Martes, 07 de Mayo 2024
Jalisco | Al revés voltedo por Norberto Álvarez Romo

Flexibilidad oportuna

Gobierno o de las facciones partidarias contrarias o de la inseguridad generalizada; o de esto, o de aquello

Por: EL INFORMADOR

En estos nuevos tiempos mediáticos aparece frecuentemente en el discurso público una palabra que, viniendo de bocas gobernantes, al oírse desconcierta: la “ingobernabilidad”. Es la idea quejumbrosa que los agentes de Gobierno no pueden funcionar en su ámbito, porque las condiciones necesarias no se dan por parte de la sociedad a la que se pretende gobernar.

Siendo relativamente nueva en el discurso público (ni pensar que antes se considerara) es una palabra “comodín”. Favorece a que cada quien la use y la acomode según el sentido que le convenga frente a lo adverso que es su trabajo de ser Gobierno; o frente a la incomodidad de reconocer la propia inhabilidad para cumplir sus promesas de campaña electoral. Un poco como acusando a causas ajenas, por la ineficacia propia. Como si el médico se quejara de la enfermedad que no deja curar al paciente; o si el maestro culpara al alumno porque su enseñanza no funcione. Se escuda tras las deudas heredadas de administraciones anteriores, de la falta de voluntad de otros órdenes de Gobierno o de las facciones partidarias contrarias o de la inseguridad generalizada; o de esto, o de aquello.

La historia muestra que la organización política de las personas siempre se da en alguna posición entre dos formas extremas: a un lado está el extremo autoritario, el dominio mediante la subordinación de la voluntad con una jerarquía vertical en una “escalera del control” donde cada peldaño marca el dominio hacia el de abajo y el sometimiento hacia el de arriba. Por el otro extremo se da la articulación libre de relaciones laterales de enlaces, nexos, vinculaciones de amistad, compañerismo, redes sociales. A lo largo de nuestras vidas encontramos situaciones que varían con matices entre ambos extremos, fruto de los pequeños ajustes de “poder” que se da entre todas las relaciones humanas y tienen que ver con la maduración y el desarrollo particular de las personas y su circunstancia.

A la habilidad de gobernar también se le llama “gobernanza”, que en algunos casos se usa y traduce también como gobernabilidad, pero la mayoría de las veces como el logro de una sociedad que se esfuerza por gobernarse a sí misma; una sociedad que se autogobierna. Por un lado se aplica crecientemente en el ámbito de las organizaciones civiles o las empresas privadas, refiriéndose a la evolución de formas institucionales que permiten mejorar la toma de decisiones, el seguimiento de compromisos y la rendición de cuentas ante los socios propios y la sociedad en general. Por otro lado se aplica a la misma sociedad civil que se auto-organiza ante sus autoridades para proveerse de bienes y servicios públicos que no son eficazmente brindados o protegidos por sus gobiernos.

Visto así, a los gobiernos democráticos actuales, la gobernanza les es prerrequisito para su gobernabilidad y, paradójicamente, choca frontalmente con la inercia de funcionarios públicos que siguen insistiendo por mantenerse en un gobierno jerárquico tradicional. Es importante no confundir que una cosa es querer gobernar obteniendo poder sobre otros, y otra lo que la sociedad requiera de él en cuanto no es capaz o permitida de cumplir por sí misma la satisfacción de sus deseos, necesidades, anhelos. La gobernanza se da en el grado de aceptación y complicidad que un pueblo acuerda vivir, formal o informalmente. Sin embargo, luego sucede que con los cambios del tiempo, como en las crisis o el devenir de nuevas generaciones, las personas ya no son las mismas ni tienen los mismos deseos o necesidades.

Tras el pretexto de que “un pueblo tiene el Gobierno que merece”, se ha confundido tanto a la “sociedad” con el “Gobierno” que se deja poca distinción entre ellos, a pesar de que no sólo son distintos sino que tienen orígenes distintos. La sociedad, dicho sea, es producto de lo que deseamos, queremos, necesitamos. El Gobierno, por lo contrario, lo es de nuestra escasez de mando ordenado. La primera fomenta nuestra alegría y satisfacción uniendo nuestros afectos, valores e intereses; el segundo lo hace restringiendo nuestros vicios, defectos y deficiencias. Ésta alienta la interacción, el otro crea distinciones. La primera es benefactora; el segundo, castigador, manipulador. Se reconoce, entonces, que si la sociedad sana es una bendición para los humanos, un Gobierno, en el mejor de los casos, es el mal necesario para compensar nuestros defectos, insuficiencias, inmadurez. Ambos surgen de nuestra propia naturaleza.

El Estado, entonces, luego surge para proteger los derechos individuales ante los abusos y las incorrecciones tanto de los gobernantes, como de la sociedad. El vínculo entre legitimidad y gobernabilidad se da en la capacidad del Estado para reformarse y conjugar muchos intereses diferentes con una flexibilidad oportuna. En México, la reforma del Estado es una tarea que irresponsablemente se posterga inflexible e inoportunamente.

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