Viernes, 29 de Marzo 2024

El más dulce de los dolores

Lucía Zamora resistió 36 horas entre los escombros donde quedó atrapada tras el temblor del 19 de septiembre del 2017; fue rescatada con vida del edificio de Álvaro Obregón 286. Esta es su reflexión a dos años de los sucesos

Por: Lucía Zamora

Lucía Zamora. Sobreviviente del sismo en Ciudad de México. CORTESÍA / L. Zamora

Lucía Zamora. Sobreviviente del sismo en Ciudad de México. CORTESÍA / L. Zamora

Vienen los días y van los días y el amor queda. Allá dentro, muy dentro, en las entrañas de las cosas, se rozan y friegan la corriente de este mundo con la contraria corriente del otro, y de este roce y friega viene el más triste y el más dulce de los dolores: el de vivir.

Miguel de Unamuno, Niebla.

Cada 19 de septiembre me piden narrar qué estaba haciendo aquella mañana. Noto con fortuna que he olvidado detalles que antes guardaba como quien guarda un tesoro: la hora exacta, el piso en el que estaba, la ropa que me puse, mi reacción al ver desplomarse un edificio entero sobre mi. ¿Será cierto eso de que el tiempo cura todo? Sin embargo, pronto noto que la huella de la memoria sensorial es más profunda, ésta no olvida y ocurre igual un 19 de septiembre que un 7 de abril, sucede igual en México o en Madrid, de día o de noche. Los sentidos se avispan ante cualquier estímulo: el olor a cemento me traslada a aquella cueva en la que viví 36 horas. Los sonidos fuertes me aturden y si se trata de una máquina de construcción me estremezco. Las luces de una ambulancia me regresan sin tregua alguna a la noche de mi rescate. Me pregunto si esta memoria casi inconsciente alcanzará el olvido; quizá en alguno de sus tantos recovecos siempre habrá restos de aquellas sensaciones ocurridas en microsegundos. Lo curioso es que hay momentos en que también olvido por completo lo sucedido. He llegado a sentir que eso ni siquiera me pasó, como si sólo hubiera sido un mal sueño o hubiera pasado en otra vida, quizá, un evento surrealista escrito por un director de cine en medio de la gran Ciudad de México.

Esperanza. Imagen del momento del rescate de Lucía Zamora el 19 de septiembre de 2017. Esperanza. CORTESÍA / L. Zamora

Lo cierto es que de esto sólo se habla en serio cada aniversario del sismo pues también hay una huella de olvido en la sociedad. La rutina es el nuevo motor y el mejor pretexto para las autoridades y responsables. Una amnesia generalizada que los afectados no compartimos. Sin embargo, a título personal, decidí cómo quería vivir y recordar. Después de los primeros 8 meses de lo sucedido me cansé de ser la chica del temblor porque soy más que eso. Busqué una voz que fuera escuchada más allá de cada aniversario a través de publicaciones y de conferencias con mi testimonio de vida. Un testimonio que no sólo trata de este evento, pues, en distintos momentos, he salido adelante de otros tantos sismos emocionales.  Pero lo más importante que he hecho es seguir adelante con mi vida, buscar mis sueños, recordar quien soy, reinventarme, ponerme metas, vivir la vida. ¿Fácil? No, no ha sido fácil. Pues hacer todo esto implica salir de la zona de confort, implica un proceso de autoconocimiento que muchas veces es doloroso, también implica sacrificio y lucha constante. Ser sobreviviente no garantiza que el camino a partir de entonces será llano. Yo a veces tengo prisa, no quiero perder tiempo, quiero hacer todo. Vivo con más intensidad, tanta que me pierdo entre tantas ideas y pensamientos. También tengo miedo. Entonces recuerdo algo tan básico que incluso me sirvió en aquel duro momento: respirar.

Me gusta pensar que no hay imposibles en la vida si uno trabaja por ello, aunque a veces no sea fácil. Hace un año llegué a vivir a Madrid para estudiar un Máster en Escritura. Tuve que ser paciente para encontrar los medios económicos, encontrar dónde vivir, conocer gente y hallar eso que vine buscando. Mientras eso sucedía abrí mi corazón a todas las experiencias posibles. De pronto hoy me veo en esta espiral de la vida con nuevos amigos, con una voz en la escritura, con proyectos a futuro. Pero también me veo en un sube y baja de emociones, de experiencias, de nostalgia y de transformación. Entonces respiro. Abrazo cada episodio. Respiro. Observo la eterna dualidad de la vida. Respiro. De pronto entiendo que la única constante es el cambio. Entonces respiro nuevamente y sigo adelante.

A dos años puedo decir que entiendo mejor la vida escribiéndola, que extrañamente me han ocurrido cosas a través de las letras que me acercan más a mí y a ese entendimiento de mi propia existencia que muchas veces se vuelve una constante necedad. A dos años, en el más dulce de los dolores: la vida, puedo decir que escribir es mi catarsis, mi sueño, mi forma de expresión, de sentir. Escribir es entender la vida.

*Lucía Zamora es superviviente del temblor en la Ciudad de México el 19 de septiembre de 2017

Tapatío

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