Jueves, 25 de Abril 2024

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No les vaya yo a quedar mal

Por: Paty Blue

No les vaya yo a quedar mal

No les vaya yo a quedar mal

Ya sé que por estos días es lo más visto, comentado, compartido y elogiado del planeta; que cientos de tapatíos han acudido a comprobar lo que nadie se puede perder; que el producto genera tantas emociones como sentidas recomendaciones para que cualquiera deje de inmediato lo que está haciendo y corra a ocupar su butaca frente a la pantalla, porque no vaya a ser que se la vayan a ganar y no solo se quede sin ver “Coco”, sino que además quede excluido de la charla común de los siguientes dos días, incluyendo los mensajes que mantienen rebosante su propio muro en el Facebook.

Estos virus de la modernidad ya no debieran extrañarme, y cuantimenos la enjundia que tantos ponen en ventilar sus reacciones emocionales detonadas por un espectáculo en particular, pero me intriga sobremanera que lo medular de los comentarios personales sobre la aclamada cinta aterrice en el terreno de la lágrima batiente y se contabilice su efecto en el  número de pañuelos desechables consumidos durante la sesión.

Y no es que dude de la calidad con que Disney-Pixar haya abordado y bordado visualmente sobre un constructo mexicano con todos sus coloridos clichecitos del pueblito, el perrito y la abuelita; mucho menos osaría yo juzgar la calidad de su factura técnica y del elenco de dobladores al español, entre los que figura hasta Trino, nuestro célebre monero local que le va al Atlas. Pero eso de que el único punto puesto a debate en la conversa cibernética sea ubicar el diálogo, la secuencia, la canción o el fotograma preciso que a cada cual le detonó el intenso flujo de las de cocodrilo, me provoca el propio deseo de chillar a grito pelado o, mejor dicho y con toda seguridad, la intensa envidia que me desata la exquisita sensibilidad ajena y la frustración de no poder conseguir lo que a los demás les fluye con tanta facilidad, aunque se trate de un asunto motivado por una peli de monitos.

Para ser honesta, estoy hablando de puras oídas o, más bien, de leídas, porque no he visto la dichosa película, y ahora hasta temor siento de ceder a la provocación colectiva porque ¿qué tal que no suelto las de San Pedro y nomás me paso la cinta entera tratando de ubicar el momento adecuado para hacerlo? Lo que más me puede es leer que la mayoría de los llorones compartidores son caros sujetos de mi afecto, y no les vaya yo a quedar mal a causa de esos lagrimales deshidratados que con extrema dificultad me entran en acción, a no ser que se trate de una historia realista en la que muere un animal, digamos, como en la de “Hachi”, con Richard Gere.

O cuando lamentablemente pasa a mejor vida alguien como el “Negro”, Álvaro de la Torre, entrañable amigo de mi hijo, a quien conocí desde su adolescencia y la madrugada del viernes se despidió de su condición terrenal, dejando a una pequeña en la orfandad y a quienes convivimos con él sumidos en una profunda tristeza por su intempestiva y prematura partida. Que Dios lo acoja en su gloria eterna.

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