Viernes, 19 de Abril 2024

El rey va desnudo

El feminismo es tan potente que desnuda “el cambio” que proponen algunos gobernantes

Por: Enrique Toussaint

CERRAZÓN. Los muros alrededor de Palacio Nacional esconden un inexplicable miedo ante un legítimo reclamo de las mujeres y la sociedad en general. EFE

CERRAZÓN. Los muros alrededor de Palacio Nacional esconden un inexplicable miedo ante un legítimo reclamo de las mujeres y la sociedad en general. EFE

Vivimos los tiempos en donde se hace historia antes de hacerla. En donde todo se bautiza antes de que suceda. Escuchamos hablar de la Cuarta Transformación y la realidad nos entrega un continuismo desesperante. Escuchamos hablar de la Refundación de Jalisco y, a pesar de ello, todos los días nos enfrentamos a los mismos dolores. La historia por decreto tiene mucho de marketing y muy poco de sustancia. El cambio parece imparable y ambicioso hasta que se topa con una verdadera revolución: la feminista.

México arriba al Día Internacional de las Mujeres con un feminismo ampliamente movilizado en el país. Movilizado en las calles, en las redes, en los tribunales y en los parlamentos. Se dice que frente a una oposición muerta, el feminismo se ha convertido en la única oposición legítima a quienes nos gobiernan actualmente. Me cuesta ver al feminismo como una ola opositora. Es mucho más que eso. Al criticarlo todo -el lenguaje, la cotidianeidad, el trabajo de cuidados, la representación política, los roles sociales-, las feministas forman un auténtico bloque histórico. Un bloque histórico, en el sentido que teorizó Antonio Gramsci, que busca alterar las relaciones de dominio y subordinación. El bloque histórico necesita alianza entre clases sociales y transversalidad. El feminismo lo tiene: mujeres de todas las edades, todos los segmentos socioeconómicos y todos los niveles educativos.

Se ha descrito al feminismo de innumerables maneras. Lo que hace algunos años observábamos como un movimiento puramente reivindicativo se ha transformado en una gran alianza de mujeres con voluntad de poder. Las mujeres en política ya no quieren ser floreros. No quieren encargarse de las “áreas rosas” de los gobiernos. No quieren el papel de primeras damas o encargadas de la beneficencia. Por ello, Jalisco es testigo de la construcción de organizaciones que trascienden las fronteras de los partidos políticos como “las paritaristas”. Porque en el fondo ya no hay un reclamo por una inclusión casi folclórica de las mujeres. De fondo hay una auténtica disputa por el poder. Paradójicamente -por ser visto históricamente como un poder conservador- los tribunales han sido un camino más directo que el legislativo. Sin embargo, para que los tribunales fallen en un sentido, antes debe haber organización y estrategia.

La coyuntura política es espejo del hartazgo del feminismo con las simulaciones. El hartazgo que genera un discurso supuestamente conciliador con las demandas de colectivos de mujeres y la práctica en donde se reproducen la imposición del dominio del hombre en la política. Desde las “Juanitas”, pasando por la paridad horizontal en municipios o distritos poco competitivos, hasta las alianzas partidistas para darle la vuelta a las reglas de paridad. El resultado es que muchas mujeres han sido integradas en cabildos o en el Congreso, pero la toma de decisiones está en manos de un mismo grupo de hombres.

El Presidente ha demostrado que no entiende que no entiende. O eso pienso a primera vista. En la primera reflexión. Sin embargo, luego creo que López Obrador hace gala de ese incomparable estratega político que lleva dentro. Su discurso conservador sobre los derechos de las mujeres está fríamente calculado. No se compromete con las feministas. Ignora sus demandas en materia de interrupción del embarazo o del combate al feminicidio. No obstante, protege a esa gran porción de votante masculino conservador que lo catapultó a la presidencia. Si a eso le sumamos la incapacidad de la oposición para tejer un discurso creíble frente a los grupos feministas, el Presidente sabe que las críticas ante su falta de sensibilidad en temas de género no se traduce en pérdidas de popularidad o capital político. Por supuesto que hay mucho de ideológico en las posturas de AMLO (recordemos eso de que el pacto patriarcal es un concepto que viene de afuera… le faltó decir que lo acuñó George Soros), es un conservador; pero no debemos perder de vista el cálculo electoral. Hasta hoy no está pagando costo político por sus pifias. Aunque, si su partido sigue obstinado en postular impresentables, más temprano que tarde va a pagar un alto costo político.

López Obrador no es el único político incapaz de entender la profundidad de los planteamientos feministas. El gobernador de Jalisco no canta mal las rancheras. Movimiento Ciudadano fue incapaz de condenar a un alcalde golpeador, Héctor Álvarez de Zapotlanejo. Es una vergüenza que un presidente municipal violento siga en su puesto por los mismos pactos que denunciamos en casos como el del presunto violador, y candidato a Guerrero, Félix Salgado Macedonio. Me da gusto que MC haya decidido negarle el apoyo político al alcalde de Tototlán luego de las denuncias de acoso, pero eso no quita que Álvarez haya gozado de una impunidad intolerable.

Decía Gramsci, muy citado en la actualidad, que “la ideología es el campo de batalla de la política”. El feminismo ha pasado de ser una identidad reivindicada por unas cuantas mujeres a convertirse en posicionamientos que construyen grandes consensos. Pasó de ser una ideología marginal a ser una exigencia de sentido común para millones de mujeres. Dicho cambio, aunque parezca menor, es una auténtica revolución ideológica. Las mujeres no han vencido -aunque también-, han convencido. La transición de una serie de demandas desarticuladas a un auténtico sujeto político que reclama cambios y poder de decisión. No recuerdo una sacudida tan profunda del poder en siglos.

El muro que separa Palacio Nacional de la plancha del Zócalo es un símbolo de gran (im)potencia. El rey va desnudo, reza una vieja frase castellana. El muro es el símbolo de la impotencia, de un Presidente que se esconde en Palacio y defiende a Salgado Macedonio aunque su partido quede dividido. ¿Qué miedo existe? ¿Qué atemoriza tanto? Algún amigo me dijo: “el reclamo más doloroso proviene de aquél que tiene la razón”. El muro de Palacio Nacional es un símbolo de cerrazón, pero sobre todo de miedo. Curioso Gobierno progresista y de izquierda.

JL

Tapatío

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