Martes, 07 de Mayo 2024
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Guadalajara, identidad perdida

Por: Eugenio Ruiz Orozco

Guadalajara, identidad perdida

Guadalajara, identidad perdida

Javier Hernández Larrañaga es un hombre peculiar. Sacudido a su reencuentro con nuestra ciudad -vivió algunos años fuera de la misma-, ha dedicado parte de su tiempo a recorrer, a la luz de su memoria, los lugares infantiles para recrear calles, edificios, casas y sitios de la ciudad amada con no poco de nostalgia y sí mucho de añoranza. 

Producto de ese esfuerzo produjo un magnífico libro que en tercera edición, corregida y aumentada, se ha incorporado a la bibliografía de Guadalajara, esa a la que tanto ha contribuido nuestro amigo Alfonso Nuño, romántico y quijotesco personaje que sigue apostando a la edición y recuperación de los libros regionales. 

La identidad está constituida por una serie de ideas, valores, creencias, símbolos, palabras, nombres propios, tradiciones, actitudes, gustos, preferencias; formas de ser que representan una cultura en un tiempo y lugar determinados. 

Cuando decimos “yo soy tapatío”, estamos señalando no solo un lugar de pertenencia, Guadalajara (y ahora por extensión el gentilicio comprende a los nacidos o arraigados en la zona metropolitana), al hacerlo nos estamos definiendo como parte de algo, estamos precisando que somos diferentes, en este caso, a los nacidos o asumidos habitantes de otra región de México o el mundo. 

Un rancho, un pueblo o una ciudad están hechos de ladrillos, canteras, herrerías, cemento y otros materiales. También lo configura su vegetación, su fauna, clima, sus cuencas hidrológicas y fundamentalmente sus fuentes genéticas y espirituales, sin que este término sea necesariamente religioso.

Lo grave de lo que nos está sucediendo no es tan solo la destrucción de nuestras referencias materiales, lo realmente grave es que estamos perdiendo nuestras referencias culturales

Ese espíritu, orgullo, distintivo, es subjetivo, inmaterial, intangible físicamente, pero es el que cohesiona al cuerpo social. 

Lo grave de lo que nos está sucediendo no es tan solo la destrucción de nuestras referencias materiales, lo realmente grave es que estamos perdiendo nuestras referencias culturales. Estamos dejando de ser, y esa pérdida de identidad afecta nuestra visión de quienes somos y hacia dónde vamos.

Y no se trata de ser excluyentes, finalmente toda cultura es sincrética, lo preocupante es que las instituciones encargadas de vigilar e impedir los abusos han desaparecido o han perdido su eficacia. ¿Dónde la Junta General de Planeación y Urbanización? ¿Dónde el Consejo de Colaboración Municipal? ¿Dónde la Junta de Mejoramiento Moral, Cívico y Material? ¿Dónde el Plan Lerma-Chapala-Santiago? ¿A cargo de quién establecer los límites a la codicia e impudicia de los especuladores? 

Lo realmente grave es que todo sucede frente a nuestros ojos y no pasa nada. 

El libro de Javier Hernández Larrañaga es una llamada desesperada a los jóvenes para que defiendan su entorno, el que lamentablemente no conocen, porque no existen políticas públicas con ese propósito.

¿Cómo van los jóvenes a defender “su” ciudad si no conocen su historia, si no la asumen como propia?

Solo se defiende lo que es entrañable, lo que se ama. 

Tendrá que haber nuevas iniciativas del Gobierno y de la sociedad, apoyadas en los medios de comunicación modernos, para crear conciencia de que, si los ciudadanos no cuidan su ciudad, en vano Dios la guarda. 

El próximo viernes Guadalajara cumple cuatrocientos setenta y ocho años.

¡Aún hay tiempo!

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