La escena no podría ser más deplorable: dos minutos con 10 segundos de prepotencia, gritos y la voz arrastrada. “Ni siquiera sabes quién soy”, “ahorita vas a saber quién soy”. El lord en turno es Luis Argenis Fausto de León, quien hasta su grotesca puesta en escena era consejero jurídico de la Comisaría de la Policía de Guadalajara y percibía un sueldo mensual de casi 30 mil pesos.Arropado por la valentía del alcohol, el hermano de la diputada plurinominal priista, Alondra Getsemany Fausto de León, se sintió intocable y exigió a los agentes de la Policía Vial que lo habían detenido que le indicaran quién era su “Omega 1”, la clave operativa para ubicar al secretario particular del Comisario.Violento y agresivo, el ex funcionario encaró a la ley bajo el amparo de uno de los dichos más sonados en nuestro país: no sabes con quién te estás metiendo.Ese es el grito de guerra de quienes alucinan con ser amigos de la ley, del poder y del dinero. De quienes creen que su apellido, su auto o sus contactos se imponen a todo y te permiten viajar completamente borracho, cerrar el Puente Matute Remus para grabarte un video o hasta cerrar un restaurante donde no te asignaron mesa pronto y eres hija del titular de la Profeco.El video de Luis Argenis, que circuló ampliamente en redes sociales y al final deparó en su despido, es sólo un botón de muestra más de un país donde el poder no se ejerce desde la legalidad, sino desde la amenaza disfrazada de influencia. Ahí está Lady Ferrari, la mujer detenida en Polanco en 2016 que, entre insultos y amenazas, presumió ser amiga de gobernadores, secretarios y medio gabinete. O el inolvidable Lord Audi, que arrolló un ciclista en la Ciudad de México y, cuando lo encararon, reaccionó como si el pavimento fuera suyo.No faltan tampoco los juniors que estrenan apodo cada fin de semana. Lord Rolls Royce, detenido por policías de tránsito y convencido de que podía comprar su libertad con arrogancia; o el desfile interminable de intocables que, alcoholizados o sobrios, repiten el mismo mantra: “no sabes con quién te metes”.Pero lo grotesco de todas esas escenas no es la borrachera, sino la certeza. Para que alguien se atreva a escupir esa frase y pisotear a la autoridad tiene que haberla visto funcionar: el conocido que sí salió libre tras una llamada, el funcionario que ordenó dejar ir al muchacho (o muchacha) porque era recomendado; el amigo que presume que nunca le ponen multas porque “ya saben quién es”.El síndrome del no sabes con quién te metes es, en realidad, una forma de confesión pública muy mexicana: No creo en las leyes, sino en mis padrinos. Y lo peor: la autoridad les da motivos para creerlo. Por eso esta galería de ridículos se repite con la misma coreografía: arrogancia, amenaza, celular en mano, trending topic y, si acaso, un par de disculpas mal ensayadas para apagar el incendio.Lo tragicómico es que muchos terminan siendo más recordados por su berrinche que por cualquier mérito: nadie recuerda el nombre real de Lady Ferrari, pero todos recordamos su furia embriagada; nadie sabe qué hace Lord Audi hoy, pero su carro destrozado sigue rodando en la memoria digital. El padre de Lady Profeco fue destituido hace 12 años justo por ese escándalo y la institución arrastra ese manchón.Así funciona este país: los que se sienten “alguien” acaban convertidos en caricaturas virales. Ellos y sus padrinos mágicos. Y lo peor es que no son simples escenas de borrachos, sino la postal de un México donde puede pasar el PRI, el PAN, Morena o Movimiento Ciudadano y la ley se sigue negociando a dos llamadas de distancia, y donde el verdadero estupefaciente no es el alcohol, sino la impunidad.Pocas frases resumen mejor la enfermedad cultural de México que esa: “no sabes con quién te metes”. Es un grito desafiante que aparece cuando la autoridad toca la puerta, cuando el alcohol suelta la lengua y cuando el ego se convierte en chaleco antibalas. Es una letanía que no solo revela soberbia, arrogancia, altanería, sino la certeza de que en este país tener padrinos políticos, compadres influyentes o conocidos en las altas esferas es un escudo más efectivo que cualquier Constitución.El nuevo lord es sólo el escaparate de un teatro muy viejo: personajes tambaleantes, con la mirada perdida que de pronto recobran la lucidez suficiente para sacar del bolsillo su comodín favorito: la amenaza velada de la impunidad. No importa si son juniors con auto deportivo, burócratas de medio pelo o supuestos empresarios con despacho en el piso 20. La trama es idéntica: ellos no son ciudadanos comunes, ellos son “alguien”.Porque este último es una excepción a la regla. Un influyente más que perdió su trabajo y su influencia debido a que lo grabaron. Esta vez el contacto no lo sacó del apuro, y, acorralada, la autoridad que lo puso en donde cobraba actuó con el mínimo atisbo de coherencia: “charolear no tiene cabida en su gobierno”.Y ese sí debe ser el mantra que se repita en todas las estructuras de Gobierno: cero tolerancia al síndrome del no sabes con quién te metes.