Sábado, 20 de Abril 2024

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- Padre Chayo

Por: Jaime García Elías

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Él fue -parafraseando a Churchill- “uno de aquellos pocos a los que tantos deben tanto”…

Hábil para ganar afectos en ámbitos muy diversos de la sociedad -la política, el deporte, la cultura, el sector empresarial…-, el padre José Rosario Ramírez Mercado (más conocido como El Padre Chayo), fallecido ayer a los 94 años tras siete largas décadas de acatar fielmente la consigna que recibió del cardenal José Garibi Rivera (“Donde quiera que estés, que tu presencia sea sacerdotal”), fue, entre otras cosas, artífice de la “operación cicatriz” que requerían el país y el estado de Jalisco particularmente, cuando aún supuraban las heridas abiertas durante la “guerra cristera”.

-II-

Oriundo de un rancho (“Cerro Blanco de Ramírez”) vecino de San Miguel el Alto, Jalostotitlán y Valle de Guadalupe, “benjamín” de una familia de nueve hermanos (Lupita, Lucita, Chole, Carlos, Ignacio, Valentín, Alfredo, Zacarías y él mismo), el Padre Chayo decidió entrar al Seminario al escuchar a un joven sacerdote al que acompañó, montado en ancas de su caballo, a hacer una confesión. Discípulo y amigo de clérigos tan ilustres y refinados como el canónigo José Ruiz Medrano y el padre Benjamín Sánchez (“Fray Asinelo”, autor del celebrado Romancero de la Vía Dolorosa), se ordenó el 1º. de noviembre de 1951. Ejerció a la vez como “capellán del deporte” y como maestro de más de 50 generaciones de seminaristas. Aplicaba, en ese rol, una sabia y caritativa regla: “Escucha mucho, tolera mucho, corrige poco”. (También decía haber vivido “la edad de oro, la edad de plata y la edad de hoja de lata” del  Seminario, y deploraba que “estábamos mejor cuando estábamos mal”).

-III-

Fue secretario particular de los arzobispos Garibi Rivera y José Salazar López, y colaborador cercano de Juan Jesús Posadas Ocampo. Sus artículos en la edición dominical de EL INFORMADOR se publicaron hasta la víspera de su muerte. Sus oficios -como los de Don Enrique Varela, director de la Cámara de Comercio, fallecido hace pocos años- propiciaron constructivos acercamientos entre las autoridades civiles y religiosas. Lector incansable -en eso invertía sus insomnios-, acostumbraba obsequiar anualmente a sus amigos algún libro editado por él mismo: desde los desbarajustados versos del Padre Chemita hasta los dos tomos de poesías de altos vuelos de Alfredo R. Plascencia.

Maestro, amigo y benefactor de infinidad de personas, la frase a la medida para su lápida cabe en cinco palabras: “Vivió para hacer el bien”.

jagelias@gmail.com

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