Miércoles, 08 de Mayo 2024
Jalisco | Hipólito y Mariquita, el romance que nunca fue

El mensajero de los enamorados

En 1860 ocurrió una triste historia en la que convergieron la ilusión, el enamoramiento, el engaño y el delito

Por: EL INFORMADOR

GUADALAJARA, JALISCO (13/FEB/2011).- Un aparente año de noviazgo y apenas tres cartas de amor fueron suficientes para que Hipólito Reyes decidiera raptar a “su enamorada”, Mariquita Tapia. Los hechos ocurrieron en el municipio de Lagos de Moreno, Jalisco, el jueves 12 de diciembre de 1860, cuando, a las dos de la mañana, Guillermo Silva escuchó ruidos en la puerta de la casa de su suegro, el señor Jesús Tapia. Silva testificó ante el Juzgado de Primera Instancia de lo Criminal que aquella noche él y su hermano, Narciso Silva, oyeron que golpeaban la puerta de la calle, pero, como era una hora “indispuesta” y no esperaban a nadie, no hicieron caso. Al poco rato los ruidos venían de la sala, lo que significaba que se habían brincado las paredes de la huerta. Se estaba cometiendo un delito en las puertas de su casa.

El único testigo presencial, Guillermo Silva —sólo él se asomó—, aseguró que les preguntó quiénes eran y qué negocios los llevaban, a lo que le contestaron que eran la Patrulla de Guardia, pero al abrir la puerta se encontró con Hipólito Reyes y otro individuo al que no reconoció. Hipólito rectificó y le pidió que no se asustara, que no era la Patrulla, pero que iba a “sacarse” a Mariquita. Ella no estaba en casa, pero Hipólito amenazó con que traía armas para batirse con Guillermo o con cualquiera que se interpusiera en su camino. Cuando Reyes por fin se calmó y se fue, Silva pudo dar parte a la Policía (Biblioteca Pública del Estado de Jalisco, Archivo Histórico del Supremo Tribunal de Justicia del Estado, Ramo Criminal, caja 1860-6, inv. 18137).

No se sabe mucho de la familia de Jesús Tapia, sólo que aquél era un labrador viudo de 65 años de edad y que con él vivían sus hijas y sus dos yernos, Guillermo y Narciso Silva. La denuncia formal se puso una semana después de lo ocurrido porque Tapia y Mariquita se encontraban de viaje, y fue hasta su regreso que Guillermo le dio cuenta de lo sucedido. La historia sorprendió a Tapia, ya que no sabía que su hija estuviera de novia con Reyes; no le preocupaba la relación, pues su hija la negó y argumentó que no tenía “relaciones de ninguna especie”; lo que sí le inquietó fue que Hipólito hubiera usado ese pretexto para entrar a su casa y tal vez robarlo o asesinarlo por ser “explorador del Supremo Gobierno” o perjudicarlo de otra manera, como lo “hicieron los liberales que mandaba el señor Doblado”, los que lo llevaron prisionero hasta la acción de las Vacas, donde pudo escapar. Pidió la averiguación correspondiente. El honor de su hija no estaba en riesgo, pero, a su parecer, sí su vida.

El arriero soltero

Una vez aprehendido, se supo que Hipólito Reyes era un arriero soltero de 20 años de edad, que nunca antes había estado preso. Ahora lo estaba porque intentó raptarse a Mariquita Tapia. Reyes aseguraba que tenía relaciones amorosas con ella desde hacía por lo menos un año y, aunque no acostumbraban verse, sino mandarse mensajes y cartas por medio de Isaac Chavarría, esa noche, envalentonado por el alcohol, decidió ir a sacarla de su casa. Tanta era la embriaguez de Hipólito que ni siquiera supo a quién convidó para que lo acompañara y, más aún, aquel hombre, a quien conoció bebiendo, hasta el zarape le robó. De lo único que se acordaba era que llegaron juntos, tocaron la puerta de la calle y, como nadie les contestó, metió la mano por una hendidura y quitó la tranca; una vez en la sala, salió Guillermo Silva para enfrentarlo y, según Hipólito, luego se fue tranquilamente; además, aseguró que lo único que portaba era un bordón que le servía de apoyo.

Narciso Tapia confirmó la declaración de su hermano, pues le constaba que estaban dormidos en la casa de su padre político y a las dos de la mañana sintió que tocaban la puerta de la sala y que decían que era la Patrulla; su hermano se levantó y abrió, pero, apenas salió del cuarto, escuchó que un hombre le decía que iba por Mariquita; como su hermano le previno que cerrara la puerta, no pudo ver quién hablaba, pero después se enteró de que era Hipólito Reyes con otro individuo.

Como Guillermo Silva aseguró que los reos llevaban consigo una carabina y una pistola, Reyes fue aprehendido y puesto en calidad de preso por la justicia local el 20 de julio de 1860. Según su filiación, Hipólito Reyes era un hombre joven y soltero, originario de Lagos, hijo de Victoriano y Nazaria González. Tenía pelo y cejas castaños oscuros, ojos garros, color trigueño, nariz, frente, cejas y labios regulares, barba limpia, cuerpo regular; no sabía escribir ni tenía ninguna seña en particular.

La defensa

En su defensa, Reyes presentó tres cartas ante las autoridades para justificar la relación que creía tener con Tapia. La correspondencia no sólo da cuenta de la vida privada sino también del grado de alfabetización que tenía la población, ya que implica que ellos mismos o alguien muy cercano supiera leer y escribir, lo que se presume por el hecho de que Reyes manifestó que su relación era secreta y que sólo Isaac Chavarría conocía su noviazgo.

La carta “debe su aparición a la necesidad... de sustituir por medio de una comunicación escrita a la comunicación oral imposible por la ausencia” (Manuela Álvarez, La expresión de la pasión femenina a través de la epístola amorosa, 1998: 21). Las cartas revelan no sólo lo que el remitente quiere decir de sí mismo: reflejan también parte del mundo del destinatario (Guillermo Zermeño, La retórica del amor romántico: familia y matrimonio en León…, 1996: 491), descubren el entorno “social, económico e histórico en que las cartas fueron producidas y recibidas” (Ricardo Coronado, Los refugios de la memoria, 1998: 13).

Las cartas que Reyes recibió no son del todo románticas ni prueban fehacientemente su noviazgo. Si bien se inician de una manera cortés y amable, tienen la finalidad de contestar las que él le envía y, al mismo tiempo, “darle largas”, pedirle que le tenga paciencia en cuanto a su relación. Al parecer, Mariquita argumentaba que su noviazgo no podía hacerse público debido a la oposición de su familia y a las muchas críticas que recibiría por ella.

Lo que sí queda claro es que en cada una de las cartas le hace una petición diferente. Al ser Hipólito arriero, tenía la facilidad de traer y llevar cosas por los caminos y, como Tapia era costurera, le solicitaba algunos enseres, principalmente tela: en una de ellas nueve varas, en otra tres, etcétera, porque, según le revelaba, tanto ella como su padre estaban “encuerados”.

La estafa que puso fin a un “amor de lejos”

Isaac Chavarría protagonizó un fraude en una historia romántica


Todo indica que Hipólito Reyes estaba desesperado: los amores a distancia son difíciles. Es hasta la tercera carta que intercambió con Mariquita Tapia en la que se aprecia un poco más de cercanía entre ellos, seguramente por los reclamos de Hipólito. En ella, Mariquita le hace saber que se alegra de que por fin regresara de su viaje y que se encuentre bien de salud, sobre todo por lo peligroso que era viajar en ese tiempo: cualquiera podía ser asaltado y muerto por los bandidos que cruzaban los caminos. Por su parte, le manifiesta que ha estado algo enferma y que sigue siendo la misma de siempre, aunque tenga que soportar las habladurías y chifletas de la gente. Como Reyes le pidió alguna señal, seguramente para saber si le correspondía, aquélla le envió una trenza de sus cabellos, anudadas a la carta con un hilo de color azul. De alguna forma le da a entender que lo esperará y que no le importan los chismes que le puedan traer de él, pues debe confiar en ella y en su primo, al parecer, Isaac Chavarría, quien es el mensajero y por quien se conocieron. La carta decía:

“Mi apreciable señor que aprecio go(c)e usted de cabal salud en unión de su apreciable familia. La que yo hasta hoy gozo, es un poco no del todo buena, pero Gracias a Dios Nuestro Señor.
“Después de saludar(lo) a usted, con el más profundo cariño que debo, sólo tomo la pluma para saludar(lo) a usted y contestarle la que recibí el domingo en la que v(e)o está usted bueno, pero que yo que ya lo hacía a usted muerto por tantas cosas que hay en el camino, soy la misma de siempre, en el origen que arregle usted todo, por donde me critican todos los días y chifletas que he recibido muchas, “no te mueras que ya vendrá Polito”, todo eso me podía hasta el alma, me dice usted que se quiere volver, a mi puerta usted ir y venir, que yo soy la misma de siempre mientras me restablezco de mi salud, si yo hubiera sido otra y no le tuviera a usted aprecio, le habría de guardar decoro, aunque mujer sin experiencia, pero con decoro, ojalá y si así fueran los hombres de jugar traición con las mujeres y que esto solo mi Dios y usted y yo y mi primo lo sepa.

“Me pide usted unas señas y más señas que las que me he cortado de mi cabeza, y por conducto de mi primo, contésteme usted y mandarme las costuras que quería, y no me dijo ni trajo algo de mercancía, mándeme una cigarrera de Vadamia para mis cigarros y un anillo y soy hasta la fecha su rezadora y si Dios permite que vuelva a viaje, me lo conserve bueno y que yo me alivie, mientras usted va y viene, que soy y seré la misma de siempre, ande usted con mucha honradez con esas cuscas y arregle todo eso para que no nos chiflen, en tanto va usted de viaje como me manda decir, si diez o doce años tarda usted soy la misma que escribo, aunque enferma, pero puedo hacerle lo que guste y confié de mí y una persona, sólo de quien le diga, porque la gente es muy langona y no se junte mucho con él para que mis cuñados no se malicien, y si me manda alguna cosa, me pone un papelito de los que me manda, no por mi primo, sino por saber lo que traían los rancheros, su servidora.

“Ya sabrá (qué) son señas estas para usted, no le mando más señas que le ha de mandar una pobre, ni anillos, ni perlas, ni diamantes, solo lo más sagrado de mi cabeza (BPEJ, AHSTJ, RC, caja 1860-6, inv. 18137)”.

Con la presentación de las cartas, Hipólito creyó que las autoridades lo dejarían libre; sin embargo, no contó con que eran falsas y que Mariquita nunca le correspondió. Mariquita Tapia, de 17 años de edad y originaria y vecina de Lagos, declaró que conocía a Reyes porque era un cliente y se mandó a hacer una camisa con ella por medio de Isaac Chavarría, pero que de ninguna manera tenía relaciones amorosas con él, tan sólo lo vio tres veces en su casa: dos cuando fue a ver si ya estaba lista la camisa y otra más para invitarlos a comer frutas en su huerto, pero nunca llegó a hablarle de amores ni recibió recado alguno de su parte.

La estafa

Durante el careo entre Hipólito y Mariquita, cada uno se sostuvo en lo dicho, pero cayeron en cuenta que Reyes fue “chasquiado” por Isaac Chavarría para estafarlo, ya que fue aquél el “conductor de aquéllo” y de quien se valió para arreglar el negocio, pues sólo él sabía de sus “amores”. Chavarría no sólo logró burlarse de Hipólito sino que, en nombre de su supuesta pretensa, le pidió diversas dádivas o regalos que ya le había enviado, ya que, además de la tela, pudo “sacarle” 18 reales en dinero y una libra en cera. Reyes creyó “de buena fe” en Isaac, pero, una vez que escuchó la declaración de Mariquita, supo que todo había sido un engaño y que nunca fue correspondido. Ya le resultaba sospechoso que le insistiera tanto en que todo quedara en secreto y que siempre se arreglaran por medio de un intermediario.

Para Mariquita todo era mentira; en su ratificación de declaración sólo pudo agregar que los actos de Chavarría fueron cometidos con maldad, burlándose no sólo de Reyes sino de su persona misma. De igual forma, Tapia propuso comparar su letra con la de las cartas, así como el mechón de cabello con el propio, pues haciéndolo “se encontrará la diferencia, debiendo hacer presente que, al hablar de mi forma, es porque únicamente mal sé poner mi nombre, como se verá al fin de esta diligencia”. El tribunal efectivamente certificó la letra de Mariquita, haciéndola escribir su nombre y alguna que otra palabra y encontrando “una diferencia muy notable”, al igual que con el cabello. Comprobaron que el reo “estaba ignorante de lo que en realidad pasaba”.

Después de las averiguaciones, las autoridades emitieron una resolución: aprehender a Isaac Chavarría; sin embargo, el 27 de julio se dio a conocer que no se pudo lograr, ya que se había dado a la fuga. Por otro lado, Reyes pudo conseguir un fiador, el señor Francisco Velázquez, el cual se comprometió a que, durante todo el tiempo que estuviera el proceso, Hipólito se comportaría con decencia y responsabilidad; de lo contrario, tendría que pagar una cantidad en efectivo. Así, Hipólito pudo salir de la cárcel mientras se dictaba su sentencia.

Para su defensa fue nombrado el abogado don Agustín Salado, el cual argumentó que todo fue culpa de Chavarría, quien obró de mala fe. En marzo de 1858, cuando contramarchaba para Guadalajara el “Excelentísimo Señor General Don Anastasio Parrodi”, después de la acción de Salamanca, Chavarría “hacía de carrero o de conductor de los equipos de la fuerza y, con este mérito, se tomó unos caballos y dos petaquillas”, las que llevaban tanto ropa como dinero, y por cuyo delito se le impuso un año de obras públicas, con lo que se preguntó el defensor: “¿Tendrá (Chavarría) el valor necesario para admitir la comisión de arreglar matrimonios, suplantar cartas, calumniar impunemente a una doncella, pedir a nombre de ésta ropa y monedas, tomárselas y precipitar a un joven a la comisión de un crimen?”.

Probablemente fuera cierto, pero, al carecer de su declaración, es imposible conocer su punto de vista y, por lo tanto, sólo se emitiría un juicio de valor sin más fundamentos. Por otro lado, el tribunal encontró que efectivamente Hipólito Reyes incurrió en el crimen de intento de rapto, pero, al no ocasionar mayores problemas, perdonarle la injuria Jesús Tapia y comprobarse que todo fue ocasionado por las intrigas de Isaac Chavarría, se declaró compurgado su delito con el tiempo que sufrió de cárcel.

Por: Laura Benítez Barba, maestra en Historia de México por la UdeG.

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