Jueves, 28 de Marzo 2024

Las letras que han formado a un autor

El escritor Juan Villoro comparte un fragmento de su más reciente libro con los lectores de EL INFORMADOR

Por: El Informador

Juan Villoro. El autor mexicano nos da un vistazo de su nueva obra con el Capítulo II La Orilla Europea:

Juan Villoro. El autor mexicano nos da un vistazo de su nueva obra con el Capítulo II La Orilla Europea: "Dostoievski: el aprendizaje del éxtasis". EL UNIVERSAL

UN DÍA EN LA VIDA

En raras ocasiones una biografía pasa por un momento que condensa el destino. Durante cincuenta y nueve años Fiódor Mijáilovich Dostoievski vivió con una intensidad que podría haber hecho interesantes tres o cuatro vidas. Sin embargo, hubo un día en el que todo se definió de otra manera.

El 22 de diciembre de 1849 se abrió la puerta de su celda en la prisión de Pedro y Pablo. El escritor tenía entonces veintiocho años y había sido arrestado por pertenecer al Círculo Petrashevski (así llamado por las tertulias disidentes que se celebraban en casa de Mijaíl Petrashevski, intelectual de San Petersburgo que admiraba el socialismo utópico de Charles Fourier).

Su presencia en la cárcel se explicaba más por la política represiva del zar que por el carácter del prisionero. Dostoievski no era de los miembros más activos del grupo. Solía guardar largos silencios en las reuniones; detestaba los exabruptos radicales y las ofensas a los evangelios y a la figura de Cristo.

Llegó ahí movido por su sed de justicia. Tres años antes, su primera novela, Pobres gentes, lo había encumbrado como heraldo de quienes sufrían en las oscuras barriadas de San Petersburgo.

Nada le impresionaba tanto como la condición inhumana en que vivían los siervos. Su padre, el médico Mijaíl Dostoievski, tenía una propiedad rural provista de un buen número de «almas» a las que no siempre trataba de la mejor manera. De niño, Fiódor había conocido la pobreza extrema en que vivían los campesinos y los crueles castigos a los que eran sometidos.

Una escena se le grabó con fuerza indeleble: la forma en que un cochero era azotado por una falta menor. Esta imagen regresaría a su mente de múltiples formas. Una de ellas: la célebre escena en que Raskólnikov contempla con azoro a un hombre que azota a un caballo exhausto, incapaz de levantarse del piso.

Esa violencia sin utilidad alguna -apalear a una bestia ya destruida- resulta equivalente a la de abusar de quienes ya han sido abusados por la historia.

Dostoievski estaba convencido de que la mejoría de Rusia pasaba por la emancipación de los siervos. Esta certeza, más cercana a una actitud humanitaria que a una ideología política, lo llevó al Círculo Petrashevski.

En su admirable biografía en cinco tomos de Dostoievski, Joseph Frank define el clima intelectual que dominaba esas reuniones: «El socialismo que entonces acababa de nacer solía ser comparado, incluso por algunos de sus promotores o cabecillas, con el cristianismo, del cual se le consideraba como mero correctivo y versión mejorada, más acorde con el siglo.»

A la distancia, la tertulia de los viernes parece moderada. En 1877, casi tres décadas después de los sucesos, Dostoievski refutó un comentario que desechaba a los petrashevskistas como «delincuentes políticos» y los comparaba con los «decembristas» que años antes habían planeado matar al zar. En su columna Diario de un escritor aclaró: «Los petrashevskistas eran, en su mayoría, gente que había salido de los centros de enseñanza superior, de las universidades, del liceo alejandrino, de la Escuela de Jurisprudencia y de los más elevados centros docentes. Había muchos profesores y especialmente muchos científicos.»

Los hombres que reinventaban el mundo en casa de Petrashevski en modo alguno conformaban una célula terrorista. Sin embargo, la policía secreta del zar los consideraba progresivamente amenazantes.

A fines de 1848, Rafael Chernosvitov comenzó a ir a las euniones. Antiguo oficial del ejército, unos diez años mayor que la mayoría de los asistentes, Chernosvitov se dedicaba por entonces a buscar oro en Siberia. Usaba una pierna de madera por una amputación sufrida en el campo de batalla. Simpático y exaltado, este colorido personaje tenía los rasgos clásicos del provocador.

Se ufanaba de contar con miles de seguidores en la región siberiana dispuestos a sumarse a «la lucha» y proponía asumir la auténtica tarea a la que estaban llamados: la revolución.

Dostoievski admiró el lenguaje de Chernosvitov, lleno de giros arcaicos, salidos de la Rusia profunda, pero fue el primero en sospechar de él. Su recelo no convenció a nadie, en buena medida porque los demás participantes conocían su temperamento hipernervioso y sus tendencias paranoicas.

Chernosvitov no fue el único que quiso radicalizar al grupo.

Pronto llegaron otros con consignas incendiarias. Algunos de ellos informaban a la policía, exagerando el contenido de las reuniones (también los infiltrados practican la ficción).

Cuando por fin descubrieron que los vigilaban, los aprendices de disidentes reaccionaron de la peor manera, con reuniones secretas que los volvieron más sospechosos. El arresto estaba a la vista.

El 23 de abril de 1849, día de San Jorge, Fiódor y su hermano Mijaíl, editor y escritor ocasional, fueron detenidos con otros miembros del Círculo. El hermano mayor quedó en libertad. A Fiódor se le atribuyó una peligrosidad más conspicua por «escribir contra el Gobierno».

Aunque la cárcel de Pedro y Pablo era uno de los máximos símbolos del autoritarismo y los presos carecían incluso del derecho a la oscuridad (incesantes lámparas de aceite alumbraban las celdas), Dostoievski le confesaría a su segunda esposa que el arresto lo salvó de la locura. No habría soportado seguir en la zozobra de los conspiradores que años después retrataría en Los endemoniados.

En el clima persecutorio de 1848 escribió su cuento «La mujer ajena y el marido debajo de la cama». Aunque se ocupaba de situaciones domésticas, la historia planteaba el tema de la sospecha y la delación. Siempre desconfiados, los personajes trataban de adivinar sus pensamientos a través de los diálogos.

Cautivo en la prisión de Pedro y Pablo, concibe el relato «El pequeño héroe», que también trata de verdades avistadas a medias.

Un niño sirve de mensajero a los adultos sin comprender sus genuinas intenciones. La historia remite a la propia infancia de Dostoievski, cuando los niños no tenían derecho de palabra y los dramas se silenciaban.

Fragmento del libro “La utilidad del deseo” de Juan Villoro reproducido bajo la autorización de Anagrama.

Sinopsis

Los hermanos Grimm ampararon sus cuentos bajo el lema: “Entonces, cuando desear todavía era útil”. Hubo una remota arcadia en la que las hadas recompensaban la esperanza. Novelista, dramaturgo, autor de cuentos infantiles, Juan Villoro entiende la lectura como un regreso al momento esquivo y meritorio en que el placer tiene su oportunidad. “La utilidad del deseo” prosigue la aventura iniciada en los libros de ensayos “Efectos personales” y “De eso se trata”, también en Anagrama.  
 

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