Sábado, 20 de Abril 2024

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Volver a las aulas

Por: Luis Ernesto Salomón

Volver a las aulas

Volver a las aulas

En el mundo, entre el aturdimiento provocado por el impacto de la pandemia, las familias lidian con desafíos inusitados, y cuando voltean hacia sus autoridades las descubren perturbadas. Algunas, alejadas de la ciencia, al apreciar la dimensión del costo, apuestan a esa especie de regreso a una normalidad que ni es regreso, porque el pasado es inalcanzable, ni es normalidad, porque ahora lo cierto está por definirse. Pretender volver atrás es ir a ninguna parte. Toca construir nuevas formas de trabajo y convivencia que permitan la activación económica y el respeto a los derechos de todos.

Las predicciones se desgastan como estatuas de sal desnudando las intenciones de convertir el ruido estremecedor de la pandemia en una pseudomúsica para “conducir” a las masas. Entre los desafíos más complejos después de la salud, está la vuelta a las aulas. Las escuelas juegan un papel fundamental en la actividad social de nuestro tiempo, son pieza clave para la actividad económica y motores de nivelación de la desigualdad. Para las familias es necesario contar con los sistemas educativos para disponer de tiempo y condiciones para el trabajo. Por eso cualquier propuesta de activación económica y construcción de nuevas formas de trabajo requiere una fórmula segura para que los niños y jóvenes asistan a las aulas.

A partir de la ciencia y la experiencia en otras partes del mundo parece que aunque el riesgo de los niños a enfermarse gravemente por el coronavirus es mucho menor que los adultos, no es cero, hay un porcentaje pequeño de menores que han muerto o han requerido hospitalización. La mayor preocupación con la reapertura de las escuelas es la probabilidad de que los niños se contagien y que aun sin síntomas trasmitan el virus a otros niños, maestros o trabajadores en la propia escuela o a sus familias al ir a casa. En ese sentido, estudios de la Academia Americana de Pediatría refieren que incluso si los niños menores de 12 años se infectan en las mismas proporciones que los adultos de su entorno, es menos probable que lo propaguen y por eso ha recomendado que las escuelas puedan abrir con las precauciones debidas que suponen la distancia entre alumnos, el escalamiento de horarios y el uso de mascarillas.

Las escuelas juegan un papel fundamental en la actividad social de nuestro tiempo, son pieza clave para la actividad económica y motores de nivelación de la desigualdad.

Dado que en México no tenemos datos precisos sobre la incidencia de contagios por el limitado número de pruebas, considerando las experiencias de otras naciones podemos deducir que en las grandes ciudades es muy probable tener un infectado por cada 200 residentes y por tanto posible que a las escuelas asistan personas infectadas, por lo que abrir ahora mismo significaría un gran riesgo. Así que habrá que esperar a una etapa de descenso o contención.

Hasta ahora, los países que reabrieron las escuelas después de reducir los niveles de infección –y que impusieron requisitos como el distanciamiento físico y límites al tamaño de los grupos– no han visto un aumento de los casos de coronavirus.

Además de las naciones asiáticas están las nórdicas como Dinamarca y Noruega que reabrieron las escuelas para los niños más pequeños desde fines de abril y retrasaron la educación secundaria.

Limitaron a una decena de alumnos por clase, aislaron pequeños grupos en los tiempos de recreo y espaciaron los pupitres, con resultados positivos dado que no hubo un incremento en los casos. Sin embargo en naciones que se han precipitado a abrir hay brotes como en Israel o Brasil.

En Estados Unidos el debate se encamina a concluir que hacer pruebas para detectar infecciones en las escuelas es esencial, según los expertos en salud pública. La reacción ante el crecimiento de contagios en las escuelas también es variado: en algunas naciones se cierran las escuelas donde se detecta un caso y en otros se monitorean intensamente los contactos para contener los contagios de quienes realmente tienen el virus.

Al negar a los niños un verdadero día de escuela se profundizan las desigualdades y se potencian los conflictos intrafamiliares y, por otra parte, exponerlos a un contagio resulta inadmisible. Así que la solución es pensar en la vuelta a las aulas con seguridad y eso significa en primer lugar que no puede haber medidas uniformes en todo el país dada la evolución de la pandemia.

Enseguida están las medidas que habría que tomar para reducir el tamaño de grupos, adaptar instalaciones, escalar horarios y aplicar medidas sanitarias como uso de cubrebocas y antibacteriales. Eso implica inversión de recursos que deben de venir de las arcas públicas para no trasmitir la carga a las familias. Por otra parte, está el riesgo de contagio del personal docente y administrativo. Ahí habrá que identificar a quienes tienen mayor riesgo por enfermedades pre-existentes, edad o contagios. También es claro que no es lo mismo una escuela primaria ubicada en una zona urbana con servicios que otra en una población rural sin ningún tipo de recursos.

En cualquier caso, habrá que contar con la opinión, participación y compromiso de los maestros y los padres de familia, para que no se asuma el regreso como una decisión política, como sucede ahora mismo con la presión que ejerce Donald Trump y que ha generado resistencia en los profesores en Estados Unidos. No se trata de sumar a las organizaciones sindicales y hacer anuncios para la opinión pública, sino de encontrar soluciones en cada zona escolar y conforme a las condiciones particulares de cada comunidad. Es tiempo de innovar y no de resistir.

Ante la confusión imperante debido al ruido inducido es importante aprovechar la ocasión para introducir soluciones específicas en cada región, dar vuelta a la página del control político de los maestros para abrir la participación activa de las comunidades escolares, para poner al centro de atención a las personas y no a los sistemas.
 

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