Jueves, 28 de Marzo 2024

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Elogio y vituperio del mejor centro comercial de Guadalajara

Por: Juan Palomar

Elogio y vituperio del mejor centro comercial de Guadalajara

Elogio y vituperio del mejor centro comercial de Guadalajara

Para JM y JGVA

Allí fue hace muchos años el primer Country Club, hacia finales de la década de los veinte del siglo pasado. Después, también por décadas, fue propiedad de la Compañía de Jesús, la que instituyó sobre el amplio predio la benemérita y tan añorada Casa Loyola, la que cerró abrupta e indebidamente para dar paso a la actual plaza comercial de nombre mayestático: Centromagno. (Digamos, al paso, que la pérdida de la Casa Loyola es más dañina de lo que se podría suponer y fue uno más de los tristes pasos en repliegue en términos comunitarios y ciudadanos de la también muchas veces benemérita y querida Compañía de Jesús -cfr Villa Pignatelli y varias cosas más. Por otro lado, es claro que la guía que esta orden ha hecho de la Universidad Jesuita de Guadalajara, ITESO, y ahora del colegio Pedro Arrupe -donde era el colegio Unión- es ejemplar y esperanzadoramente exitosa).

Pero hablemos de Centromagno. ¿Por qué es el mejor centro comercial de la ciudad? Muchas razones. Se encuentra en un emplazamiento altamente ventajoso y apropiado para ese uso. Es un centro comercial URBANO, un hito, que ocupa ordenadamente una manzana completa en el tablero citadino y por lo tanto puede tener una muy benéfica acción sobre los contornos, alienta la llegada a pie o en bicicleta (aparentemente, de manera inexplicable, no tiene ciclopuertos). Su adecuado funcionamiento puede (o podría) ser un elemento para dotar al contexto de mayor habitabilidad, seguridad y amenidad. No está rodeado de un inmundo y contaminante  pantano de coches estacionados como casi todas las demás plazas, en las que los problemas de seguridad son evidentes.

La escala del conjunto es adecuada, y si bien destaca -lo que es justo- en el contexto, tiene ese carácter urbano que tanto ocupamos. Está bien construida, y ha soportado sin mayores daños un largo periodo. Hay quien se escandaliza por el estilo postmodernista ochentero que los arquitectos José Manuel y Jaime Gómez Vázquez Aldana adoptaron para su obra. Después de haberla mirado por centenares de veces, posiblemente es razonable decir que no es tan fea y que tampoco es el sacrilegio que los beatos de la arquitectura vociferaron en su momento y siguen vociferando a ratos. Habrá opiniones, y qué bueno, diversas.
Van otras buenas: el hall central y su cúpula están bien hechos y la cúpula es excepcional y permite una iluminación que reduce la huella de carbono de la plaza y la vuelve, como decía Díaz Morales, más amena y alegre. Las banquetas del perímetro son generosas y están bien hechas, junto con una jardinería aceptable. Es muy simpático el elefantote del lado de Vallarta, que se hermana muy bien con el carácter más bien paquidérmico del conjunto.

Pero la plaza está incompleta: faltan dos torres de quince pisos en sendas esquinas de Vallarta, una destinada a un hotel y otra a oficinas (ya están los cimientos), ojalá en un futuro próximo se construyan. Y algo esencial: todos los bordes exteriores de la plaza deberían ser portales amigables dando vida, seguridad y negocio a toda la zona. Es cuestión de hallarle el modo a una renovación que además se deshaga de casinos y otros giros inconvenientes para la convivencia general y para el mismo negocio de la plaza, que arrancó siendo muy divertida y rentable y que hace años decayó y llegó a rentar extensos espacios a giros que no le ayudan ya a atraer -fuera de los cines que son muy buenos- a las noveles generaciones. En fin, es una pieza de arquitectura y urbanismo sobre la que habría que seguir reflexionando.

jpalomar@informador.com.mx

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