Jueves, 25 de Abril 2024

Un plebiscito trampa

Una tercera parte de los mexicanos no se alinean con el referéndum sobre la figura presidencial que quiere imponer oficialismo y oposición
 

Por: Enrique Toussaint

Andrés Manuel López Obrador sabe que el plebiscito es la única estrategia eficaz que tiene en el horizonte para revalidar la mayoría absoluta en 2021. EL INFORMADOR/E. VICTORIA

Andrés Manuel López Obrador sabe que el plebiscito es la única estrategia eficaz que tiene en el horizonte para revalidar la mayoría absoluta en 2021. EL INFORMADOR/E. VICTORIA

¿Estás conmigo o contra mí? Es tiempo de definiciones, dice el Presidente de la República. Andrés Manuel López Obrador sabe que el plebiscito es la única estrategia eficaz que tiene en el horizonte para revalidar la mayoría absoluta en 2021. El Presidente no quiere que se hable de economía, seguridad o corrupción. Los indicadores no favorecen su gestión. Por el contrario, ante los magros resultados, apuesta por la fórmula priista: la movilización del voto duro y la debilidad de la oposición. Un plebiscito en donde, según sus palabras, él representa el cambio y el combate a la corrupción, mientras que sus adversarios —la oposición— encarnan todo lo malo y podrido del viejo régimen.

La encuesta que publicó el lunes pasado El Financiero, prefigura la simetría entre bloques. Si hoy fueran las elecciones, una tercera parte votaría por Morena y otra tercera parte de los mexicanos votaría por la oposición, sea quien sea. Es llamativa la alta fidelidad, a favor y en contra de Morena, que proyecta el electorado. No obstante, en un escenario así, en alianza con el Verde y el PT, el partido del presidente se quedaría con la mayoría absoluta en la Cámara Baja. Recodemos que Enrique Peña Nieto se hizo del control de San Lázaro con un 29% y una política amplia de alianzas con partidos satélites (los del “Tucán” entre ellos). Voto duro y fragmentación: movilizar a los propios y apostar por una oposición partida en cachitos o una abstención masiva.

No obstante, el mismo ejercicio demoscópico de El Financiero dibuja un tercer México que resiste a alinearse con alguno de los dos bloques. Un tercer espacio, heterogéneo, que no encuentra representación ni en la coalición presidencial ni en los partidos tradicionales. Un tercer México que parece resistirse a esa persistencia plebiscitaria que vivimos todos los días en el país. No tiene rostro —como tampoco la oposición lo tiene—. Y reniega del falso maniqueísmo: ¿Es necesario elegir entre un Gobierno que no está dando los resultados prometidos y los partidos tradicionales que le fallaron a México durante tanto tiempo? ¿No existe forma de salir de este referéndum tramposo que sólo fortalece las intenciones electorales del jefe del Ejecutivo?

La elección de 2021 no es ningún referéndum sobre el cambio. ¿Cuál cambio? La inseguridad roza niveles históricos y una parte del territorio nacional continúa en manos de los narcotraficantes. La economía está en sus peores momentos. Más allá de una leve recuperación de los salarios en 2019, la gestión económica de la pandemia y el conservadurismo fiscal del Presidente supondrán una caída del PIB por encima de los ocho puntos, una millonaria destrucción de empleos y un empobrecimiento popular por encima de la crisis de 1995. Algo se habrá hecho mal en México que seremos, de acuerdo con organismos internacionales, el país de América Latina peor parado tras el paso de ese huracán económico que es el COVID-19. La corrupción se combate en el discurso, pero poco en la práctica. ¿Quién ha pagado por los desfalcos al país? Mucha denuncia en las mañaneras, pero casi ninguna investigación seria. Es cierto que hay más transferencias económicas a grupos vulnerables, pero las inversiones en salud y educación son muy modestas. No podemos participar en un referéndum sobre un cambio que sólo existe en la cabeza del Presidente.

La elección del 2021 es un espacio donde se conjugan muchas preguntas, no sólo si estamos a favor o en contra del Presidente. Estás conmigo o en contra de mí es una dicotomía más cercana al fascismo que a la democracia. Por ejemplo, hay preguntas válidas que trascienden la lógica plebiscitaria: ¿Qué ha hecho el Gobierno de México con la amplia mayoría que tiene el Congreso?

¿La ha aprovechado para hacer cambios que repercutan en la calidad de vida de la gente? ¿Quién ha entendido mejor su trabajo desde 2018, el oficialismo o la oposición? Y, no podemos olvidarlo, las dinámicas locales alteran el plebiscito que está planteando López Obrador. En paralelo, se elegirán 15 gubernaturas en el país. No es lo mismo lo que sucede en Nuevo León que en Campeche y los electores de estos estados emitirán su voto pensando más en variables locales que en dinámicas nacionales. Lo mismo sucede en estados como Jalisco en donde el sistema de partidos y el equilibrio de fuerzas son muy distintos a lo que ocurre a nivel nacional.

El Presidente no puede sostener que ha cambiado al país desde 2018 (por cierto, va en alianza con el Partido Verde, el partido más corrupto de México), pero la oposición tampoco es capaz de poner alternativas sobre la mesa. ¿Qué haría el PAN, PRI, PRD o MC con una mayoría en San Lázaro?

¿Existe proyecto más allá de decir que echarían abajo todo lo que ha propuesto y aprobado la mayoría oficialista? La oposición está perdida en esa obsesión enfermiza con el obradorismo. Se levantan, se echan la mañanera, se indignan, responden en redes sociales y no le proponen nada al país. No dudo que el Presidente se merezca un duro voto de castigo luego de dos años de un Gobierno que no ha cosechado casi nada, sin embargo es natural que haya una parte de la población que tampoco confíe en otorgarle una mayoría a los partidos que nos llevaron al desastre actual. La democracia es alternativas, pluralismo y diferencias programáticas; empero, lo que vemos hoy es un nudo gordiano que sólo beneficia a los extremistas de ambos lados del tablero político. Si no surgen alternativas en la oposición o golpe de timón en el Ejecutivo, podremos estar frente a una amplísima decepción política que se traduzca en una abstención electoral nunca antes vista.

Julio Anguita es un histórico comunista español que hoy es guía moral de los movimientos progresistas. Y tiene una frase —que se ha vuelto muy citada—. Cuándo le preguntaban si se iba a aliar o no con tal o cual partido, él respondía: depende de su “programa, programa y después programa”. Es decir, no me importa cómo se llamen, sino qué proponen. No me importa si son de izquierda o de derecha. Lo importante es qué programa de reformas tienen para el país. Qué piensan hacer para combatir la violencia; qué piensan hacer para extirpar la corrupción; qué hacemos con nuestro alicaído sistema de salud; cómo combatimos la pobreza y la desigualdad; qué hay de la discriminación; qué hacer con la otra pandemia: la violencia machista; qué reforma fiscal necesitamos para ser un país más justo; qué haremos con el medio ambiente; qué hacer para reformar el Poder Judicial, los ministerios públicos y las policías. El plebiscito que plantea López Obrador es una trampa. México no debe seguir obsesionado con la figura del Presidente; de hecho, una tercera parte del país ya abdicó de ese debate.

JL

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