más: un diván sobre el que murió alguno de sus mayores, algunas estampas queridas, y el jazmín fulgurante tras la ventana, y una música que parece ser siempre la misma. El resultado es una celda monacal sobre la que se extienden en la tarde unas sombras de un azul inefable y cruel.

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De más transcripciones:

…pues ella estaba por morirse y yo en plan de prometerlo todo. Capotes de colores para el consuelo, llevadas de la Virgen para la bravía entereza, arduas peregrinaciones a Talpa para llegar ahí con las rodillas y las manos desolladas, tacitas de plata para el azahar, candelero diminuto para la llama de la gracia, caballos de raza para el delirio de un galope, pues en el galope de un caballo está toda la alegría del mundo. Y dos casas derrotadas que verán levantarse otra vez sus fábricas y que habrán de florecer en el transcurrir de los siglos, para mayor gloria de Quien caminó en el mar. En plan de prometerlo todo.

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Dos arquitectos en el jardín. Transcurren las horas, se ahonda la noche, la conversación se vuelve del aire que las sostenidas risas levantan como una dichosa tolvanera. Proyectos y remembranzas, invenciones que se van en la penumbra. Y un velizote Luois Vuitton, en el que van cabiendo milagrosamente tanto fuego, tanta flama. El veliz congrega entonces después de veinte años de trayecto, la alegría, el gusto y los fragmentos de locura y gloria que han acompañado a los dos arquitectos en sus empeños, en sus ralas victorias, en sus tan frecuentes derrotas. De las ventanas vecinas se encienden repentinas luces, algún insomne se asoma, se hace cargo del ritual, acaso toma una fotografía que dé cuenta de esa noche. Total parcial: es necesario aprender, cada día, a fracasar mejor.

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Álvaro Mutis decía también que entre las fiebres y los quebrantos de los hospitales de ultramar, o bien se era devastado, o se alcanzaban milagrosamente la gracia y las iluminaciones que salvan. Terreno propicio para los corredores de la cuerda floja. La casa del pájaro anaranjado arde de día y de noche. Por el jardín de plástico color de la esperanza vagan, taciturnos o altivos, o curados poco a poco por la alegría, una veintena de gentes.

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Pérdida total. Pudiera ser un buen nombre para una oscura banda de rock, pariente de La Cura o de Nick Cave y los Badseeds, de Fairport Convention, o de Nick Drake, o de Tim Buckley o Bob Dylan en sus pasajes más prendidos y atormentados. Y, como la Cura, la banda sería también capaz de convocar a la alegría y la dicha, a la tiniebla y la final perdición o la definitiva gloria.

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El inolvidable Titanic del señor Morales y de Vallarta Poniente, barrio de los levantinos. Navegó por quién sabe cuántos mares antes de atracar por una buena temporada en el Rastro de Madrid. De allí fue levantado por un arquitecto pensativo quien dudó algún rato si era adecuado llevarse a su casa ese pesado trique de acero, herrumbre y agujeros. Lleva cuatro chimeneas como el Titanic, pero el cuarto era falso. Esa fue la clave de su naufragio: la hubris de tal gesto llevó a la soberbia y el desastre. Así que ahora, para prevenir tal mortal mal, el barco navega ya entre las ramas del guayabo, al pie mismo de la Virgen del invernadero. Y navegará, seguramente por las generaciones de niños que jueguen a hundirlo en la pila cercana.

(Para recuerdo de Eduardo León Jasso, el Titanic de la Escuela de Arquitectura del Iteso.)

@informador.com.mx

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