Domingo, 26 de Mayo 2024
México | POR RICARDO ROCHA

Partidos, aparatos y mamotretos

En ambos casos, se ejemplifican los dirigentes convenencieros y los candidatos tránsfugas que hoy están aquí y mañana enfrente, con quien les garantice más dinero para las campañas y mayores probabilidades de triunfo

Por: EL INFORMADOR

Hace no muchos años llegué, como siempre, animoso a mi comida eventual con don Julio Scherer. Sólo que en aquella ocasión lo encontré abatido y francamente triste. —¿Pasa algo, Don Julio? —Sí, Ricardo, hoy se quebró el futbol. —¿Cómo? —dije sin comprender todavía—, ¿por qué?, ¿qué pasó? —El Guadalajara acaba de vender a Ramón Ramírez al América.

Tan no fue una anécdota más que todavía la recuerdo. Y la rememoro cada vez que veo los espectaculares vaivenes de nuestros políticos de un lado a otro, a veces tan patéticos que parecen trapecistas de cuarta. Y no me queda otra que preguntarme cuándo fue que se nos quebró la política. La verdad no lo sé con precisión.

Pero habrá empezado a resquebrajarse de unos 25 años a la fecha, cuando comenzó el baile grotesco e impúdico de unos pasándose de puntitas o de plano a brincos de un partido político a otro.

Hoy ya es un espectáculo deplorable. Y los antros de la mesa que más aplauda son el Ágora de Alejandría frente a lo que ocurre en el llamado escenario político nacional: “El tablado de la farsa”, diría don Jacinto Benavente.

Guerrero y Baja California Sur son claros ejemplos de cómo se han degradado las supuestas ideologías partidistas en aras de un pragmatismo que, elevado a la “n” potencia del “haiga sido como haiga sido” en 2006, ahora raya en el descaro prostituido y al mejor postor.

En ambos casos, se ejemplifican los dirigentes convenencieros y los candidatos tránsfugas que hoy están aquí y mañana enfrente, con quien les garantice más dinero para las campañas y mayores probabilidades de triunfo.

Ahora los partidos han dejado de ser espacios comunes de coincidencias ideológicas para convertirse en cualquiera de estas cosas: gigantescos y burocráticos aparatos corporativos, que en realidad operan como agencias de colocaciones, no para ubicar —en los puestos públicos o de representación popular— a los más aptos, sino a los más habilidosos y los más incondicionales; igual funcionan como casas de citas para negociar candidaturas estipulando el monto y la especialización del servicio; también como cuevas de Alí Babá para el reparto de canonjías —con los dineros que aportamos todos nosotros— para sus presupuestos insaciables, glotónicos y siempre crecientes.

Así ocurre en los planos nacional, estatal y municipal, sólo que a diferentes escalas.

Por eso, hoy los partidos —salvo honrosísimas excepciones— actúan con el hígado, el inmediatismo y contra toda lógica. De ahí que no postulen a quien tiene más posibilidades de ganar, sino al más cercano a sus afectos, aunque en la elección le pongan una tunda fenomenal.

El caso es que todo se remite a las ambiciones de lo rentable en el mínimo plazo. Cómo me gustaría que los señores Ángel Aguirre y Marcos Covarrubias me demostrasen que estoy equivocado.

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