Sabina presenta ''Vinagre y Rosas'' en un gran concierto

ZAPOPAN, JALISCO.- Simple y complejo. Institución y bohemio. Congruente y contradictorio. Vinagre y Rosas. A Joaquín Sabina las etiquetas le sobran, y tiene la capacidad, quizá un poco maldita y a la vez bendita en el mundo de la música, de no dejar a nadie indiferente con su arte.

Un colmado Auditorio Telmex fue testigo de primera mano del despliegue audiovisual de una de las versiones más completas que se ha visto de Joaquín Sabina. Con la garganta a toda potencia y arropado por una producción de primera calidad, el músico se dejó querer por sus fanáticos, que no le regatearon en gritos, aplausos e incluso alguna que otra lágrima.

Afuera del Auditorio, cientos de fanáticos se lanzaron sobre la mercancía del cantautor. Sombreros, camisetas, bufandas, llaveros y demás parafernalia se vendieron como pan caliente. Adentro, el principal capital que fue comerciado fue el de las emociones. Al amor, la juventud, la soledad, la nostalgia, lo cotidiano y lo abstracto, Sabina toca con la mano la amplitud del espectro emocional de cada uno de sus seguidores. Igual les deja una rosa en el alma que una gota de vinagre en el corazón.

El encanto

“Ya tengo en la mente las canciones y no las puedo sacar. Todo el día he estado escuchando Vinagre y Rosas”, comentó Saúl a sus amigos mientras se fumaba un cigarro, instantes antes de entrar al Auditorio. El joven era uno de los miles de asistentes que se reengancharon con Sabina tras el lanzamiento de Vinagre y Rosas. Esta fe renacida en el nacido en Jaén, España se fortaleció a lo largo del concierto. Sabina, vestido de forma casual y siempre con un semblante relajado, se plantó en el Auditorio del Telmex y no tardó en sacarle coplas y demoledoras verdades a su guitarra.

Tiramisú de limón, Viudita de Clicqout, Llueve sobre mojado, Ganas de salieron de la garganta del ibérico, quien encontró en los asistentes un monumental coro a cada uno de sus temas.

Marcando como siempre una diferencia con otros artistas, Sabina no se “casa” con una estructura definida al momento de encarar un concierto. La improvisación de la que el artista hizo gala contrastó fuerte con la espectacular escenografía, que recordaba a un gran paisaje urbano, donde en la inmensidad de una urbe de hierro armada con papel, Joaquín Sabina brillaba con luz propia.

De repente el cantante tuvo tiempo hasta para ponerse filosófico al momento de presentar uno de sus temas y la forma en que a su juicio “deben nacer”: “Las canciones necesitan un poquito de desesperación, un poquito de límite, un poquito de madurar”.

El éxtasis

Perla llegó rayando al concierto. Gastó su salario en comprar un boleto en un buen lugar, no porque quisiera, sino porque en zonas más económicas ya se habían agotado. “Pero es Sabina”, dijo con cierto aire resignado. Una vez adentro, la inversión que hizo regresó multiplicada. Ella y miles de mujeres tomaron el papel de “musas” del artista, cuyo encanto entre el público femenino parece no disminuir con el paso de los años y al contrario, son muchas la que lo encuentran todavía más encantador.

Y sin embargo, Cristales de bohemia, Una canción para la Magdalena, Cerrado por derribo, Calle melancolía y Embustera todas kilométricas en sus letras y emotivas en su interpretación. Acompañado siempre por la guitarra y el sombrero negro del que ya hizo su marca, el cantautor recorrió de lado a lado el escenario, recogiendo con la mirada las reacciones de su público. Y claro, como buen showman, se guardó lo más selecto de su amplio repertorio para el final, sabedor de que un buen espectáculo debe cerrar mejor de lo que comienza, con temas como 19 días y 500 noches y Princesa.

EL INFORMADOR/ FRANCISCO GONZÁLEZ