Deportes | Ana Paula Sandoval Camino hacia lo más alto del podio La joven deportista de taekwondo tapatía narra con sus propias palabras la experiencia de participar en la Olimpiada Nacional Por: EL INFORMADOR 3 de junio de 2008 - 21:42 hs El año pasado obtuve tres medallas de plata. Después de esta derrota, no me quedó más remedio que entrenar como loca. Me pasé días hablando con el entrenador, discutiendo todos los errores, escuchando pláticas de “tienes que cambiar tu actutid”; fueron horas y horas de entrenamiento, de renunciar a tiempo para estar con la familia, amigos, ir a la escuela... Por fin estaba a unos cuantos días de irme a la Olimpiada Nacional. Junto con mis amigos más cercanos de taekwondo, planeábamos las porras, mandamos hacer la manta que decía “Jalisco” con letras muy grandes, compramos collares e hicimos pulseras de color amarillo y azul. Nos preparábamos para irnos. Aunque a mí me parecía muy raro, no sentía que ya me iba. Creo que este año los nervios no me llegaron desde antes: estaba decidida, lista y muy bien preparada para lograr mis sueños, que día con día iba construyendo. En verdad confiaba en mí, sentía que había cambiado y mejorado, pero de todos modos, no me sentía como otras veces, en las que ya estaba lista para irme a competir. La verdad, no sentía nada, no me lo creía. Llegó el día. ¡Hoy nos vamos! En el camión vamos felices, echando porras, emocionados. Llegamos y empezamos a planear la entrada al torneo, la elección de porra, cómo ir con el tambor, la manta, etcétera. Primer día de competencias Hoy es mi día de competir. Me despierto temprano, nerviosa, pero relajada a la vez. Me peino diferente a todos los años. Me acababa de cortar el pelo muy corto. Me salvé de todo el show de los listones y la peinada, ¡uff! Desayuno. ¡Qué raro!, nunca me dan ganas de desayunar antes de una competencia. Llegamos a la competencia y ahí estaba, mi rival más fuerte. No le di mucha importancia, yo iba decidida a hacer esto por mí, porque entrené todo el año súper fuerte, di todo de mí cada día. Empezaron a nombrar a cada competidor a las áreas. Cada vez que uno va pasando, los demás le ponemos las manos en la espalda y gritamos una porra hasta tirarlo al piso; después lo llevamos hasta la puerta de las áreas con abrazos y palabras de ánimo. Soy la última en ser llamada. Me pongo en la fila, empiezo a repetir la forma lo mejor que puedo, le pido a un profe que me revise, la hago muchas veces, hasta que por fin me llaman al área. Empiezo a sentir cómo los nervios me llegan. Respiro hondo para relajarme (lección que aprendí de mi mamá), mi entrenador me empieza a dar masajes en los hombros y me dice que yo puedo lograrlo. Entro al área en cuanto me llaman y me paro en medio con seguridad, con los nervios y la adrenalina de la competencia. Me dicen “chumbi”, que es la órden en coreano para la posición de listos. Tomo aire por última vez y dicen “chichac” (comenzar). Empiezo, siento cómo cada movimiento que hago se ve súper fuerte; empiezo con todo y lo disfruto. Por mi mente pasan muchas cosas, enfrente de mí observo la computadora que lleva el puntaje. Solo veo cómo va bajando mi calificación e intento hacer mejor cada movimiento y recordar cómo había dicho el entrenador que era. ¡Acabé! Me sentí bien y feliz conmigo, llevaba la mejor calificación del grupo. Pero no me emocioné, porque solo era la primera ronda. La ronda final Antes de entrar al área me dije a mí misma: “Da todo, entrégalo ahora, tú puedes, estás a tiempo de no tener que arrepentirte y esperar otro año. ¡Da lo mejor con todo!”. Lo hice lo mejor que pude, pero al ver la calificación me di cuenta de que no sería suficiente. Cuando salí del área, solo recuerdo que mi cuerpo se debilitó. Mi entrenador me abrazó y yo me tiré al suelo. Por mi mente pasaban muchísimos pensamientos y lo peor fue cuando todos llegaron a abrazarme y me dijeron que lo hice increíble. Pero increíble no fue suficiente, mis ojos se llenaron de agua y no pude más; sentí que ya nada importaba. Llegaron los entrenadores, la psicóloga y mis amigos y me dijeron que no valía la pena bajar la cabeza, la competencia todavía no había acabado. Quedaban dos pruebas más además de la individual: pareja y tercia. Antes de entrar al área con una derrota, reaccioné: sequé las lagrimas de mis ojos, respiré y entré con todo el coraje y un triunfo, porque Jaime, mi pareja, había ganado en individual. Nos salió increíble, tanto que ganamos primer lugar. ¡Yei! Maye, que es nuestra mejor amiga y compañera de trío, corrió a abrazarnos. Entonces nos preparamos para la tercera competencia, en la cual, a pesar de que todos nos dijeron que nos había salido increíble, perdimos. Sacamos segundo lugar. La gente me dice que por qué no veo el segundo lugar como un triunfo, que muchos se morirían por él. Yo creo que en la Olimpiada Nacional, la plata no es un triunfo, porque es la diferencia entre estar becado por la Conade o no, entre poder estar sembrado en el selectivo nacional o no; pasas a ser solo la niña que quedó en segundo. Porque después de haber sentido lo que es ser campeona nacional, creo que no hay otra sensación igual. ¿Que si me rendí después de esto? No, volví a entrenar. Fue difícil, pensé en salirme, no le encontré más sentido. Después de que todo el mundo me había dicho que yo era la mejor, que di todo, que entrené como loca y todo lo que sacrifiqué, claro que pensé en salirme y dejarlo todo: no ir al mundial. Pero después tomé un respiro y me di cuenta de que esto me encanta. No hay sensación igual a la que sientes en una Olimpiada al entrar al área, escuchar las porras de tus compañeros y de aquellos amigos que más te entienden, también tú echarle porras a los otros, pintarte la cara de amarillo y azul y sentir la adrenalina de la competencia; vale la pena aunque el resultado no sea el que querías. Sé que mis amigos, mi familia y entrenadores me apoyarán siempre, aunque no me entiendan y muchos crean que tengo más “contras” que “pros” por estar ahí. Pero yo no cambio por nada esos momentos de competencia y la sensación de subirme a lo más alto del podio. 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