Miércoles, 24 de Abril 2024

(In)Certidumbre

¿Por qué las certezas juegan a favor del proyecto y la credibilidad de López Obrador?

Por: Enrique Toussaint

(In)Certidumbre

(In)Certidumbre

Andrés Manuel López Obrador entendió que su peor enemigo era la incertidumbre. Y la toreó adecuadamente. Primero, presentó su gabinete a media campaña electoral. Frente a las dudas, el ahora presidente electo confiaba la gestión de la política económica en hombres y mujeres respetados por la élite empresarial: Carlos Urzúa, Gerardo Esquivel, Alfonso Romo, Graciela Márquez. De la misma forma, para quien creía que López Obrador se estaba volviendo muy “moderadito” oficializó los nombramientos de Luisa María Alcalde y Olga Sánchez Cordero (bien vistas por la izquierda).

Luego del gabinete, llegó el momento de comprometerse a no subir los impuestos, ni a los ricos ni a nadie. Luego dijo que nada de deuda, déficit ni exceso de gasto público. Y terminó diciendo que ni de broma le pasaba por la cabeza buscar la reelección en 2024. El ex jefe de Gobierno de la Ciudad de México fue apagando, uno a uno, los fuegos inciertos que acechaban y amenazaban la viabilidad de su candidatura.

La respuesta de las urnas: López Obrador arrasó. Y en los días siguientes, nunca llegó el apocalipsis que presagiaron analistas, periodistas y comentaristas. El tipo de cambio bajó y comenzó una larga transición en donde el presidente electo tuvo, siempre, “el sartén por el mango”. El apretón de manos con Enrique Peña Nieto y la reunión con los empresarios, en la primera semana de transición, pavimentó un mes de julio de “luna de miel”. Las dudas de muchos dieron paso a la expectativa. La renegociación exitosa de la nueva versión del Tratado de Libre Comercio con Estados Unidos y Canadá coronaba una transición impecable.

Sin embargo, comenzaron los titubeos. Se esfumó el López Obrador presidencial, con un discurso sólido y creíble, y volvió el candidato. El político que parece sentirse cómodo en el terreno de la ocurrencia. El Nuevo Aeropuerto Internacional de la Ciudad de México simbolizó la ruptura de ese camino terso hacia el Palacio de Gobierno. No sólo por la consulta, que dividió a tirios y troyanos, sino por las contradicciones en el discurso. ¿Echamos atrás Texcoco por corrupción, pero mantenemos esos mismos contratos en Santa Lucía? ¿Queremos separar el poder político del económico, pero dejamos al socio de Riobóo como el mandamás de Santa Lucía?

Y luego de la consulta, todo indicaba que volvía la estabilidad. Mario Delgado, coordinador de los diputados de Morena, se comprometió a no impulsar otra consulta fuera de la ley. Propuso reformar la Ley de Consultas Populares y, con ello, dar certidumbre jurídica a cualquier ejercicio ulterior. Y, pues no. Tras la marcha en la Ciudad de México, López Obrador reaccionó con otra consulta y poniendo 10 proyectos, de infraestructura y política social, a decisión de los ciudadanos. Entre ellos, el Tren Maya que se consultará, pero que ya tiene fecha de inicio de construcción: el 16 de diciembre.

Luego llegó la propuesta de Ricardo Monreal, coordinador de los senadores de Morena, de regular las comisiones bancarias. Recordemos que, en México, una tercera parte de los ingresos de la banca provienen de las comisiones. Una iniciativa valiosa y que desató el aplauso unánime entre tantos mexicanos que nos sentimos estafados por las comisiones que cobra la banca. No obstante, demostró, una vez más, que existen discrepancias entre el proyecto legislativo de Morena y lo que opina el presidente electo. Horas después de la propuesta, López Obrador salió a decir que no respaldaba la ambiciosa apuesta de Monreal y que no cambiaría las reglas del juego bancario hasta 2021.

Hay quien cree que la certidumbre es un concepto conservador. La palabra ha sido tan manoseada, que en muchas ocasiones parece que dotar de certidumbre a un proyecto político es arrodillarse ante los mercados, que los banqueros determinen la agenda del país o que impere el estatus quo. La certidumbre como sinónimo de inmovilismo. La certidumbre como sinónimo de claudicar frente a los poderosos. Discrepo de esta idea.

La certidumbre es y será el mejor aliado del Gobierno que quiera cambiar las cosas en este país. López Obrador debe aprender de su historia. Cuando su discurso ha sido cierto y creíble, y ha apelado al sentido común de la mayoría de los mexicanos, se ha diluido el temor sobre sus intenciones. La campaña y los primeros sesenta días de transición son un ejemplo de ello. La certidumbre es la construcción de un espacio de estabilidad que le permite al gobernante, con la mayoría parlamentaria que lo acompaña, tener margen de maniobra para empujar los cambios que prometió al electorado. López Obrador tiene tres grandes retos: hacer de México un país menos violento y, por lo tanto, más seguro; hacer de México un país menos corrupto y, por último, hacer de México un país menos desigual y con menos pobreza. La certidumbre abona a estos objetivos.

Veamos qué gobiernos llegaron con ese mandato y lograron avanzar en su agenda. ¿Felipe González en España o Ricardo Lagos en Chile? ¿La primera etapa de Lula Da Silva en Brasil? ¿El actual Gobierno socialista de António Costa en Portugal? Todos tienen un común denominador: proyectos de izquierda que llegaron al poder con una oposición furiosa de los mercados y que, con un mensaje de estabilidad, certidumbre y sentido, lograron ganar credibilidad dentro y fuera de sus países. No se pelearon con la certidumbre, abandonaron las ocurrencias y optaron por enfocar sus baterías en resolver los problemas de las mayorías.

Cometería un grave error López Obrador si entiende su Gobierno como un juego de vencidas con los mercados, los empresarios o las clases acomodadas del país. Por supuesto que López Obrador debe mandar un mensaje de que su Gobierno no será chantajeado y manipulado por los intereses fácticos, pero eso no implica desconocer la importancia del estado de derecho, la certidumbre presupuestal y la claridad del proyecto que se desea construir. La incertidumbre sólo alimenta a quien anhela apasionadamente su fracaso. Le da argumentos a quien desea fervorosamente que el sexenio que, está por comenzar, entierre la idea de que la izquierda puede ser una alternativa para México.

La certidumbre es fundamental por la estabilidad que permite para empujar cambios de envergadura. Y es fundamental por otra cosa también: la credibilidad. La certidumbre dota de credibilidad a un proyecto. Por ejemplo, las consultas: más vale una consulta con alta participación, separación entre el árbitro y el promotor, encuadre legal y garantías democráticas, que decenas de ejercicios que suscitan más la descalificación que el involucramiento de los ciudadanos.

Estamos frente a uno de los momentos políticamente más agitados de la historia del país. Es la primera vez que llega un Gobierno que abiertamente discrepa de la línea económica seguida por las administraciones que tienen el poder desde 1982. De la misma forma, reniega de la tecnocracia y el coqueteo con los poderes fácticos. Y, en gran parte, estas posturas provocaron una gran movilización de electores a favor de López Obrador.

Empero, hacer consultas legales no significa caer en los chantajes de los poderes fácticos, sino respetar la voluntad y dar garantías democráticas a quien decida participar. Proponer proyectos realizables no es claudicar frente a Slim o Larrea, sino ganar credibilidad frente al ciudadano y demostrar que se pueden hacer las cosas distinto. Proponer un presupuesto en donde los egresos y los ingresos cuadren no es caer en la agenda del PRIAN, sino resignificar el gasto público como instrumento para mejorar la vida de las mayorías y sin endeudar a las futuras generaciones. Trabajar acuciosamente las iniciativas que se presentan, y ser transparentes en su construcción, antes de soltarlas como fuegos artificiales, es mandar un mensaje de que la administración entrante va en serio y no sólo opera a través de amagues. No contradecirse entre gabinete y líderes parlamentarios es mandar señales de que hay un rumbo compartido. La certidumbre no es un regalo a los poderes fácticos, sino el compromiso que adquirió López Obrador con más de 30 millones de votantes. Su credibilidad está en juego.

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