Jueves, 25 de Abril 2024

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Intramuros

Por: Luis Ernesto Salomón

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El miedo a las enfermedades contagiosas ha impulsado a encerrarse a lo largo de la historia. Luego  al recuperar la confianza, se ha reflexionado mucho respecto al comportamiento en tiempos de pánico.  Desde la antigüedad, este temor ha encontrado explicaciones sobrenaturales. En la Biblia, como en la Ilíada, de Homero, o en Edipo Rey, de Sófocles, se advierten descripciones de estos males cómo castigo divino por el mal proceder de los pueblos. Pero más allá de razones teológicas, Tucídides, en la Guerra del Peloponeso, describía cómo el temor incontrolado de la gente exaltaba las pasiones, el egoísmo y la avaricia. En tiempos de pandemia el espíritu defensivo crece y con él la tendencia a crear barreras, defensivas ya sean reales o ilusorias. Y sucede en las familias como en las naciones.

En el siglo XIV estas reflexiones fueron retomadas en el “Decameron”, de Bocaccio, donde se achaca al crecimiento de los vicios y la corrupción la propagación del mal y la muerte de personas e instituciones. 

Curiosamente Milán ahora azotada por la endemia, también fue afectada alrededor de 1630 por una peste que inspiró a Alessandro Manzoni en “Los Novios” y la “Historia de la Columna de la Infamia” para hacer un análisis del comportamiento de personas y Gobierno en tiempos de miedo. El impuso a refugiarse entre muros también fue descrito en el relato “La Máscara de la Muerte Roja”, por Edgar Allan Poe, en donde sitúa a la muerte escarlata como una amenaza externa, controlable, pero que al final una sola persona tras una máscara la hace vulnerable.

La pandemia ha demostrado que no hay barrera que valga ahora, como tampoco la hubo en la antigüedad. 

La visión de la literatura nos trae imágenes terribles en “La Peste Escarlata”, publicada por Jack London en 1912, en donde relata un futuro post apocalíptico, luego de que en al año 2003, según la novela, se propagara la Muerte Roja que casi destruyera el mundo y un sobreviviente cuenta como la gente se comportaba de forma casi irracional ante el pánico.

Estamos lejos de vivir una crisis apocalíptica como la novela de London, pero no cabe duda que las reflexiones respecto al temor y la búsqueda de explicaciones nos hacen ver que las epidemias han sido parte de la vida en sociedad.

Aún es pronto para intentar sacar conclusiones del tiempo que vivimos, pero lo que se puede ver es que el temor esparcido estimula a quienes piensan que levantando muros, creando barreras o imaginando autosuficiencias se pude volver a reiniciar la fiesta porque las amenazas están fuera. La interdependencia no tiene regreso, porque nos permite compartir lo mejor como seres humanos. Los encierros enseñan a valorar no solo lo que se quiere, sino también lo que significa el aislamiento como falsa ilusión de seguridad.

Ahora que en algunos países de Europa se regresa  gradualmente al trabajo, y que parece haber pasado lo peor resulta vital el impulso a las visiones solidarias, integradoras y complementarias como el proyecto europeo. La vuelta a las labores en China indica también un cambio en las políticas de salud y la reflexión de lo que sucede en los Estados Unidos seguramente marcará el debate sobre los mecanismos de acceso a los servicios médicos. Pero las voces de la avaricia se han aparecido en todos los continentes y plantean una administración de equipo, medicinas, conocimiento científico y apoyos financieros con enorme egoísmo. 

Un dilema se plantea desde ahora: una solución compartida ante una amenaza global, o soluciones en parcelas en donde cada quién se defienda como pueda. Dar un paso hacia un sistema de protección de derechos esenciales como la salud en el mundo es andar un camino en la dirección correcta. Las verdaderas defensas se deben levantar con proyectos sociales y no con gastos bélicos, porque ahora la seguridad de todos depende de todos. No hay más un castillo seguro para que siga la fiesta, dejando la marca escarlata extramuros.

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