En las décadas de los cincuenta y sesenta, mercados como el Corona, el Alcalde o el San Juan de Dios fueron el sitio acostumbrado de compra de la fruta y la verdura de las familias tapatías, aunque les contaré que mi mamá prefería acudir al Mercado Juárez en la Colonia Americana porque estaba más cerca de nuestra casa, como quizá también lo hicieron las mamás de ustedes: acudían al mercado más cercano, Mexicaltzingo, Felipe Ángeles, Cuarto Centenario, por citar algunos.Después vinieron los supermercados, un concepto moderno y americanizado para la comercialización de productos al menudeo, y resultaron bastante exitosos. Luego llegó la idea del Mercado de Abastos y se diversificaron los canales de venta.No obstante las dimensiones y surtido de los mercados o supermercados, las tienditas de abarrotes han sobrevivido al paso de los años y eran y siguen siendo imprescindibles en la colonia o en el barrio, pues vendían de todo y en la esquina de la casa.Las puertas de las tienditas estaban abiertas desde temprana hora y no tenían, como ahora, esos enrejados de protección, fruto de la terrible inseguridad que campea.Y es que eran otros tiempos, la misma ciudad pero con distinta gente; la entrada era libre, llegaba uno hasta el mostrador a hacer su compra y era maravilloso ver los anaqueles bien ordenados y con un espectáculo polícromo derivado de la multiplicidad de productos que se vendían, como por ejemplo las cajas que contenían las tablillas de chocolate, como Chocolate Dos Hermanos (“Orgullo de mexicanos”, decía el jingle), Chocolate Abuelita, Morelia Presidencial o el Ibarra, que anunciaba en la televisión local aquel célebre personaje llamado “Don Valeriano”.En otra parte de los anaqueles estaban las cajas de cereal de la marca del gallito, las salsas de botella y las cajetillas de cigarros que, a pesar de tantas marcas que había, el tendero las localizaba con facilidad.A propósito de los cigarrillos, entre las marcas que recuerdo, y seguramente ustedes también, les diré algunas para todos los gustos y bolsillos: los cigarros Faros (“Son re buenos y nada caros, elaborados con papel arroz”), Del Prado, Carmencitas, Gratos, Tigres, Alas, Delicados, los Raleigh con filtro y sin filtro, Casinos, Fiesta, Baronet y los mentolados como Kent, Viceroy, L&M, Winston, Newport y Salem, entre muchos otros. Claro, con su respectiva cajita de cerillos de La Central o los Talismán.Franqueando las puertas estaban apiladas las cajas de madera que tenían los refrescos, acomodadas en orden según la marca, y cuando la leche la empezaron a vender en botellas, las de La Pureza y las del Establo San José, ¿se acuerdan?, las botellas las dejaban temprano afuera de la tiendita cuando aún no abría. Y podrá no creerse, pero nunca supe que se las robaran, algo impensable. También a la entrada estaban los enormes tambos donde se ponían las escobas y trapeadores, a los que mucha gente les llamaba mechudos. No puedo olvidar las tiras de estropajos que estaban colgadas en una de las puertas.Para mantener frías las bebidas, en las tienditas había unos depósitos metálicos que servían de refrigeradores; allí se colocaba un bloque de hielo, con un picahielo se fragmentaba y se iban entreverando los refrescos de diferentes marcas. Recordarán ustedes que además de las tradicionales y muy conocidas bebidas de cola, estaban los refrescos Titán, Jumbo, Jarritos, Los Patos de diferentes sabores, Lulú, Chaparritas El Naranjo, Limonada Favorita, Hiltom, Bali Hai, Spur Cola, Misión, Squirt, 7up, el Sidral Mundet que siempre nos daban cuando andábamos malos del estómago, la Extrapoma Peñafiel y otras marcas más. Pero quiero recordar especialmente al “Soldado de Chocolate” que venía de Yucatán y, aunque tuvo una existencia efímera, el recuerdo de su sabor es inolvidable, exactamente como usted está pensando: como la bebida de Pancho Pantera, pero embotellada.Las hieleras tenían un destapador fijo y una pequeña cajita que servía de depósito, donde caían las corcholatas cuando se destapaban los refrescos, evitando que quedaran en el piso. Muchos nos acomedíamos a vaciarlo con la esperanza de encontrar corcholatas premiadas, pues en esos tiempos las refresqueras tenían promociones de premios en intercambio por corcholatas; por ejemplo, obsequiaban juegos de jarra y vasos, charolas, portavasos. Una vez me gané un trenecito y un tiempo coleccionamos corcholatas que tenían impresas, abajo del corcho, la colección de personajes de Disneylandia, que recién se había inaugurado en 1955, y fueron muy apreciadas.Vendían manteca y la ponían en pedazos de papel estraza que también servía para envolver el pan, porque también tenían su charola para la venta. En los mostradores estaban las famosas vitroleras, esos recipientes de vidrio donde estaban los dulces como cachitos, Tomy, Milkoko, chicles de bolita para hacer bombas (antes de los Motita), los chicles Adams de cajita con dos pastillitas, los Salvavidas, los Certs, las mentas Usher, los chicles Yucatán, pequeñitos pero rendidores y de varios sabores: había de menta, yerbabuena, canela y tutifruti. También los chocolates Carlos V, Almon-Ris o Tin Larín, los pirulines… en fin, la lista es interminable.Muchas tienditas vendían EL INFORMADOR, que les llegaba desde muy temprano, así que la venta era variadísima. Hay muchos recuerdos que comentar con ustedes, pero el espacio no me lo permite. Por ejemplo, el hecho de que tuvieran teléfono, que no tendría nada de raro si no recordáramos lo difícil que era tener uno en casa por la falta de tendidos de redes de Teléfonos de México; en esos tiempos en pocas casas de la ciudad se podía contar con una línea telefónica, y el teléfono de la tiendita era ideal. Otro día les contaré algunas anécdotas y sucedidos, porque se me acabó el espacio, pero si Dios quiere, el próximo domingo los espero aquí en EL INFORMADOR, con su cafecito, y si ya les enfadó el bísquet, pues con unos hot cakes, ¿qué les parece?lcampirano@yahoo.com