Pocas expresiones de López Obrador me parecen tan peculiares como la de serénense. Quizá tenga que ver con que es la que usaba mi padre cuando trataba de controlar a su tribu, cosa que, por cierto, raramente lograba. El llamado del presidente a sus colaboradores, particularmente a Santiago Nieto y a Alejandro Gertz Manero, reduce a un regaño paternal lo que es un preocupante deterioro institucional.Detrás del serénense hay un reconocimiento de facto de que ambos colaboradores usan o han usado las instituciones del Estado para dirimir sus conflictos, o lo que es lo mismo, se trata de un reconocimiento tácito de que existe un uso indebido de atribuciones cuando no desvío de recursos públicos para asuntos personales por parte de ambos funcionarios.Aunque el de Gertz contra Nieto es el más evidente, público y notorio de los encontronazos dentro del equipo de gobierno lopezobradorista, no es el único. El estilo personal de gobernar y la sucesión adelantada ha generado golpes y zancadillas de todo tipo. Cualquier observador de la política diría que nada fuera de lo normal. De hecho, no debería preocuparnos si no fuera porque ello implica una afectación al Estado. El pleito entre Ebrard y Sheinbaum no tendría ninguna importancia si de por medio no estuviera la afectación a la justicia para las víctimas directas e indirectas por el derrumbe en la Línea 12. El conflicto entre el mismo canciller y el subsecretario de Salud, Hugo López-Gatell, sería anecdótico si no fuera por que de por medio va la compra de vacunas. Las tensiones entre la secretaria de Seguridad Ciudadana, Rosa Icela Rodríguez, y el secretario de Marina, Rafael Ojeda, serían anecdóticas si la tranquilidad de todos no estuviera de por medio. Si sumamos a esto las patadas entre el actual ministro de Hacienda, Rogelio Ramírez de la O, y el ex secretario Arturo Herrera, o el choque permanente entre Rocío Nahle contra Octavio Romero por las decisiones en Pemex, parece más una constante que una anécdota.Los conflictos, inherentes a cualquier grupo humano y particularmente a la disputa por el poder, son más evidentes cuando existe un sistema de administración radial, cuando todos giran en torno a un poder centralizado y no responden a una estructura organizativa. Dejar correr los conflictos e incluso alentarlos para afianzar el poder del líder es una de las estrategias más antiguas y no por eficaz es menos perversa. Sería deseable por supuesto que el presidente instruyera a sus colaboradores a cumplir la ley antes que a serenarse; que asumiera una visión de Estado y no la del líder paternalista. Pero eso es demasiado pedir. Debemos conformarnos con que los funcionarios hagan medianamente bien su trabajo y el líder tenga a quién serenar.diego.petersen@informador.com.mx