Lunes, 09 de Diciembre 2024

El eclipse de las alternativas

¿Por qué López Obrador insiste en una estrategia que ha demostrado su fracaso?

Por: Enrique Toussaint

El eclipse de las alternativas

El eclipse de las alternativas

Más de cuatro mil días han pasado del funesto “grito de guerra” de Felipe Calderón, y su gabinete, contra el crimen organizado. Nos dijo el expresidente que no había alternativas. Todo comenzó con una analogía: las policías son una especie de cuerpo que perece y, al abrirlo, nos damos cuenta de la metástasis que lo llevó a la tumba. Felipe Calderón justificó la militarización del país por la imposibilidad de contar con policías confiables. Doscientos cincuenta mil homicidios después, la justificación para que el Ejército continúe en las calles es la misma.

En estos 12 años, México se convirtió en un desastre aún mayor. En el país, una persona es ejecutada cada 15 minutos. Más de 30 mil personas están desaparecidas y, de acuerdo con Quinto Elemento Lab, han sido encontradas 2 mil fosas en todo el territorio nacional. El Ejército, una institución positivamente valorada por los ciudadanos en el pasado, hoy está severamente cuestionada: según una encuesta del Centro de Estudios Sociales y de Opinión Pública (CESOP) de la Cámara de Diputados, 51% de los mexicanos “confía poco” en las fuerzas armadas. Luego de una década de estar haciendo labores que no le corresponden, era natural que el Ejército perdiera prestigio social.

Andrés Manuel López Obrador prometió una estrategia distinta. Si hacemos un análisis de sus declaraciones desde 2006, el presidente no deja lugar a dudas. Condenó por años la militarización del país. En la campaña, lo reiteró: la violencia no se va a acabar con más violencia. Luego llegó el realismo y López Obrador tuvo que recular -diciendo que era inviable regresar a los militares a los cuarteles-, pero nadie puede borrar los años en donde el ahora presidente fue un crítico implacable de la estrategia militarista de combate al narcotráfico.

Y en ese sentido, López Obrador no sólo traicionó a aquellos que pensaban que es posible una estrategia de seguridad sin guerra, con democracia y libertades, sino que su propuesta de Guardia Nacional profundiza la militarización del país. No sólo concibe a las fuerzas armadas como la columna vertebral de la seguridad pública en México, sino que el Presidente decidió que había que normalizar su actuación modificando de la Constitución. No le importó al Jefe del Ejecutivo que la Corte sea clara y rotunda en este tema: la actuación de las fuerzas armadas en labores de seguridad pública no es constitucional. Normalizar la militarización del país, como lo está haciendo López Obrador, fue un esfuerzo que ni siquiera Felipe Calderón y Enrique Peña Nieto pudieron lograr (éste último fue el impulsor de la Ley de Seguridad Interior que fue declarada inconstitucional por el máximo tribunal).

Es cierto que los diputados modificaron algunos de los puntos clave en la iniciativa que envió el presidente. Por ejemplo: en cinco años, la Guardia Nacional debería pasar a formar parte de la Secretaría de Seguridad Pública y se da facultades al Senado para que disuelva la Guardia Nacional cuando juzgue conveniente. Sin embargo, se mantienen dispositivos preocupantes como la atribución que tendrá la Guardia Nacional de intervenir en todos los delitos. Todos son todos. No es un cuerpo especializado en el combate al crimen organizado, sino una policía militarizada que te puede detener en la calle por cualquier motivo. 150 mil elementos que tendrán amplísimas competencias y que sustituyen a la Policía federal.

Y detrás de la aprobación de la Guardia Nacional, se esconde una narrativa y un argumentario que suponen una victoria cultural para el calderonismo: la inevitabilidad de que el Ejército se encargue de la seguridad pública en México. 12 años después, el michoacano ganó la guerra cultural frente a la izquierda. Nos dicen exactamente lo mismo que nos decía Calderón: mexicanos, ¡No hay alternativas! O como reza el dicho: ¿quieren paz? Prepárense para la guerra. El eclipse de las alternativas no sólo contaminó a Peña Nieto y al priismo, y a los gobernadores de uno y otro bando, sino también a quien le hizo la vida imposible a Calderón por buscar a través de las armas su legitimación política.

Dicha victoria cultural tiene una dimensión social que es imposible soslayar. De acuerdo con distintos estudios demoscópicos, entre un 75 y 85% de los mexicanos considera que la seguridad pública está mejor en manos de las fuerzas armadas. Es como si la inevitabilidad y el discurso de “no hay alternativas”, haya encontrado un consenso social. Todos los días vemos que el Ejército es incapaz de combatir la violencia; vemos que las violaciones a los derechos humanos se multiplican sin límite; vemos que los abusos cometidos por las fuerzas armadas son escalofriantes. Y aún así, parece que nos sentimos más seguros con un estado de sitio, con nuestras libertades coartadas, con militares patrullando las calles. No sé cómo le podemos llamar a esa tan preocupante negación de la realidad que tenemos.

López Obrador estaba obligado a poner una alternativa sobre la mesa. No deja de ser paradójico que quien hizo de “abrazos no balazos” su principal eslogan durante la campaña, hoy recurra a 150 mil uniformados con entrenamiento militar para “garantizar” la paz en el país. Las discrepancias al interior del proyecto de López Obrador (ahí tenemos la voz enérgica de Tatiana Clouthier) son un espejo de las contradicciones en las que se está moviendo la estrategia de combate a la violencia del presidente.

Tal vez, lo primero que debamos hacer quienes creemos que es posible una estrategia de combate a la violencia fincada en los civiles, la democracia, los derechos humanos y las libertades, es combatir la narrativa que perpetúa la inevitabilidad de la militarización. Llevamos 12 años con el mismo discurso y, a pesar de su insistencia, la realidad es tozuda y desmiente todos los días a quien considera que sólo en estado de sitio podemos sentirnos tranquilos. Llevamos dos sexenios contando tragedias, homicidios, desaparecidos y hoy somos un país más violento e inseguro que hace 12 años. Hoy somos un país con nuestras libertades amenazadas y con un permanente estado de excepción. ¿No ha quedado claro el fracaso? ¿Por qué creer que el liberticidio y la militarización es la única salida?

Tapatío

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