Viernes, 19 de Abril 2024

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Impulsividad, el corazón y la razón

Por: Guillermo Dellamary

Impulsividad, el corazón y la razón

Impulsividad, el corazón y la razón

Existe un conflicto permanente entre estas tres instancias, que no dejan vivir en paz a la humanidad, que a decir de E. Morin genera “una relación inestable, permutante, rotativa entre ellas”. Es decir, que en ocasiones anteponemos el corazón a los impulsos, o la razón al corazón y viceversa. Y así vivimos fluctuando en una u otra combinación de enfoques, que no nos permiten una firmeza de carácter y nos llevan a una fragilidad.

La educación a futuro nos debe de conducir a que tengamos mucho más equilibrio entre estas instancias y las siguientes generaciones no sucumban fácilmente al impulso, a la afectividad sin pasar por la razón. E igualmente no se tomen decisiones sin considerar el afecto y respeto a los demás.

Lo que sí queda muy claro, es que, en toda ocasión, el menos recomendable de todos es que sigamos viviendo del impulso, y seamos esclavos de los apetitos sin pasar por la razón y junto con ella a la capacidad de pensar las cosas que vamos a hacer, sin considerar las consecuencias y el daño que podemos ocasionarnos a nosotros mismos y a los demás.

De aquí la importancia de considerar que “el impulso homicida puede servirse de la maravillosa máquina lógica y utilizar la racionalidad técnica para organizar y justificar sus empresas”, señala Morin.

Poner al dinero, a las ambiciones desmedidas, a la codicia y a la avaricia como un objetivo egoísta y sin otro fin que el apego y el placer, llevan a que se tenga la justificación de amenazar, matar, destruir o subyugar, con tal de obtener ese fin.

Una persona sana, equilibrada, de buena educación, digámoslo así, tiene muy por encima los valores de su cultura, la elevada mirada de la civilización, como un fin mucho más noble que poseer bienes materiales y descartar la riqueza que proporciona el cultivar el espíritu en las ciencias y las artes. Practicando una moral, tanto colectiva como personal, da un elevado sentido del respeto a la vida y a la dignidad de todo cuanto existe.

Entre el pensar y el corazón, debemos de fortalecer una cruzada en contra de la violencia que generan las personas impulsivas, que para llamar la atención son capaces de estropear y dañar lo que se atraviese en su camino, con tal de imponer su voluntad y criterios.

Aunque se trate de un movimiento social de nobles principios, pero recurre al insulto, a la provocación, a la ofensa y en fin al prejuicio y a la amenaza. El fin, no justifica recurrir a la agresividad y a la violencia con tal de lograrlo.

De aquí que marchas y actos públicos que se lanzan a provocar a sus adversarios, cae en los impulsos, pues no han recurrido primero al análisis profundo y mesurado de la realidad a la que se oponen y en vez de buscar fórmulas más civilizadas, como el diálogo y los acuerdos. Se lanzan, impulsivamente a protestar, a quemar libros, a destruir monumentos, a portar mantas con ofensas. Síntomas evidentes de que el hartazgo, el enojo, el coraje o el miedo los han invadido y no encuentran otro recurso que salir a las calles a mostrar sus frustraciones y desencantos, en vez de resolverlos de una manera más racional y con el corazón en la mano.

Se logran más cambios con las ideas, con la cultura, con la civilidad que con las manifestaciones agresivas en las calles. Antesala de una posible mayor violencia.

La cordura, el recurso del conocimiento inteligente de los acontecimientos, debe ser una mejor ruta para manifestar la inconformidad y el miedo. Educar en la armonía, es una asignatura pendiente, que además de comenzar en las aulas de clase, debe ser una tarea personal y familiar de indiscutible valor.

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