Miércoles, 01 de Mayo 2024
México | POR LUIS MALDONADO VENEGAS

De Isabel Miranda a Víktor Frankl

Dicen que cada ser humano es único e irrepetible. Nada es más dignificante que ser tratado como tal

Por: EL INFORMADOR

Isabel Miranda de Wallace está convertida hoy en un inconmensurable ejemplo ciudadano de fortaleza física y espiritual, perseverancia y fe en sí misma. Se trata, como quedó de manifiesto en reciente entrevista radiofónica con Carmen Aristegui, de una admirable mujer que supo darle sentido a su vida en medio del inmenso dolor causado por el secuestro y el bestial asesinato de su hijo Hugo Alberto, en julio de 2005.

Sobre los asesinos, plenamente identificados, detenidos y confesos, debe caer todo el peso de la justicia. No puede esperarse menos.

Cuando, con su peculiar talento, Carmen Aristegui le preguntó a la señora Miranda de Wallace de dónde había sacado fuerzas para perseverar durante cinco años hasta dar con los criminales, la madre de Hugo Alberto Wallace respondió que mucho le había ayudado la logoterapia.

Más allá de las virtudes psicoterapéuticas de la logoterapia, vale la pena recordar aquí, así sea apretadamente, al médico que la creó: el austriaco Viktor Frankl, fallecido en Viena en 1997, a los 92 años de edad.

Miembro de una familia judía, Frankl sobrevivió entre 1942 y 1945 a los horrores de dos tristemente célebres campos de concentración nazis en los que estuvo confinado hasta su liberación: Auschwitz y Dachau, experiencia que le inspiró para escribir su famoso libro “El hombre en busca de sentido”.

El hambre, el trato inhumano de los capataces, el extenuante trabajo forzado a temperaturas bajo cero, el recuerdo de su vida en familia, recuerdo tan omnipresente como la muerte en esos campos de exterminio metódico y programado, pero sobre todo —reflexiono yo— su indoblegable voluntad por sobrevivir entre el sufrimiento y el derrumbe espiritual de sus compañeros en las barracas, y las golpizas brutales de los verdugos, condujeron a Víktor Frankl, aun en medio del holocausto, a un sereno y profundo conocimiento de la naturaleza humana.

Con el sufrimiento a cuestas, en el dolor propio y ajeno, a los 40 años de edad el médico austriaco le encontró sentido a la vida. Su terrible experiencia habría de servirle después, al reintegrarse a su profesión, para enriquecer y rehumanizar el trabajo psicoterapéutico y crear toda una escuela, una tercera vía después de Sigmund Freud y de Alfred Adler: la logoterapia. En sus propias palabras, encontró la respuesta a una pregunta que se hacía desde niño: “¿Para qué vivimos, si algún día tendremos que morir?”.

Una lección adicional, entre muchas otras más, nos deja Frankl: el de la relación humana. El que aprendamos todos, pero particularmente quienes tienen el privilegiado usufructo del poder en cualquiera de sus expresiones, que son seres humanos, no objetos, no máquinas ni robots, quienes nos rodean y nos acompañan en el cotidiano tránsito mundano, tránsito que puede ser venturosamente colmado de felicidad y bienes para unos, pero duro, angustioso y doloroso para otros.

Dicen que cada ser humano es único e irrepetible. Nada es más dignificante que ser tratado como tal.

Temas

Lee También

Recibe las últimas noticias en tu e-mail

Todo lo que necesitas saber para comenzar tu día

Registrarse implica aceptar los Términos y Condiciones