Aristóteles indicaba que en cuestiones de amor, no hay máscara que lo cubra donde lo hay; pero tampoco donde no.Algo similar se aplica para la verdad, al fin y al cabo no hay manera de esconder la verdad, y la mentira acaba por manifestarse.En la vida, podemos vivir fingiendo por algún tiempo, tratando de simular las cosas y aparentar lo que no es honesto y sincero. Al fin y al cabo la verdad aflora y las cosas acaban siendo tal y como son.Los verdaderos caudillos acaban siendo reconocidos por su genuina honestidad, por sus valores y el alcance al manifestar su franca capacidad de atender y servir a sus seguidores. Pues la gente acaba dándose cuenta de las cosas como verdaderamente son. El sentido común y la sencillez del pueblo al ver el cómo operan las cosas, se convierte en un testimonio vivo de la congruencia de su líder.El pueblo puede ser engañado por la teatralidad y las actuaciones de los políticos, pues se convierte en un arte que bien conocen los actores y profesionales de la simulación. Pero al fin y al cabo llega un momento en que las máscaras se agotan, el maquillaje se desvanece, los atuendos se tienen que repetir y la mentira encuentra su final.Muchos nos preguntamos sobre la psicología del por qué se puede ocultar la verdad de las cosas, y hacer una larga cadena de mentiras, con tal de esconder la verdad de las cosas. Y la respuesta, que no es sencilla, por cierto, es que la mentira tiene esa cualidad, se puede extender, es elástica, es renovable, se puede maquillar constantemente; hasta que llega a un punto en que no se puede seguir sosteniendo y la realidad se impone. Es lo que le sucede a los grandes actores o a los magos, sus trucos frente al público, los personajes de sus películas u obras de teatro, acabarán por ser descubiertas las verdaderas características del actor.Al fin aparece el verdadero rostro, sin el falso escenario, ya sin el disfraz de lo que se quería mostrar.Si los políticos pasan la prueba de la realidad, de los acontecimientos difíciles y siguen mostrando las virtudes que dicen tener, no pasa nada, acaban siendo genuinos líderes y caudillos. Pero si las exigencias de las tragedias y los grandes problemas, hacen que se disuelva el maquillaje y se caiga la máscara, entonces queda al desnudo la realidad de la persona.La tragedia de Acapulco y su devastador huracán está poniendo a prueba al sistema político mexicano, a sus políticos, a sus líderes, a sus funcionarios y a la gente del pueblo.Veamos de qué madera estamos hechos y quiénes son los verdaderos caudillos y líderes y quiénes no.