Domingo, 28 de Abril 2024

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La fábula de las calandrias eléctricas

Por: Jonathan Lomelí

La fábula de las calandrias eléctricas

La fábula de las calandrias eléctricas

La sustitución de las calandrias tiradas a caballo por eléctricas es una gran fábula aleccionadora y con sello tapatío como el “Pinocho” de Del Toro. Nada más que uno es un clásico infantil y el otro un clásico sobre el arte de gobernar (mal). 

En la actualidad operan 55 calandrias en el Centro de Guadalajara. Sólo 16 son eléctricas y el resto (39) tiradas por caballos. Pero si uno revisa el reglamento tapatío de protección animal, se encuentra con el artículo 46 bis: “Queda prohibida la utilización de calandrias tiradas por animales”. 

¿Cómo llegamos aquí? En 2017, el entonces alcalde Enrique Alfaro reformó el reglamento y lanzó un programa para sustituir las calandrias de tracción animal por eléctricas. En medio de un gran despliegue publicitario, la medida, sensible ante el maltrato animal, nos ponía a la vanguardia como sociedad. 

Para la sustitución, el Gobierno municipal ideó un esquema “innovador” en donde ganaban la ciudad, los empresarios y los calandrieros (el sello de la casa naranja). 

La compañía Kandled a través de la firma Proecoturismo donaría 55 calandrias eléctricas a la ciudad con un valor de 40 millones de pesos. Éstas a su vez serían concesionadas por 99 años a cada calandriero sin ningún costo. Y a cambio, el municipio le permitiría a la empresa donadora comercializar publicidad en los carruajes por 20 años. ¿Demasiado bueno para ser verdad? 

Nada de eso ocurrió porque sólo se entregaron 16 calandrias eléctricas. El total de las unidades debieron entregarse en diciembre de 2019, en la administración de Ismael del Toro, cosa que nunca sucedió.  

Desde entonces las autoridades han dado distintas versiones. Del Toro dijo que la empresa responsable había incumplido sin explicación (me comentaron que tuvo diferencias con la compañía donadora). Lemus ha declarado que la empresa desapareció y que hay un conflicto legal o pugna que involucra a los socios.  

El contrato de “donación onerosa” firmado por Bárbara Casillas y Enrique Alfaro en 2017 señala: “En caso de incumplimiento por parte del DONADOR a cualquiera de las obligaciones de entrega pactadas en la presente cláusula, el DONADOR deberá pagar al MUNICIPIO una penalidad por un monto equivalente al valor comercial de los BIENES MUEBLES no entregados”.

Según esta cláusula, la empresa le debe 40 millones de pesos a la ciudad pero igual que en Iconia, los privados incumplen a la administración pública, pero nunca pasa nada (el sello de la casa naranja). 

El viernes pasado volcó una calandria tirada por el “Gringo”, un alazán que resultó con lesiones menores, lo mismo que una turista que viajaba en el vehículo junto con otros acompañantes. Todo se debió a la falta de un tornillo (de la calandria por supuesto, no del equino). 

Días antes, en la calle Maestranza, “Muñeco” se asustó y le rompió de una patada el cristal trasero a un auto (¿lo cubrirá el seguro?... ignoro si existe la cláusula “cristalazo por equino”). 

A finales del año pasado otra calandria volcó en Juárez y Corona cuando “Chubasco” se asustó con el ruido de un camión. No hubo lesionados. En 2021 otro caballo atropelló a un ciclopolicía del Centro. Y así podría continuar… Los incidentes con calandrias tiradas por caballos son menores, pero más frecuentes de lo que imaginamos. 

Parece que en 2017, más que una política pública para proteger a los animales, había un sentido de urgencia por hacer negocio. Privó el lucro (desde ahí se le veía la zanca al pollo, o en este caso, al equino si se me permite la licencia). 

Por eso el dilema sobre las calandrias ya no es: ¿patrimonio histórico o crueldad animal? Sino: ¿negocio histriónico o brutalidad animal para gestionar lo público? 

jonathan.lomelí@informador.com.mx

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