Viernes, 19 de Abril 2024

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El Doctor Universal

Por: María Palomar

El Doctor Universal

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El 15 de noviembre es la fiesta de San Alberto Magno, un hombre tan grande que mereció ese título y tan chaparrito que cuando lo conoció el Papa, le dijo: “levántese, Maestro Alberto”, creyendo que estaba arrodillado.

Aunque tuvo una vida larga (1193-1280), resulta difícil entender cómo le alcanzó para hacer tantas cosas. Era hijo del conde de Bollstädt y nació en Lauingen, a orillas del Danubio, en Suabia. Sobre su infancia se sabe lo que él escribió, en particular su gusto y su gran curiosidad por el campo, los animales y las plantas. Ahí nació su espíritu científico, cuyo método era la observación y la deducción. Por ejemplo, descubre y constata que cada animal está adaptado a su medio ambiente, lo cual lo llevará a deducir que, donde siempre hay nieve, debía haber osos blancos (en esa época no se conocían en Europa los osos polares).

También está consignado que estudió en la Universidad de Padua, una de las más antiguas e importantes de entonces, pues ahí lo recibió como novicio de la orden dominica su segundo Maestro General, el Beato Jordán de Sajonia. Un tío suyo, que vivía en Padua, trató de impedir su ingreso, y cuando su padre se enteró, hizo gran berrinche, pero Alberto fue cambiado a otro convento y ahí paró la cosa.

En 1230 hizo sus votos y fue enviado a estudiar teología a Colonia, su ciudad predilecta. Luego, tras ser ordenado sacerdote, fue profesor en los colegios dominicos de Hildesheim, Friburgo en Brisgovia, Ratisbona y Estrasburgo. Para entonces ya tenía una fama considerable, y en 1245 fue el primer extranjero nombrado profesor de teología en la Universidad de París, donde enseñó tres años y su alumno estrella fue ni más ni menos que Tomás de Aquino (hay en el quinto arrondissement de París una calle llamada en su honor Maître Albert, así como la estación del metro Maubert, abreviatura del mismo título).

Los escritos de Alberto Magno forman una colección de 38 volúmenes, e incluyen, además de sermones y tratados bíblicos y teológicos, libros sobre las ciencias naturales, cuya finalidad, escribió, es “investigar las causas que operan en la naturaleza”. Fue también una autoridad en física, astronomía, mineralogía, química y biología, así como cartógrafo y geógrafo (explicó la influencia de la latitud sobre el clima, demostró que la Tierra es redonda).

Para poder escribir y enseñar todo eso, se las ingenió de forma que, nombrado obispo de Ratisbona para ordenar la diócesis y ponerla en paz, lo logró en un par de años y luego renunció a la mitra para volver a la academia. Lo mismo hizo al cumplir con otros muchos encargos de su orden y del Papa.
Alberto Magno aplicó el método y los principios aristotélicos al estudio de la teología, por lo que fue quien sentó los cimientos del sistema escolástico que luego edificó y perfeccionó su discípulo Tomás de Aquino.

Curiosamente, no fue beatificado sino en 1622, y tuvo que esperar la canonización hasta el siglo XX, cuando en 1931 Pío XI también lo declaró Doctor de la Iglesia.
 

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