Sábado, 20 de Abril 2024

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Mario y la parálisis cerebral

Por: José Luis Cuellar de Dios

Mario y la parálisis cerebral

Mario y la parálisis cerebral

Para el P. Juan Pedro Oriol.

Disfruté de un tequila, una cerveza y un pozole, con trompa y oreja, de suyo sensacional, Mario festejaba sus 40 años de edad y toda su familia, incluyendo por supuesto a sus padres, lo visitaron para arroparlo con toda clase de cariños que le demostraban el amor que le tienen. Mario nació con parálisis cerebral, la rigidez de brazos y piernas, sus movimientos involuntarios que en más de una ocasión cuando era niño le hicieron rodar por tierra, espasmos musculares acompañados de movimientos involuntarios y otros dolorosos síntomas, condujeron después de muchos intentos de rehabilitación, a que la vida de Mario transcurriera en una silla de ruedas, prisión y salvación, curioso oxímoron.

Mario queda diariamente liberado de su íntima amiga y a la vez su calabozo, la silla de ruedas solamente en las noches hora en la que a base de esfuerzos físicos de padre y dos hermanos le consiguen acomodar en una cama -cuna en la que duerme a sobre saltos-. Mario no tiene lenguaje debido al grado de parálisis cerebral que presenta, sin embargo es dueño de un extraordinario poder de entendimiento y traducción que les ha servido, a él y a su familia para comunicarse entrambos. ¿Cómo? por más increíble que suene: a través de una complicadísima y enorme cantidad de movimientos de ojos.

Ser testigo de la comunicación entre padres, hermanos y Mario equivale a experimentar una milagrosa estupefacción, ojos, cejas y pestañas se convierten en un nuevo lenguaje nacido de la fe de la esperanza y de la caridad. La comida transcurrió acompañada de un total asombro para mi, dos veces derrame el pozole pues mi atención sólo era hacia los ojos de Mario y de toda su familia cercana, no era un lenguaje con acentos, no, pero sí con pausas, el silencio se rompía sólo por el ruido de los cubiertos contra los platos por causa de que todos los miembros familiares “charlaban en silencio” con Mario.

Hipnotizado quede cuando al sentir la mirada de Mario, en forma casi inmediata su padre se dirigió a mí: ¡pregunta Mario que si quiere otra cerveza! Terminada la reunión en la que por cierto el anfitrión sólo comió pastel y refresco, este último con tal dificultad, que en cada trago dejaba ver el forzado y rígido movimiento de su garganta, “la manzana que subía y bajaba trabajosamente” confirmaba su retadora condición. Me despedí de Mario con una curiosa sensación de duda entre mirarle fijamente y por un momento a sus  ojos, o rápidamente evadir su mirada, acompañado de una quizás indiscreta y  dudosa curiosidad hice lo primero, no logre traducir ninguno de sus gestos oculares, sin embargo, una extraña sensación de pausada calidez recorrió todo mi cuerpo; algo pensé hacia mis adentros, valido sólo para todos los que hemos tenido la fortuna de conocer a Mario: ojos que son símbolo y monumento; para su familia, miradas convertidas en frases tan sublimes que parecen salidas de los evangelios, parpadeos de asombro e incredulidad. Dios bendito, ese asombroso mundo de las personas con discapacidad, mundo nuestro y ajeno, que es de todos y no es de nadie, que es antiguo pero que aunque lo evadamos  nos pertenece.

En el trayecto de regreso no pude apartar de mi mente la mirada impávida e indescifrable de Mario, me hizo recordar a Machado: “mirada fija, ausente, indescifrable, como de ojos sin párpados, como de súplica: quien me presta una escalera para subir al madero/ para quitarle los clavos a Jesús el nazareno”.

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