Miércoles, 24 de Abril 2024

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La ciudad racional: un elogio de la sensatez

Por: Juan Palomar

La ciudad racional: un elogio de la sensatez

La ciudad racional: un elogio de la sensatez

Existe una materia, inasible y presente, inadvertida a primera vista, que constituye la esencia, la racionalidad de la ciudad. Es la que emana del sentido común, de la sensatez con la que la fábrica urbana se generó a través del tiempo. Es la espontánea y a la vez consciente compartición de los modos y maneras como el tejido urbano puede desarrollarse armónicamente. Lo anterior deriva de una larga enseñanza que la misma ciudad encarna, de una humilde y recia pedagogía de los valores intemporales de la arquitectura: su utilidad, su firmeza, su belleza.

Estos últimos términos, heredados desde la antigüedad grecorromana, no tienen por qué ser aplicados exclusivamente a las edificaciones de gran calado, vistosas, preeminentes en los contextos citadinos. Los mismos principios aplican a los contextos comunes y corrientes, a tantos barrios que forman la verdadera raíz, el tejido básico de la gran masa construida que conforma la ciudad.

Por tomar un ejemplo específico que ilustra la columna. Se trata de un pequeño edificio de viviendas enclavado en un barrio tradicional. La banda construida de esa cuadra consta en su mayoría de casas de un solo piso, con uno o dos casos de segundas plantas. La tipología es la acostumbrada para tales enclaves, con terrenos medianos y secciones viales suficientes. Los materiales son los usuales, y un discreto colorido, la escala y la relación de vanos y llenos aseguran una natural unidad. Sin embargo, cada casa tiene sus características particulares, lo que les da a sus viviendas identidad propia, personalidad definida.

El modesto edificio introdujo, probablemente al final de la década de los treinta del siglo pasado, una aportación a la tipología del contexto: la de la vivienda multifamiliar que en este caso consta de tres unidades que comparten el característico zaguán y la circulación vertical. Sus características formales incorporan la expresión de la entonces reciente Escuela Tapatía de Arquitectura. Este movimiento, con toda su novedad, tuvo la virtud, al hermanarse naturalmente con las manifestaciones populares, de integrarse eficazmente con la fisonomía, la escala y los modos de vida de muchos barrios tradicionales en los que sus producciones fueron enclavadas. Esto es una invaluable e intemporal lección para toda nueva arquitectura.

Volviendo al ejemplo considerado, es imposible saber si su factura se debe a la intervención de un ingeniero que inscribía sus hechuras dentro de los cánones de la escuela mencionada o fue el producto de algún constructor que, con naturalidad, habría incorporado sus elementos en el lenguaje propio de su oficio. La edificación prosigue con su vigencia, alberga con corrección y gracia a sus moradores. Acusa, por supuesto, el paso del tiempo, los arreglos sucesivos. Nada que los cuidados normales no puedan subsanar.

Es importante resaltar que, más que en las edificaciones espectaculares o novedosas, la pedagogía de la ciudad es, como en el caso que nos ocupa, una generosa fuente de enseñanzas, una no por humilde menos relevante y altamente racional clave para la construcción de la ciudad de hoy, de la del futuro.

jpalomar@informador.com.mx
 

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