Las crisis renuevan la forma de enfrentar los problemas. Producen enorme sufrimiento concentran poder y recursos al mismo tiempo que reordenan los objetivos de las comunidades. Las guerras son un claro ejemplo de ello. El mundo ahora mismo vive una crisis sanitaria y económica sin precedentes. Naciones hegemónicas como Estados Unidos se enfrenta a desafíos vitales respecto a su papel en el mundo y en México vivimos la crisis de inseguridad pública que desafía a las instituciones mediante la acción criminal. En medio de estas tormentas que azotan a la población se sentarán a la mesa los presidentes de México y Estados Unidos. Resulta predecible decir que los asuntos que se tratarán tienen que ver con la forma de lidiar coordinadamente con estos problemas estructurales. Pero al mismo tiempo, quizá como no sucedía desde la época de la revolución, se abre la posibilidad de plantear asuntos de mucho fondo geopolítico. La consolidación de los bloques económicos en el mundo es una realidad más allá de las pasiones nacionalistas. La integración económica México-Estados Unidos es un hecho irreversible con consecuencias sociales profundas como el hecho de que más de 10 millones de familias tienen miembros en primer y segundo grado que viven en ambas naciones y que la población de origen mexicano en Estados Unidos crece en capacidad económica y política. Nuestra posición supone resistir a las presiones políticas para consolidar condiciones que traigan bienestar a los habitantes de México. La reunión del próximo miércoles en Washington puede ser un punto de referencia en el curso de las relaciones bilaterales que signifique cambios esenciales en el manejo de la seguridad y el combate a la delincuencia en México. También puede abrir la puerta a proyectos estratégicos conjuntos y a un respaldo a la lucha contra la corrupción emprendida por el Presidente López Obrador. El costo del uso simbólico de la presencia de México en la Casa Blanca de Donald Trump es ineludible, dado lo costoso de un desaire. Más oportuno es construir nuevas bases comunes de cara a una crisis económica que parece será prolongada y para combatir una pandemia que según las estimaciones puede cobrar más de doscientas mil vidas en Estados Unidos y sesenta mil en México. Mejor coordinar una respuesta económica, financiera y sanitaria que seguir por caminos separados. Los hechos han llevado a dos personajes con tremendo arrastre público a encontrarse en medio de los vientos huracanados que sacuden a Washington y que provocan tormentas en todo el continente. Los halcones con los que habrá que lidiar son quizá la parte más dura del conservadurismo republicano, pero también son los más pragmáticos en temas internacionales.El talante propositivo en cuestiones económicas y la apertura mostrada por nuestro país abona a la contención de los riesgos políticos. En ambas naciones la población está en gran parte perpleja ante el impacto de los efectos de la pandemia y se aprestan tiempos electorales que pondrán a prueba las instituciones democráticas amenazadas por las influencias externas de Rusia y China allá y que pueden tener replicas o imitaciones aquí. La consolidación del bloque económico es el mensaje central y qué bueno que así sea porque es la parte más estructural de la relación, pero es tiempo de innovar para terminar con los conatos de insurgencia criminal y la corrosión institucional que sufre nuestro país desde hace décadas. Las resistencias internas al fortalecimiento del estado de derecho requieren de símbolos de respaldo externo que apuntalen la decisión de ir a fondo.El tiempo de tormenta puede convertirse en tiempo de reinventar la relación internacional más importante de nuestro país.
